domingo, 11 de agosto de 2013

Radegunda, Santa


Reina de Francia, 13 de agosto
 
Radegunda, Santa
Radegunda, Santa

Reina de Francia

Martirologio Romano: En Poitiers, de Aquitania, santa Radegunda, reina de los francos. Cuando todavía vivía su esposo, el rey Clotario, recibió el velo sagrado de religiosa, y en el monasterio de la Santa Cruz de Poitiers, que ella había mandado construir, sirvió a Cristo bajo la Regla de san Cesáreo de Arlés (587).

Etimología: Radegunda = consejo de guerra. Viene de la lengua alemana.

Es curioso: Santa Radegunda, que con tan justo título tienen los franceses como una de sus santas más insignes, fue, sin embargo, por nacimiento, la primera de las santas alemanas. Parece cierto que nació en Erfurt. Pertenecía a la Casa de Turingia, hija del rey Berthairo, muerto a manos de su propio hermano Hermenefrido. El mismo Hermenefrido, para verse libre de su otro hermano, llamó a los reyes francos en su ayuda. Y, en efecto, también Baderico, que así se llamaba, murió. Radegunda, niña aún, pasó a vivir, con sus hermanos, en casa del verdugo de su padre y de su tío. Pero los reyes francos se quejaron de no haber recibido lo que se les había prometido, y estalló la guerra. Los turingios fueron subyugados y Radegunda y sus hermanos llevados cautivos.

Esto iba a cambiar por completo la vida de Radegunda. La niña era muy bella, y, después de disputársela ásperamente a su hermano Thierry, Clotario la envió a su "villa" de Athies. Allí recibió una sólida formación moral y una cierta cultura. Hasta que, hacia el año 536, Clotario, viudo después de la muerte de la reina Ingonda, decide contraer matrimonio con su cautiva. Ella se resiste, y hoy nos parece lógico. Tenía que resultarle duro convivir con el dominador de su propia patria, mucho mayor en edad que ella, poco hecho a la idea de una monogamia estricta. La joven princesa escapó, pero fue encontrada y llevada con buena escolta a Soissons, donde se celebró el matrimonio.

Se ha pretendido que Radegunda consiguió guardar su virginidad después de casada. Difícil, prácticamente imposible, resulta esto conociendo el temperamento brutal de Clotario. Lo que sí es cierto es que la reina continuó en palacio viviendo una intensa vida espiritual, rezando el oficio, pasando noches enteras en la oración.

Un día la convivencia con el rey se hizo muy difícil: su patria, la Turingia, se había sublevado. El hermano de Radegunda, que vivía en la corte de Clotario, fue ejecutado en represalias. Clotario, que toda su vida demostró estar profundamente enamorado de Radegunda, supo, sin embargo, hacerse cargo y la dejó marcharse. Resultaba duro a la reina vivir con quien había ordenado la muerte de su propio hermano.

Encontramos entonces a Radegunda en la hermosa región del valle del Loira, que ya entonces iniciaba un papel extraordinario en la historia de Francia, que habría de continuar desarrollando a lo largo de siglos. La reina va al encuentro de San Medardo, en Noyon, y le pide que la consagre a Dios. El anciano duda, los señores francos que están en la iglesia se oponen, pero la reina consigue, con un apóstrofe de grandeza soberana, impresionar al Santo, quien le impone las manos y la constituye en religiosa.

Radegunda marcha entonces a Tours, donde venera la tumba de San Martín, y se dirige a Saix. Saix era por aquel tiempo una villa real, transformada hoy en un pequeño pueblecillo atendido por el vecino cura de Roiffé. En los confines de la Turena y del Poitou, en, una naturaleza llena de extraordinaria belleza, aquel rincón se prestaba admirablemente para la vida que la reina aspiraba a llevar. Y así, religiosa en su propia casa, se dedica Radegunda a las tareas propias de su estado: lectura espiritual, oración, ejercicio de la caridad con los enfermos.

Todo parecía marchar bien cuando llega la noticia de que Clotario quiere reclamarla otra vez. Huye Radegunda a Poitiers y se refugia junto al sepulcro de San Hilario. El Santo consigue un milagro moral: Clotario construirá para ella un monasterio en Poitiers, con el título de Nuestra Señora. Intenta, sin embargo, un nuevo asalto, pero San Germán, el obispo venerado por todos, se interpone. Clotario ya no volverá a insistir y terminará pacíficamente sus días el año 562.

Las religiosas, atraídas por la fama de santidad de Radegunda, afluyen al monasterio de Nuestra Señora. Sólo la reina está a disgusto entre aquellas muestras de veneración que recibe por parte de sus hijas espirituales. Por eso un día consigue dejar el gobierno de la comunidad en manos de Inés, su hija preferida. Ella se dedicará únicamente a santificarse en los trabajos más humildes y costosos del monasterio, y a trabajar discretamente al servicio de su reino.

Hacia el año 567 un poeta originario de Italia llega a Poitiers. Viene rodeado de una aureola de gloria, después de una vida de trovador errante y devoto. Iba a acabarse para él ese continuo peregrinar. Radegunda e Inés iban a sujetarle con dulzura en Poitiers. Iniciado en la vida espiritual, recibe la ordenación sacerdotal y queda como consejero del monasterio. El mismo será quien, en una maravillosa Vida de Santa Radegunda, nos contará con todo detalle cómo transcurría la existencia de la antigua reina por aquellos días.

Hay, sin embargo, un episodio de la vida del monasterio que iba a tener repercusión en la liturgia universal. Santa Radegunda era, como lo somos todos, hija de su propio tiempo. Por eso compartía con su época la pasión por las reliquias. La recomendación del rey Sigeberto, su hijo político, y el apoyo de los príncipes de Turingia, sus primos, refugiados en Constantinopla, le consiguieron del emperador Justino II un fragmento considerable de la verdadera cruz. Era el año, 569.

Al acercarse la sagrada reliquia Poitiers vibra de entusiasmo. Y al entrar en el monasterio la cruz se cantan por vez primera los dos célebres himnos compuestos por Venancio Fortunato: Pange lingua gloriosi y Vexilla Regis prodeunt.

Tres afanes iban a centrar la vida de Santa Radegunda. El primero, consolidar su fundación. Ya con ocasión de la entrada de la verdadera cruz el obispo había mostrado su desdén hacia el monasterio, marchándose ostensiblemente de la ciudad, sin querer intervenir en la ceremonia. Apuntaba, por consiguiente, un peligro al que Radegunda quiso poner remedio oportunamente. No vaciló para ello en abandonar su convento, que había tomado el nombre de Santa Cruz después de la llegada de la reliquia, y hacer un viaje a Arlés, para estudiar sobre el terreno la regla que cincuenta años antes había escrito San Cesáreo, para las religiosas de San Juan, agrupadas en torno a su hermana mayor Cesárea. La abadesa las recibió, pues iba acompañada de Inés, la superiora de Santa Cruz, con encantadora caridad y les proporcionó todos los datos que querían. A la vuelta a Poitiers Radegunda puso por obra su plan: sustraer el monasterio a la autoridad del obispo diocesano, colocándole bajo otro que fuese superior.

Y, en efecto, sometió las reglas del monasterio a la firma de siete obispos, de los que cinco de ellos pertenecían a la provincia de Tours. Basándose en el valor personal que entonces solían tener las leyes, y teniendo en cuenta que cada uno de estos obispos tenía religiosas que eran, en cierto modo, súbditas suyas en el monasterio, la regla aparecía como obligatoria para cada una de ellas en virtud del mandato de su propio obispo. Como, por otra parte, esa regla era la de San Cesáreo de Arlés, e Inés había recibido la bendición de San Germán, obispo de París, nadie podía alegar una jurisdicción exclusiva sobre el monasterio y éste podía considerarse lo que hoy llamaríamos exento.

Quedaba un segundo afán: consolidar la vida interna del monasterio. Los testimonios contemporáneos son elocuentes. Santa Cruz reunía entonces dentro de sus muros doscientas monjas que llevaban una vida ejemplar y santa: salmodia, trabajo de la lana, copia de manuscritos, lectura, meditación, etc. Radegunda miraba aquel cuadro complacida. Según una de sus religiosas solía decirles ya al final de su vida: "Yo os he escogido, hijas mías, y vosotras sois mi luz, mi vida, mi reposo, toda mi felicidad. Vosotras sois mi planta predilecta". Bien es verdad que esto no se logró únicamente con leyes, sino muy principalmente con la ejemplaridad de su vida. Venancio Fortunato nos ha apuntado, con el realismo de aquella época de sencillez, la humildad con que la Santa se dedicaba a las tareas más repugnantes del monasterio, las horas que pasaba en la cocina, el rigor con que observaba la clausura,

Faltaba el cuidado de una tercera tarea. Esa estaba fuera del monasterio, y pertenece más bien a la historia general de Francia. Señalemos, sin embargo, que la reina viuda no se desentendió de la suerte de su pueblo. Conservó siempre una influencia grande en las familias entonces reinantes. "La paz entre los reyes, ésa es mi victoria", declaraba ella con sencillez. Y, acaso sin darse cuenta de toda la trascendencia que iba a tener su tarea, empujaba fuerte y suavemente hacia la fusión a los diversos reinos francos.

Murió el 13 de agosto del 587. Poseemos una descripción de sus funerales, que constituye una de las páginas más emocionantes de la literatura de aquellos tiempos. La escribió San Gregorio de Tours, el mismo que actuó en los funerales. El nos cuenta cómo, al salir del monasterio el cuerpo para ser llevado a la sepultura, las religiosas se apretujaban en las ventanas y en las saeteras de la muralla, rindiendo su último homenaje a su madre con sus gritos, sus lamentaciones y sus sollozos. Los mismos clérigos encargados del canto apenas conseguían sobreponerse a su propia pena, y les era difícil cantar oprimidos por las lágrimas. Fue un día inolvidable.

"Poitiers —escribía en 1932 el padre Monsabert— le ha permanecido fiel. Ningún nombre es más popular que el suyo; se lleva a los niños a su tumba, su recuerdo flota sobre el país; su obra, su comunidad, subsisten aún: es la abadía pronto catorce veces centenaria de Santa Cruz."



Santa Radegunda, reina
fecha: 13 de agosto
n.: c. 522 - †: 587 - país: Francia
otras formas del nombre: Radegundis
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Poitiers, de Aquitania, santa Radegunda, reina de los francos, quien, viviendo todavía su esposo el rey Clotario, recibió el velo sagrado de religiosa y sirvió a Cristo en el monasterio de la Santa Cruz de Poitiers, que ella misma había mandado construir, bajo la Regla de san Cesáreo de Arlés.
patronazgo: patrono de tejedores y ceramistas; protector contra la lepra, úlceras, sarna, y la fiebre en los niños; contra los peligros del agua.

Godofredo Kurth escribe en su biografía de santa Clotilde: «La figura de santa Radegundis es, sin duda, la más auténtica y conocida de su siglo. Toda la luz que la historia arroja sobre ese período converge en ella, ya que sus dos biógrafos la conocieron íntimamente, por no hablar de san Gregorio de Tours, quien se contaba entre sus admiradores». Radegundis nació en el año 518, probablemente en Erfurt. Era hija de Bertario, el rey pagano de una parte de la Turingia, que fue asesinado por su hermano Hermenefrido. El año 53l, Teodorico, rey de Austrasia, y su medio hermano Clotario I, rey de Neustria, trabaron batalla con Hermenefrido, le vencieron y volvieron a su patria con un rico botín. Radegundis, quien tenía entonces unos doce años, formaba parte de los prisioneros de Clotario. Según se dice, el monarca se encargó de instruirla y bautizarla, pero probablemente Radegundis era ya cristiana desde antes. La joven vivió hasta los dieciocho años en Athies, cerca de Peronne y se distinguió por su belleza, su bondad y su piedad. A los dieciocho años fue convocada a Vitry para contraer matrimonio con el rey.

Clotario I era el más joven de los hijos de Clodoveo, el primer monarca cristiano de los francos. No se distinguía ciertamente por su buen carácter; el P. Aigrain califica, con razón, a Clotario de «sensual y brutal». No se ha llegado todavía a desenmarañar la cuestión de los matrimonios sucesivos del monarca. Clotario se casó cinco veces y no es imposible que su matrimonio con Radegundis haya sido ilegítimo. La santa soportó su suerte con gran fortaleza. Aunque era reina, seguía siendo tan enemiga de la disipación y de las vanidades mundanas como lo había sido anteriormente. Dividía su tiempo entre las visitas a la iglesia y el cuidado de los pobres, de los enfermos y de los prisioneros. Fundó un hospital de leprosos, donde ella misma atendía a los enfermos, cuyas llagas solía besar. Una amiga le hizo notar un día que después de eso nadie se atrevería a besarla a ella a lo que Radegundis replicó: «Si nadie quiere besarme, no creáis que ello me molesta en lo más mínimo». Clotario dejaba a su esposa plena libertad para sus devociones; sin embargo, cuando empezó a perder el amor que profesaba a su santa mujer, se quejaba de que había contraído matrimonio más bien con una monja que con una reina y de que su corte se estaba transformando en un monasterio. Tales reproches eran injustos, ya que Radegundis consideraba que su primer deber, antes que todas sus devociones, consistía en ser una buena esposa. La santa soportaba con bondad y paciencia las infidelidades de Clotario y las bromas molestas que éste le dirigía constantemente a causa de su esterilidad. Pero, seis años después del matrimonio, Clotario cometió un crimen verdaderamente imperdonable, pues asesinó al hermano de su esposa, a quien había tomado prisionero junto con ella en la batalla de Unstrut y a quien Radegundis profesaba gran cariño.

Entonces Radegundis pidió a Clotario permiso de abandonar la corte. El rey se lo concedió, a no ser que haya sido él mismo quien la desterró. La reina se transladó a Noyon, donde pidió al obispo san Medardo el velo religioso. Este vacilaba un tanto, ya que la situación de Radegundis era bastante ambigua y, por otra parte, Clotario era tan violento como poco escrupuloso. Radegundis se presentó entonces en la iglesia vestida con el hábito de las religiosas y dijo a san Medardo: «Si no me consagráis a Dios, temed al Señor más que a los hombres, pues Él os pedirá cuentas de mi alma». San Medardo accedió a otorgar el diaconado a la reina. Radegundis se retiró primero a Saix, que era una de las posesiones de Clotario en el Poitou. Ahí hizo penitencia durante seis meses, empleó todas sus rentas en limosnas y asistió personalmente a los pobres. Después se transladó a Poitiers, donde construyó un convento y nombró abadesa a una amiga suya llamada Inés, a cuya obediencia se sometió implícitamente. Por entonces, Clotario, anunció que iba en peregrinación a Tours, pero se dirigió a Poitiers, con la intención de hacer volver a su esposa a la corte. Muy alarmada, Radegundis escribió una carta san Germán de París, para pedirle auxilio. El santo obispo fue personalmente a rogar al rey que dejase en paz a su inocente esposa. La intervención de San Germán fue tan eficaz, que Clotario le envió a Poitiers a pedir perdón en su nombre a Radegundis y a rogarle que orase por él para que Dios le perdonara. Desgraciadamente el arrepentimiento fue sólo pasajero, pues, entre otros crímenes, cometió el de quemar vivos en una cabana a su propio hijo y a sus nietos. Según se dice, murió arrepentido, aunque no tiene nada de sorprendente que el recuerdo de sus culpas le haya atormentado durante su última enfermedad. Como quiera que sea, Clotario no volvió a molestar nunca a santa Radegundis y aun se convirtió en bienhechor de su monasterio.

Aquel monasterio, que se llamó primero Santa María y recibió después el nombre de Santa Cruz, fue una de las primeras casas religiosas para hombres o para mujeres y, por consiguiente, una de las primeras en que se exigió la estricta clausura en forma permanente. Se observaba en él la regla de san Cesario de Arles, según la cual, las religiosas tenían que consagrar dos horas diarias al estudio, gracias a lo cual santa Radegundis aprendió un poco de latín. Bajo la influencia de la santa reina, el convento de Santa Cruz se convirtió en un centro intelectual y, por lo mismo, en un centro de paz. En cuanto se empezaba a hablar de guerra, santa Radegundis escribía a los enemigos, rogándoles en el nombre de Cristo que se reconciliasen. La única violencia que empleaba la santa era contra su propio cuerpo. Santa Cesaria la Joven, abadesa de San Juan de Arles, envió a Poitiers una copia de la regla y una carta de consejos a las religiosas, en la que les mandaba que aprendiesen a leer y les imponía la obligación de aprender de memoria el salterio.

Santa Radegundis enriqueció la iglesia que había construido con las reliquias de muchos santos. Como tuviese gran deseo de conseguir una reliquia de la cruz de Jerusalén, envió a Constantinopla a algunos clérigos para que manifestasen su deseo al emperador Justino. Éste le mandó una astilla de la cruz en un relicario de oro adornado con piedras preciosas, así como un rico ejemplar de los Evangelios y las reliquias de varios santos. Las reliquias fueron transladadas a la iglesia del monasterio de Poitiers en solemne procesión, con cirios, incienso y salmodia. El encargado de la translación fue el arzobispo de Tours, san Eufronio, ya que el obispo de Poitiers se había negado a ello por razones que desconocemos. Con tal ocasión, san Venancio Fortunato compuso el famoso himno «Vexilla regis prodeunt», que se cantó por primera vez el 19 de noviembre del año 569. Venancio era entonces un sacerdote de Poitiers, muy amigo de santa Radegundis, cuya biografía escribió. Sostuvo una nutrida correspondencia con ella y con la abadesa Inés, a quienes escribía cartas en versos latinos acerca de sus austeridades y su salud, agradecía los envíos de víveres y enviaba flores para mostrar su agradecimiento. La santa pasó sus últimos años en completo retiro y murió apaciblemente el 13 de agosto de 587. «Cuando nos enteramos de su muerte -escribe san Gregorio de Tours- acudimos al monasterio que ella había fundado en Poitiers. La encontramos ya en el féretro y la hermosura de su rostro sobrepasaba a la de los lirios y las rosas. Alrededor del catafalco había unas 200 religiosas de aquel claustro, que llevaban vida perfecta, sostenidas por las palabras de la santa. Muchas de ellas tenían sangre real en las venas, o habían pertenecido en el mundo a familias senatoriales». Baudonivia, una monja que se había educado con santa Radegundis y asistió a los funerales, cuenta que entonces un ciego recobró la vista y que tanto antes como después de la muerte de Radegundis se le atribuyeron varios milagros. En una ocasión, curó a una religiosa enferma, mediante un baño que duró dos horas, aunque no sabemos si fue una curación milagrosa o natural. Siguiendo el consejo de San Cesario Radegundis insistía en las ventajas del baño y, en Saix, solía bañar a los enfermos dos veces por semana.

Baudonivia escribió una biografía de la santa fundadora, «no para repetir lo que ya contó en la biografía de la bienaventurada Radegundis el apostólico obispo Fortunato, sino para narrar lo que dejó de contar». Por su parte, Venancio Fortunato había escrito: «Toda la admiración de la elocuencia humana es incapaz de expresar la piedad, la abnegación, la caridad, la mansedumbre, la rectitud, la fe y el fervor de Radegundis». A pesar de ello, el poeta se lanzó a la empresa con su elocuencia. El Martirologio Romano conmemora a santa Radegundis y su fiesta se celebra en muchos sitios. La santa es una de las patronas titulares del colegio de la Universidad de Cambridge, ordinariamente llamado «Jesus College».

Los datos que poseemos sobre santa Radegundis proceden de las biografías escritas por Venancio Fortunato y Baudonivia y de ciertas alusiones casuales de san Gregorio de Tours. Las dos primeras fuentes pueden verse en Mabillon, en Acta Sanctorum, y en B. Krusch, Monumenta Germaniae Historica, Scriptores Merov., vol. II, pp. 364- 395.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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