miércoles, 7 de agosto de 2013

JESÚS ORA Y NOS ENSEÑA A ORAR

 

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«Su fama se extendía cada vez más y una numerosa multitud acudía para oírle y ser curados de sus enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios, donde oraba» (Lucas 5, 16).
«De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario donde se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: “Todos te buscan”» (Marcos 1, 35-37).
Aunque estaba totalmente entregado al servicio de la gente, Jesús no se dejaba vencer por el activismo, la prisa, la agitación, sino que sabía reservarse para sí mismo un tiempo especial; un tiempo en el que, en contacto directo con su Padre, respiraba y tomaba fuerzas para seguir realizando su tarea de la mejor manera posible
La oración constante, fervorosa y callada, daba a Jesús un aire nuevo; en ella calmaba su
 
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sed ardiente de infinito, y recibía de su Padre el amor que necesitaba para continuar sirviéndole con fidelidad, en medio de las dificultades que se le iban presentando.
Aparte de esto, Jesús asistía con regularidad a la liturgia que se realizaba en la sinagoga cada sábado, cantaba los salmos en la celebración del sabbath, el día de Yahvé, celebraba las fiestas del calendario judío, que tenían como centro la Pascua, y también cuatro veces al día repetía el shemá, profesión de fe de los israelitas en un solo y único Dios.
Pero hay algo más: Jesús no solamente buscaba el contacto con Dios en momentos deChrist%20heals%20the%20blind%20man
oración y de celebración, aparte de sus actividades diarias, sino que todas sus acciones iban acompañadas por la oración. Curaba a los enfermos y expulsaba a los demonios, por medio de la oración segura y confiada, que se convertía así en oración liberadora; y también expresaba su alegría aclamando a Dios por su bondad y su amor, en oraciones de alabanza y de acción de gracias espontáneas, que hacían presente a quienes lo veían y escuchaban, la profundidad de su fe.
En una ocasión, cuando los discípulos regresaban alegres porque habían podido curar a muchos enfermos, Jesús, nos dice san Lucas, “se llenó de gozo en el Espíritu Santo y dijo: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito’” (Lucas 10, 21).
Y cuando fue a Betania, para resucitar a su amigo Lázaro, rodeado por la multitud expectante, se recogió en oración, y levantando sus ojos al cielo, dijo: “Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas, pero lo he dicho por éstos que me rodean, para que crean que tú me has enviado” (Juan 11, 41).
La centralidad de la oración en la vida de Jesús, y lo que esta oración obraba en él, hizo que los discípulos sintieran en su corazón el deseo de orar como su Maestro. Entonces Jesús les enseñó el Padre Nuestro, y además, introdujo en su predicación algunas indicaciones prácticas, que siguen siendo válidas para nosotros hoy:
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“Cuando oren, no sean como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, bien plantados para ser vistos de los hombres. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto, y después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará” (Mateo 6, 5 -6).
“Y al orar, no oren como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No sean como ellos, porque su Padre sabe lo que necesitan antes de pedírselo” (Mateo 6, 7-8).
“Ustedes, oren así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánoslo hoy, y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal. Amén” (Mateo 6, 9-13).
Lo que le importa a Jesús es que nuestra oración sea siempre un encuentro sincero, íntimo, claro y profundo con él, pues sólo esto garantiza que nuestra oración sea escuchada en su verdadera dimensión, y también, que realice en nosotros lo que tiene que realizar: llenarnos cada día más del amor de Dios, que es lo único que nos puede ayudar a crecer en el bien y a derrotar el mal.
Muchas más cosas podríamos decir de la oración de Jesús, y de lo que podemos aprender de ella. Por ahora puede bastarnos esto, para comenzar a buscar que nuestra oración supere la rutina, y empiece a caminar por el camino que Jesús nos señaló con su ejemplo.

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