martes, 29 de octubre de 2013

La Elección de Jesús


"Presupongo ser tres pensamientos en mi, es a saber, uno propio mío, el cual sale de mi mera libertad y querer, y otros dos, que vienen de fuera: el uno que viene del buen espíritu, y el otro del malo" (EE 32).


Jesús vivió en medio de una gran expectativa de liberación propia de todo su pueblo (Lc 3,15), y no sería raro que, desde su cotidiano Nazaret, su compasión le pedía buscar hacer algo por cambiar esta situación esclavizante. Todo Israel esperaba al Mesías, pero desde plataformas muy diversas: los esenios decían que el Reino vendrá gracias a la oración y la penitencia; los fariseos, mediante la pureza ritual y la observancia de la Ley; los saduceos directamente tranzaron con los romanos, hicieron alianza con el poder y así participar en sus ganancias; los zelotas proponían la guerrilla violenta como camino de liberación. Por todos los datos que tenemos podemos imaginar que entre las diversas alternativas, Jesús escucha también la conmoción producida por el mensaje del Bautista (Lc 3, 1-6), y percibe su inspiración, el sello del Espíritu. Seguramente habría realizado un discernimiento ante este llamado, lo habría confrontado con María, y opta por el modo de seguimiento que propone su primo Juan. Deja su casa, emprende su marcha, llega al Jordán y se hace bautizar por él, siguiendo el discernimiento hecho en Nazaret. El movimiento de Juan no era bien visto por todos. Era carismático, fuera de los contornos de la Ley. Tenía un cierto origen esenio, pero sobre todo ponía el énfasis en la necesidad de un cambio personal y estructural en Israel (Lc 3, 10-14).

Pero la voz del Padre resuena al salir del agua y el Espíritu lo unge en forma de paloma. Es el símbolo de una nueva creación, una nueva identidad, en consonancia con Gn 1, 2. En ese momento, al salir del agua, Jesús tiene una fuerte experiencia espiritual, siente la unción del Espíritu y la voz del Padre: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección” (Mt 3, 17).

Jesús reconoce que las palabras del Padre son aquellas de Isaías 42, 1-7, cuando habla del Siervo de Yahvé... entiende que su discernimiento comenzado en Nazaret toma un rumbo nuevo: ya no será seguir a su primo Juan, pues ha sido ungido como Servidor de Yahvé. Jesús conoce las Escrituras y sabe que estas palabras de Isaías encierran todo un programa de vida. Allí es conducido por el Espíritu al desierto (Mt 4,1), para meditar sobre el nuevo proyecto que se le ha presentado.

Allí es puesto a prueba por el tentador. Jesús padece las tentaciones que también tenemos:
# La primera tentación, de convertir las piedras en pan, expresa nuestra inclinación a querer liberarnos de todo límite (el obstáculo de las piedras), y de pretender vivir el paraíso en la tierra. Las piedras convertidas en pan nos brindan una imagen paradisíaca, donde tenemos a disposición inmediata todo lo que necesitamos y donde nada nos frena el camino. La actitud contraria es aceptar los límites de nuestra existencia y enfrentar los desafíos de la vida, asumiendo que siempre hay dificultades y carencias.
# La segunda tentación está relacionada con la anterior y consiste en el fideísmo: pretender exigir a Dios un milagro permanente, qué Él solucione los problemas sin nuestro esfuerzo y cooperación. Eso se llama “tentar a Dios”, ya que él puso en nosotros las capacidades que nos permiten encontrar soluciones, y él respeta esa capacidad que nos dio; por eso no interviene milagrosamente cuando somos nosotros los que podemos hallar una salida.
# La tercera tentación es el polo opuesto, y consiste en la búsqueda del poder y la gloria a toda costa, como un absoluto imprescindible para que el Reino venga. Es la tentación de la eficacia omnipotente de los medios humanos, de tal manera que sin ellos nada es posible, y cuanto más poder mediático más evangélicos somos. Jesús responde con el absoluto de la búsqueda de la voluntad de Dios, con el deseo de ser Hijo, Hijo en el sentido de Isaías 42, el Siervo.

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