jueves, 29 de agosto de 2013

Santa Mónica - Madre de San Agustín

 
          


Nació en Tagaste (África del Norte) a unos 100 km. de la ciudad de Cartago en el año 331, de familia cristiana. Fue un modelo de madres; alimentó su fe con la oración y la embelleció con sus virtudes. Murió en Ostia el año 387.
Su esposo

Santa Mónica deseaba dedicarse a la vida de oración y de soledad, pero sus padres dispusieron que tenía que esposarse con un hombre llamado Patricio. Éste era un buen trabajador, pero de genio terrible, además mujeriego, jugador y pagano, que no tenía gusto alguno por lo espiritual. La hizo sufrir muchísimo y por treinta años ella tuvo que aguantar sus estallidos de ira, ya que gritaba por el menor disgusto, pero éste jamás se atrevió a levantar su mano contra ella. Tuvieron tres hijos: dos varones y una mujer. Los dos menores fueron su alegría y consuelo, pero el mayor Agustín, la hizo sufrir por varias décadas, cuya conversión le costó muchas lágrimas y oraciones.


Mónica le perdonó muchas cosas a su esposo Patricio y lo soportó con la paciencia de un carácter fuerte y bien disciplinado. Por su parte, Patricio aunque criticaba la piedad de su esposa y su liberalidad para con los pobres, la respetó y, ni en sus peores explosiones de cólera, levantó la mano contra ella. Mónica explicó su sabiduría sobre la convivencia en el hogar:

"Es que cuando mi esposo está de mal genio, yo me esfuerzo por estar de buen genio. Cuando él grita, yo me callo. Y como para pelear se necesitan dos, y yo no acepto la pelea, pues... no peleamos"

Esta fórmula se ha hecho célebre en el mundo y ha servido a millones de mujeres para mantener la paz en casa. Mónica recomendaba a otras mujeres casadas, que se quejaban de la conducta de sus maridos, que cuidasen de dominar la lengua por ser ésta causante en gran parte de los problemas en la casa. Mónica, por su parte, con su ejemplo y oraciones, logró convertir al cristianismo, no sólo a su esposo, sino también a su suegra, mujer de carácter difícil, cuya presencia constante en el hogar de su hijo había dificultado aún más la vida de Mónica. Patricio murió santamente en 371, al año siguiente de su bautismo.

Tres de sus hijos habían sobrevivido, Agustín, Navigio, y una hija cuyo nombre ignoramos.
Viuda, y con un hijo rebelde

Patricio no era católico, y aunque criticaba el mucho rezar de su esposa y su generosidad tan grande hacia los pobres, nunca se opuso a que dedicara de su tiempo a estos buenos oficios y quizás, el ejemplo de vida de su esposa logró su conversión. Mónica rezaba y ofrecía sacrificios por su esposo y al fin alcanzó de Dios la gracia de que en el año 370 Patricio se hiciera bautizar, y que lo mismo hiciera su suegra, mujer terriblemente colérica, que por meterse demasiado en el hogar de su nuera le había amargado grandemente la vida a la pobre Mónica. Un año después de su bautizo, Patricio murió, dejando a la pobre viuda con el problema de su hijo mayor.

El muchacho difícil

Patricio y Mónica se habían dado cuenta de que Agustín era extraordinariamente inteligente, y por eso decidieron darle la mejor educación posible y lo enviaron a la capital del estado, a Cartago, a estudiar filosofía, literatura y oratoria. Pero a Patricio, en aquella época, sólo le interesaba que Agustín sobresaliera en los estudios, fuera reconocido y celebrado socialmente y sobresaliese en los ejercicios físicos. Nada le importaba la vida espiritual o la falta de ella de su hijo, y Agustín, ni corto ni perezoso, fue alejándose cada vez más de la fe y cayendo en mayores y peores pecados y errores, porque poseía un carácter caprichoso, egoísta e indolente, con lo cual había hecho sufrir mucho a su madre.
Una madre con carácter

Cuando murió su padre, Agustín tenía 17 años y empezaron a llegarle a Mónica noticias cada vez más preocupantes del comportamiento de su hijo. En una enfermedad, ante el temor de la muerte, se hizo instruir acerca de la religión y propuso hacerse católico, pero al ser sanado de la enfermedad abandonó su propósito de hacerlo. Adoptó las creencias y prácticas de una secta Maniquea, que afirmaban que el mundo no lo había hecho Dios, sino el diablo.

Cuando Agustín volvió de las vacaciones a Tagaste, Mónica que era bondadosa pero no cobarde, ni débil de carácter, al escucharle argumentar falsedades contra la verdadera religión, para no oír las blasfemias del joven, lo echó sin más de la casa y cerró las puertas, porque bajo su techo no albergaba a enemigos de Dios. 

La visión esperanzadora

Pero una consoladora visión que tuvo, la hizo tratar menos severamente a su hijo:


"Soñó, en efecto, que se hallaba en el bosque, llorando la caída de Agustín, cuando se le acercó un personaje resplandeciente y le preguntó la causa de su pena. Después de escucharla, le dijo que secase sus lágrimas y añadió: 'Tu hijo está contigo'. Mónica volvió los ojos hacia el sitio que le señalaba y vio a Agustín a su lado". Cuando Mónica contó a Agustín el sueño, el joven respondió con desenvoltura que Mónica no tenía más que renunciar al cristianismo para estar con él; pero la santa respondió al punto: 
"No me dijo que yo estaba contigo, sino que tú estabas conmigo". 
Le narró a su hijo el sueño y él le dijo lleno de orgullo, que eso significaba que se iba a volver maniquea, como él. A eso ella respondió:
"En el sueño no me dijeron, la madre irá a donde el hijo, sino el hijo volverá a la madre"
Su respuesta tan hábil impresionó mucho a su hijo Agustín, quien más tarde consideró la visión como una inspiración del cielo. Ésto sucedió en el año 337. Aún faltaban 9 años para que Agustín se convirtiera.
La célebre respuesta de un Obispo

San Agustín
En cierta ocasión Mónica contó a un Obispo que llevaba años y años rezando, ofreciendo sacrificios y haciendo rezar a sacerdotes y amigos por la conversión de Agustín. El Obispo le respondió:
"Esté tranquila, es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas"
Esta admirable respuesta y lo que oyó decir en el sueño, le daban consuelo y llenaban de esperanza, a pesar de que Agustín no daba la más mínima señal de arrepentimiento.

El hijo se fuga,
y la madre va tras de él

A los 29 años, Agustín decide irse a Roma a dar clases. Ya era todo un maestro. Mónica se decide a seguirle para intentar alejarlo de las malas influencias pero Agustín al llegar al puerto de embarque, su hijo por medio de un engaño se embarcó sin ella y se va a Roma sin ella. Pero Mónica, no dejándose derrotar tan fácilmente toma otro barco y va tras de él.

Un personaje influyente

En Milán; Mónica conoce al santo más famoso de la época en Italia, el célebre San Ambrosio, Arzobispo de la ciudad. En él encontró un verdadero padre, lleno de bondad y sabiduría que le impartió sabios consejos. Además de Mónica, San Ambrosio también tuvo un gran impacto sobre Agustín, a quien atrajo inicialmente por su gran conocimiento y poderosa personalidad. Poco a poco comenzó a operarse un cambio notable en Agustín, escuchaba con gran atención y respeto a San Ambrosio, desarrolló por él un profundo cariño y abrió finalmente su mente y corazón a las verdades de la fe católica.

La conversión tan esperada

En el año 387, ocurrió la conversión de Agustín, se hizo instruir en la religión y en la fiesta de Pascua de Resurrección de ese año se hizo bautizar.

 

Agustín ya convertido, dispuso volver con su madre y su hermano, a su tierra, en África, y se fueron al puerto de Ostia a esperar el barco. Pero Mónica ya había conseguido todo lo que anhelaba en esta vida, que era ver la conversión de su hijo. Ya podía morir tranquila. Y sucedió que estando ahí en una casa junto al mar, mientras madre e hijo admiraban el cielo estrellado y platicaban sobre las alegrías venideras cuando llegaran al cielo, Mónica exclamó entusiasmada:
"¿Y a mí que más me amarra a la tierra? Ya he obtenido de Dios mi gran deseo, el verte cristiano"
Poco después le invadió una fiebre, que en pocos días se agravó y le ocasionaron la muerte. Murió a los 55 años de edad del año 387. Agustín le cerró los ojos y contuvo sus lágrimas. Pero, en cuanto se halló solo y se puso a reflexionar sobre el cariño de su madre, lloró amargamente. Se cree que las reliquias de la santa se conservan en la Iglesia de S. Agostino. 

Mónica había querido que la enterrasen junto a su esposo. Por eso, un día en que hablaba con entusiasmo de la felicidad de acercarse a la muerte, alguien le preguntó si no le daba pena pensar que sería sepultada tan lejos de su patria. La santa replicó:
"No hay sitio que esté lejos de Dios, de suerte que no tengo por qué temer que Dios no encuentre mi cuerpo para resucitarlo"
A lo largo de los siglos, miles han encomendado a Santa Mónica a sus familiares más queridos y han conseguido conversiones admirables.

En algunas pinturas, está vestida con traje de monja; ya que por costumbre así se vestían en aquel tiempo las mujeres que se dedicaban a la vida espiritual, despreciando adornos y vestimentas vanidosas. También la vemos con un bastón de caminante, por sus muchos viajes tras del hijo de sus lágrimas. Otros la han pintado con un libro en la mano, para rememorar el momento por ella tan deseado, la conversión definitiva de su hijo, cuando por inspiración divina abrió y leyó al azar una página de la Biblia.

Oración de Súplica

Oh Dios, que observaste las devotas lágrimas
y ruegos de Santa Mónica y le concediste por escuchar
sus rezos la conversión de su marido
y el regreso penitente de su hijo Agustín,
concédenos la gracia de implorarte
también con verdadero celo,
para que así podamos obtener como ella,
la salvación de nuestra alma
y las almas de nuestros allegados.
Por Cristo Nuestro Señor.
Amén.

Oraciones a Santa Mónica


Querida Santa Mónica, esposa y madre preocupada,
muchas tristezas se clavaron en tu corazón
durante tu vida.  Sin embargo, nunca te desesperaste
o perdiste la fe. Con confianza, persistencia
y profunda fe rezaste diariamente
por la conversión de tu amado esposo, Patricio,
y tu hijo amado, Agustín.
Concédeme la misma fortaleza, paciencia
y confianza en el Señor.  Intercede por mi,
querida Santa Mónica, para que Dios
pueda escuchar favorablemente mi súplica
(mencione aquí su petición)
y me conceda la gracia de aceptar
su voluntad en todas las cosas,
por medio de Jesucristo, nuestro Señor,
en la unidad del Espíritu Santo,
un sólo Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

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