viernes, 27 de septiembre de 2013

¿Cómo rezar cuando las cosas cuestan y cuando no?

Acabo de estar en la Sierra Tarahumara, en el Estado de Chihuahua, México. Visité la misión de Cusárare y al entrar al templo presencié el momento en que una mujer Tarahumara colocaba las primicias de su cosecha junto al Sagrario. A juzgar por sus gestos y su forma de orar, su ofrenda iba animada y acompañada de un corazón ardiente de amor a Dios. Me gustó también la humildad de esta mujer sencilla que se ruborizó al verme entrar, creo que ella hubiera preferido que su ofrenda quedara en secreto, entre ella y Dios.
ofrenda tarahumara

Me recordó a aquella viuda que Jesús puso como ejemplo de generosidad: "Jesús se sentó frente al arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del Tesoro: muchos ricos echaban mucho. Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del as. Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: «Os digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro. Pues todos han echado de los que les sobraba, ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir». (Mc 12,38-44)
Lo que a Jesús más le agradó fue que ella se dio a sí misma: en eso consistió su ofrenda. Como la Virgen María que se dio por completo: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra." La viuda amó con obras: se dio y dio lo que tenía.
La mujer Tarahumara, al llevar a Cristo Eucaristía el fruto de su esfuerzo durante tantos días y meses de trabajo, estaba reconociendo que de Él lo había recibido y a Él se lo entregaba. No dio de lo que le sobraba, era una mujer notablemente pobre. Su oración iba más allá de la formalidad de llevar las primicias al Señor; esas mazorcas simbolizaban un corazón generoso con Dios y con los hermanos. Lo que ella estaba poniendo sobre el altar de Dios era su vida, su trabajo, su amor.
"El sacrificio exterior, para ser auténtico, debe ser expresión del sacrificio espiritual. "Mi sacrificio es un espíritu contrito..." (Sal 51,1 9). Los profetas de la Antigua Alianza denunciaron con frecuencia los sacrificios hechos sin participación interior o sin relación con el amor al prójimo. Jesús recuerda las palabras del profeta Oseas: "Misericordia quiero, que no sacrificio" (Mt 9,13; 12,7) El único sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en la cruz en ofrenda total al amor del Padre y por nuestra salvación. Uniéndonos a su sacrificio, podemos hacer de nuestra vida un sacrificio para Dios." (Catecismo 2100)
Cuando le ofreces tu vida a Dios, le dices que le amas. Le dices que confías en Él. Le dices que Él es lo mejor que te ha pasado. Le dices que Él es el sentido de tu vida. Le dices que con nada puedes pagar lo que Él hizo por ti. Le regresas amor por amor.
La ofrenda es una forma de oración. Toda la jornada puede ser una oración si se la ofrecemos al Señor.
Cuando tenía 14 años mi director espiritual me entregó la siguiente oración de ofrecimiento para que la rezara todos los días al levantarme:

Señor Jesús:
Te entrego mis manos para hacer tu trabajo.
Te entrego mis pies para seguir tu camino.
Te entrego mis ojos para ver como tú ves.
Te entrego mi lengua para hablar tus palabras.
Te entrego mi mente para que tú pienses en mí.
Te entrego mi espíritu para que tú ores en mí.
Sobre todo te entrego mi corazón para que en mí ames a tu Padre y a todos los hombres.
Te entrego todo mi ser para que crezcas tú en mí, para que seas tú, Cristo, quien viva, trabaje y ore en mí.
Amén.

tarahumara capilla
Santa Teresita del Niño Jesús nos enseñó a su vez esta oración para el inicio del día:
Dios mío! Os ofrezco todas mis acciones de hoy, según las intenciones del Sagrado Corazón de Jesús, y sólo para su gloria.
Quiero santificar los latidos de mi corazón, mis pensamientos y mis
obras, por más insignificantes que sean, uniéndolas a sus méritos
infinitos, y para reparar mis faltas, arrojándolas en la inmensa
hoguera de su Amor Misericordioso.
Oh Dios mío! os pido para mí y para mis seres queridos, la gracia
de cumplir, con toda perfección, vuestra santa voluntad y aceptar,
por vuestro amor, las alegrías y las penas de esta vida pasajera,
para que un día estemos reunidos en el Cielo por toda la
eternidad.
Amén!

Nuestra oración de ofrecimiento puede ser breve y sencilla, incluso espontáneamente, con nuestras palabras, podemos dirigirnos así a Dios nuestro Señor para iniciar bien la jornada:
Te ofrezco, Señor, este día. Soy tuyo, el día es tuyo. Haz conmigo lo que quieras. "Aquí estoy, Señor, para hacer tu Voluntad" (1 Sam 3, 4).

Todo lo que hagamos podemos ofrecérselo a Dios como un acto de amor, desde las cosas más ordinarias hasta otras más grandes que supongan mucha generosidad y desprendimiento personal. Esta forma de oración nos ayuda a mantener contacto con Dios durante todo el día, como el padre de familia que durante la fatiga del trabajo diario recuerda con frecuencia: "Es por amor a mi esposa y a mis hijos, lo hago por ellos." Ese es el sentido del ofrecimiento, tanto de lo que cuesta como de lo que se disfruta: hacerlo por amor. De alguna manera es como brindar.
La enfermedad y el sufrimiento físico son buena ocasión para presentar nuestra ofrenda al Señor, uniéndonos e identificándonos con Cristo crucificado. Una oración así, además de ser agradable a Dios, es curativa: «Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito» (Enc. Spe salvi, 37).
Cuando las cosas cuestan y también cuando no: ofréceselas a Dios.

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