martes, 29 de octubre de 2013

LA FILOCALIA EN EL MONTE ATHOS HOY



 José el Hesicasta
(1898 – 1959)

La Filocalia es obra del Espíritu Santo. Él nos introducirá en toda la verdad (cf Juan 16,13): justo por esto la Filocalia no está aún terminada. En el siglo XX han aparecido testimonios posteriores de esta continua acción del Espíritu, el cual se sirve del llanto y de la sangre de sus nuevos instrumentos para añadir nuevas páginas a la incompleta obra filocálica

Al inicio del siglo XX, el monte Athos estuvo más poblado respecto a los años 50. Asia menor,  principal vivero del monaquismo athonita, floreció. Historias como la de diez amigos que se hicieron monjes todos juntos, hoy parecerían verdaderamente imposible. O también, cuando hablo con un monje anciano que vive sobre mi celda, el padre Simeón, originario de un país vecino a Esmirna, me encuentro frente al hecho de que para algunos una vida sin fe parecería inverosímil.

En 1922, por motivos históricos, el corazón del cristianismo dejó de latir en Asia Menor, y por motivos análogos también de la martirizada Rusia no vinieron más monjes a la Montaña Santa: la península athonita comenzaba a apagarse. Entonces Dios nos mandó silenciosamente a un hombre suyo, que cultivó escondiéndolo entre las rocas, cerca de la cima del Athos.

Se lee en una de sus cartas a una “hija de Jesús”, escrita poco después de mitad de siglo: “Me he encerrado en una tumba y no quiero saber si los otros viven o cómo lo pasan.” ¿Qué cosa quería entonces este desconocido que se enterró por veinte años entre las grutas y las peñas? Aquello de lo cual habla la Filocalia: deseaba la oración de Jesús, la oración mental, la purificación de sus pensamientos, la iluminación de su mente, la purificación del corazón y la visión de Dios.

El anciano al cual obedecía era una persona simple, no podía ayudarlo, sin embargo, él le concedía la bendición para ir a otros lugares a buscar lo que anhelaba. Comenzó entonces una lucha que a nuestros ojos superficiales parece increíble, escandalosa para nuestra mente “racional” e insoportable para nuestro corazón perezoso. No hubo gruta que no haya escuchado su llanto, no hubo libro espiritual que no haya sido empapado por las lágrimas de este hombre tan poco instruido. En la biblioteca del monasterio de San Pablo leía la Filocalia. ¿Qué pudo entender? ¿Cómo habría podido entender? La respuesta es una sola: el mismo Espíritu que había iluminado a los autores, iluminó también al lector. El Espíritu, a partir de la llama temblorosa de su deseo, provocó un incendio.

Un día, mirando la capilla de la Transfiguración que se encontraba sobre la cima del Athos, el hombre de Dios ve un extraordinario rayo que lo golpeó en el corazón, y la oración de Jesús: “Señor Jesucristo, ten piedad de mí” comenzó a surgir incesantemente en él. Comenzó entonces a recibir discípulos: muchos iban a él atraídos por su santidad, pero pronto escapaban, espantados por su austeridad. Se comenzó a escuchar por los monasterios el nombre de José, pero él no se mostraba. Escribe un contemporáneo suyo:

 “La comunidad del anciano José, este padre néptico contemporáneo de gran fama en el Monte Athos, estaba compuesta de monjes selectos y capaces de hacerse violencia. Estos cultivaban la oración del corazón y fueron la vanguardia espiritual de nuestro skit. El anciano José me era del todo desconocido: su gruta estaba en un lugar que pocos monjes conocían.”

En esta gruta el anciano golpeó repetidamente las piedras de las pasiones, la roca de la ignorancia y la fuente escondida de la Filocalia comenzó de nuevo a surgir para los fieles sedientos. Un hijo espiritual suyo, Sotirios Schinas, comenzó a publicar textos filocálicos desde la casa editorial Astir-Papadimitriou, la cual ha publicado los cinco tomos de la Filocalia. Sucesivamente el célebre monje y escritor Theoklitos Dionysiatis publicó textos filocálicos espléndidamente desarrollados y comentados.
El anciano de la gruta, José el Hesicasta, a causa de la débil salud de su discípulo más joven se trasladó de la gruta y de las chozas de las regiones montañosas a otro sitio con una altitud menor, hasta que llegó a Nea Skit, donde murió después de haber visto y revelado no solo el día preciso de su muerte, sino también el nombre de los peregrinos que asistirían a su feliz tránsito.
En seguida el más joven y débil entre sus discípulos, que había causado a su pesar el traslado de la comunidad, fue quien en la segunda mitad del siglo XX se dedicó a la enseñanza de la Filocalia tanto en  grutas y chozas, en abadías y como así también en el ruido de la ciudad. ¿De quién se trata?

Un día llegó hasta el anciano José un pequeño y delgado muchacho y se postró ante él. El terrible asceta le dio una estera, le mostró una pequeña gruta y le dijo: “Permanecerás aquí”; y él, habiendo entrado, se dijo a sí mismo: “¡Muere y quédate en tu tumba!”. En aquel momento morían para él sus padres, sus amigos, la tierra en la que había nacido y el mundo entero.

Sus luchas corporales, los años de su “muerte” en la gruta, son tan increíbles como los de su anciano.

Pero los hombres espirituales se reconocen por sus resultados, y lo que ellos siembran es recogido por otros. Y  ya que sembró y enterró dando cada cosa a Dios, Dios a su vez lo colmó de dones increíblemente ricos. Y cuando este muchacho se volvió luz y llama, Dios lo tomó de la oscuridad y lo manifestó como Abba Efrén Spelaiotes (el de la gruta). Así, el que había dicho en una gruta del Athos: “¡Muere y quédate en tu tumba!”, celebró la eucaristía en Hawai y fundó monasterios en Texas y en Arizona.

Nos encontramos frente al fenómeno de un asceta iletrado y de un padre que tuvo solamente una instrucción elemental, el cual dio vida con su existencia –increíble pero verdadero- a más de treinta monasterios. ¿Cómo ha podido suceder? Ha ocurrido esto para que comprendiéramos que ciertas cosas no son fruto del actuar humano. Esto ha ocurrido para que entendiéramos Quien es el que obró en estos dos hombres,  los cuales han tenido la invocación: “Señor Jesucristo, ten piedad de mí” como el objetivo de sus vidas.

Cuando fui por primera vez al monasterio, el Higúmeno, aquel presbítero poco instruido, me dio de regalo nada menos que sus cinco tomos de la Filocalia. Veo aún los innumerables subrayados que él había realizado, sobretodo a los Capítulos sobre la caridad de Máximo el Confesor, en el texto antiguo. Hoy la Filocalia circula en lengua moderna, está a disposición de todos gracias a la edición Perivolitis Panaghias di Salonicco.

El Padre Loukas, sabio e infatigable bibliotecario del monasterio de Philotheou, ha logrado recoger y llevar a término la edición de muchas cartas del padre José en el libro Descripción de una experiencia monástica, texto que una vez leído hace pensar mucho, y aclara por qué al inicio de mí exposición he dicho que la Filocalia se sigue escribiendo aún:

Quisiera concluir este artículo ofreciendo unas palabras de estos dos hombres.

Decía el Padre José:

No te desanimes a causa de tus pensamientos, grita continuamente la oración, con violencia, con fuerza, con mucha fatiga: “Señor Jesucristo, ten piedad de mí”… Estad atentos, no cedas a los pensamientos. Te cansarás mucho, hasta que comprendas  que la oración sin atención y vigilancia es una pérdida de tiempo, un trabajo sin recompensa. Ninguno nunca ha llegado a la oración sin la vigilancia… Los que se unen a los pensamientos obscenos contaminan todo el hombre, como un perro muerto… ¿Nunca has visto un monje sin obediencia? Es una vela sin aceite que velozmente se apaga… Con el amor por Cristo y por la santísima Madre de Dios la vigilancia y la contemplación crecen mucho más que con otras fatigas.

Decía el Padre Efrén: 

Nosotros valoramos la intensidad de la guerra que los demonios nos hacen en nuestra mente por los malos pensamientos, que muchas veces vienen a nosotros con tal ímpetu, maldad, furor y amenazan barrer, en lo posible, con todo. Si el hombre no resiste, y no le enfrenta con arte y método, estos lo sumergirán y lo reducirán a la esclavitud. Entonces el hombre se comportará absolutamente según el querer de los demonios. Y en esta lucha debemos empeñar todas nuestras potencialidades, a fin que con toda nuestra atención, apenas llegue la mala imaginación acompañada por los malos pensamientos, podamos echarla y rechazarla, afrontándola al instante con el arma de la oración: “Señor Jesucristo, ten piedad de mí”. Velad pues sobre vuestra mente.

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