miércoles, 28 de agosto de 2013

Vanidad, el comienzo de todos los males

 
 
“Vanidad, pura vanidad!, dice el sabio Cohélet…¡Nada más que vanidad!.
(Ecl 1, 2; 2, 21-23)
 

Para el papa Gregorio, la vanidad era el peor de los siete pecados capitales, el que contiene la semilla de todo el mal. Él escribió: “La vanidad es el comienzo de todos los pecados”.
Como consuelo, mi padre decía que debemos dejar  la vanidad a los que no tienen otra cosa que mostrar, y aquel que está en Dios y con Dios, no conoce la vanidad por que vive para El. Ciertamente, los vanidosos, están más preocupados de lo que piensan los demás de él, con tal afán, que aún se preocupan de pensar que hablarán de él el día de su muerte y después ya enterrados. También hay vanidosos que buscan enseñar, pero lo que hacen es buscar que se les reconozcan por sabios o prudentes, pero la vanidad es el amor propio al descubierto. Lo que está claro es que el vanidoso, de todas maneras es un hombre celoso, que le hace traición a la prudencia y por vanidad, busca quitarse de encima, a cualquier persona que sea más apreciado que él.
El vanidoso, es presumido, es jactancioso y confía excesivamente en las habilidades propias,  y con falsas sonrisas, busca la atracción hacia los demás y hace gala de que la tiene.  Un superior, ya sea de una orden religiosa o de una organización de la vida civil, no catequiza ni convence, porque la vanidad siempre va acompañada de la arrogancia, el engreimiento y es una expresión exagerada de la soberbia. Hay también muchos que se consideran hombres importantes  y solo depositan su confianza en las cosas mundanas, y no acuden nunca a Dios, como también hay otros que se muestran como hombres de oración solo para que los idolatren, pasando la vanidad a ser su vicio maestro.
El hombre que nos es vanidoso, es alguien que necesita de Dios y nada le hace rechazar a Dios en su vida cotidiana, es de “manos limpias y puro corazón, y la vanidad no lleva su alma, ni con engaño promete”. (Salmo 24,4).
Vanidad, pura vanidad!, dice el sabio Cohélet. ¡Vanidad, pura vanidad! ¡Nada más que vanidad!. El Eclesiastés, nos trae hoy una invitación a reflexionar sobre el concepto de la vanidad. El sabio Cohélet, es expresión de la sabiduría humana que ha sido alimentada por Dios, que es él que de verdad la concede. “Dios concedió a Salomón sabiduría e inteligencia muy grandes y un corazón tan dilatado como la arena de la orilla del mar. La sabiduría de Salomón era mayor que la sabiduría de todos los hijos de Oriente y que toda la sabiduría de Egipto. Fue más sabio que hombre alguno,  (1 Reyes 5, 9-10). El Eclesiastés, nos invita y nos ayuda a dominar las pasiones y nos estimula a  buscar el amor natural con despego, considerándolo como uno de los momentos importantes y una de las expresiones vitales de la existencia junto con el nacimiento y la muerte, donde a través de la vida hay: “Su tiempo el amar, y su tiempo el odiar; su tiempo la guerra, y su tiempo la paz”  (Eclesiastés  3,8), todo esto para mostrar que todo es vanidad como nos expresa la lectura del Eclesiastés de hoy.
El hombre de hoy, necesita una experiencia profunda y la tiene en sus manos a través de la lectura y meditación y oración que nos ofrece el sabio Cohélet: “Pues bien, a todo eso he aplicado mi corazón y todo lo he explorado, y he visto que los justos y los sabios y sus obras están en manos de Dios. Y ni de amor ni de odio saben los hombres nada  (Eclesiastés 9,1)
El vanidoso, se ama más a sí mismo y sufre si los demás no lo consideran como un ser importante, el vanidoso piensa que el secreto de la felicidad esta en la abundancia de bienes, en la riqueza, en el poder y en ser admirado por los que le rodean, pero el secreto de la felicidad humana radica en el amor a Dios y a todos los hombres, de ahí, que debemos examinar cuanto de vanidad tenemos en nosotros, y pedir a Dios que nos aleje de ella y nos proteja de los vanidosos.
Dice un proverbio, " Más vale un plato de legumbres, con cariño, que un buey cebado, con odio. (Proverbios 15,17), por esta razón se declara bienaventurados a aquellos que mueren en el amor y lejos de la vanidad: Felices aquellos que te vieron y que se durmieron en el amor, que nosotros también viviremos sin duda. (Eclesiástico 48,11).
San Juan de la Cruz, escribió desde su fría y olvidada celda: “Al atardecer de nuestra vida... se nos juzgará sobre el amor”
El Señor nos Bendiga
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Fuentes
Sagrada Biblia de Jerusalén
 
Diccionario Teológico Ravasi

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