martes, 29 de octubre de 2013

LA FILOCALIA



(1921-2009)

La Filocalia significa “amor por la belleza”, o también, florilegio, antología. La belleza a la que se refiere es la de Dios, que se refleja en la creación, si bien las fuerzas de la nada, con nuestra complicidad, destruyen en parte lo creado. El objetivo de los textos filocálicos es ayudarnos, en Cristo, a liberar toda belleza. Podemos así entender la definición de Dionisio Areopagita: la belleza “suscita toda comunión”. Por esto el padre André Scrima afirmó que el genio de la ortodoxa es “filocálico”.

Toda colección de textos espirituales destinada a favorecer e interiorizar la oración es una pequeña filocalia. Cada uno puede componer así su propia filocalia. Pero existen grandes filocalias que han sido verdaderos e importantes eventos que marcaron la historia de la Iglesia.  Fue así que  Basilio el Grande y Gregorio el Teólogo en el siglo IV salvaron, haciendo una filocalia, los más bellos textos de Orígenes, cuyo sistema de pensamiento era bastante polémico. Semejante a esta, aunque más breve, aparecen presentaciones de este tipo en el período bizantino, como por ejemplo el Tratado sobre la sobriedad y sobre la custodia del corazón de Nicéforo el Hesicasta. Sin embargo, la que fue reconocida como la “filocalia” por antonomasia, es la gran Filocalia griega, publicada en Venecia (lejos de las limitaciones del imperio otomano) en el 1782. En ella sólo hay un  autor que no es de lengua griega, pero igualmente traducido, este es Juan Casiano.

La gran Filocalia es uno de los frutos, y además uno de los instrumentos, de la renovación espiritual que, en los últimos decenios del siglo XVIII, arrancó a la Iglesia ortodoxa de la decadencia y la hizo capaz de afrontar los tiempos nuevos de la Europa de las “Luces”: en Grecia, gracias al mensaje y la acción de Cosmas Etolós. En Rusia, con la espiritualidad ya dostoevskiana de Tichon de Zadonskyj y por la multiplicación de grupos de oración femenina. En los países rumanos, que servían de refugio a los monjes rusos y ucranianos más contemplativos, mediante la irradiación del starec Basilio de Poiana Marului. La decadencia a la cual aludo es aquella evidenciada por el cisma en la Iglesia rusa, cuyo patriarcado fue  suprimido por Pedro el Grande. (…) Esta crisis produce el olvido en los monasterios de los textos fundantes de la vida espiritual… La renovación espiritual que contrasta tal decadencia viene gracias a la recuperación de una teología y de una vida sacramental fiel a la tradición. Y con este fin los encargados de la Filocalia, Macario (Notaras), ya metropolita de Corinto, y Nicodemo el Hagiorita (es decir, de la santa montaña del Athos) publicaron una obra muy documentada que recomendaba la práctica regular de la comunión y que criticaba el rito que la sustituía constituido por la consumación dominical de los collive, es decir los dulces ofrecidos a los muertos (fue la célebre disputa de los “collivades”, que se mantuvo por mucho tiempo en el Athos). Nicodemo había empezado a publicar en Viena las obras de Gregorio Pálamas y de Simeón el Nuevo Teólogo, pero todos los volúmenes que había publicado fueron destruidos por un incendio, pérdida que fue sin duda dolorosa.

Los dos amigos se dedicaron entonces  a la Filocalia. Ella se publicó sin complicaciones con el título: Filocalia de los santos padres népticos compilada a partir de nuestros padres santos y teóforos, en la cual, a través de la práctica (praxis) y la contemplación (theoría) de la filosofía moral, el intelecto es purificado, iluminado y hecho perfecto. Corregida con grandísimo cuidado y publicada gracias a los gastos del muy honorable y muy amado de Dios el Señor Juan Mavrocordato, para la utilidad común de los ortodoxos. (Venecia, 1782, en la imprenta de Antonio Bortoli). Explicamos algunos términos:

-          Néptico: que se dedica a la népsis, atención, vigilancia y vigilia.
-          Filosofía moral: sabiduría espiritual.
-          Intelecto; en griego nous, el órgano de la contemplación.
-          Juan Mavrocordato: un señor rumano, quizás el hijo de un príncipe moldavo. Los rumanos, que habían salvaguardado cierta autonomía, fueron los principales benefactores de los monjes del Athos y de los lugares santos.

Macario y Nicodemo  tienen roles diferentes pero igualmente importantes en el origen de la Filocalia. El primero buscó, descubrió y eligió los textos en base a su calidad, el segundo redactó las introducciones e el importante prefacio.

Lo que la Filocalia quiere recuperar de un modo aggiornado, quizás buscando adaptar la tradición a los tiempos nuevos, a través de la divulgación de lo que, aunque no era secreto, permanecía cubierto de gran discreción, es la tradición hesicasta (del griego hesychía: paz, silencio de la unión con Dios) que ha sido y es todavía el alma del monaquismo oriental, y que Gregorio Pálamas había justificado teológicamente en el siglo XIV. No se trata pues de una “escuela de espiritualidad” en el sentido occidental, sino del corazón mismo de la existencia ortodoxa, en el cual el dogma es inseparable de la oración.

Macario dice haber descubierto en la biblioteca del monasterio de Vatopedi “una antología sobre la unión del intelecto con Dios, seleccionada a partir de los escritos de los antiguos padres, por obra de píos monjes de otros tiempos”. Él afirma también haber encontrado otros libros sobre la oración “de los cuales no había sentido nunca hablar”, y todo en un notable mal estado. Sin duda es de aquí que le viene la inspiración de realizar tan gran trabajo. Por otra parte, a partir del 1700, había sido editada la versión griega de las obras de Isaac de Nínive bajo el nombre de Isaac el Sirio –cruce significativo del genio siríaco y del griego-.

La Filocalia, dice Nicodemo en su prefacio, es publicada “tanto para los monjes como para los laicos”, todos llamados a “unificarse” interiormente uniéndose a Dios, y mediante tal unión, en Cristo, unirse a todos los hombres, según la oración sacerdotal del Señor  “que todos sean uno como nosotros somos uno” (Juan 17, 22). Por esta razón en los últimos textos de la colección, los cuales insisten con mayor frecuencia sobre el uso concreto del “método”, son redactados en lengua popular. Es por este motivo también que en ellos son deliberadamente ignorados los ritos y los detalles de la vida monástica. Por este  mismo motivo, en definitiva, son evitados también los textos que se refieren a las polémicas con los otros cristianos.

Los textos.

En cuanto a los textos incluidos en la Filocalia, solo raramente se tratan de extractos. Más frecuentemente son tratados, centurias y uniones coherentes de capítulos para ser citados integralmente. Cada uno de estos está introducido con cuidado, y Nicodemo utiliza los mejores conocimientos de su época. Al hacerlo, este detractor de los “iluministas”, se muestra perfectamente conocedor de las búsquedas occidentales de su tiempo.

Todos los autores están ubicados por orden cronológico. Encontramos al inicio los primeros testimonios monásticos, con un claro predominio de Evagrio Póntico. Este, primeramente, buscó conceptualizar la experiencia del desierto, atribuyendo, en una perspectiva origeniana, un lugar central al nous (el intelecto). Las etapas de purificación del nous, el discernimiento y –si se puede decir- la clasificación de las pasiones, la llegada a la luz interior y su superación final, son todas experiencias establecidas de modo claro. Mucho más allá, en la posición veinte, encontramos la versión de Simeón Metafraste (fines del siglo X) del corpus macariano. Sabemos que la antropología de “Macario” es mucho más bíblica y está centrada en el “corazón”. La unión del intelecto y del corazón aparece entonces como el trabajo esencial de la práctica hesicasta, pero la tonalidad de la Filocalia sigue siendo evagriana.

A continuación se encuentran textos escritos durante el período propiamente patrístico culminando en Máximo el Confesor. Están además incluidos en la antología de Nicodemo los aportes del Sinaí y del monaquismo sirio-palestinense. El obispo Diádoco de Fotice (Epiro, fin del siglo V) menciona explícitamente por primera vez la invocación “Señor Jesús”, y resalta los temas de los sentidos espirituales y de la experiencia de la plenitud (plerophoria).

De Máximo el Confesor son recogidas las Centurias sobre la caridad, a la cual le siguen los doscientos Capítulos sobre la teología y sobre la economía de la encarnación del Hijo de Dios y los quinientos Capítulos varios sobre la teología y la economía, sobre la virtud y el vicio. No nos detendremos mucho en la inmensa síntesis de Máximo, ya que no es posible presentarla en pocas palabras. Nos limitamos a revelar, habiéndose vuelto uno de los temas sobresalientes del camino filocálico, el rol de la “contemplación natural” (physikè theoria)  que permite discernir el Logos a través del velo transparente de la naturaleza y de la Escritura.

Después, en el cruce entre el primero y el segundo milenio cristiano, en el corazón mismo de Constantinopla, encontramos la explosión carismática con los dos Simeón, el Anciano y el Nuevo Teólogo, que continuará con su discípulo, Niceta Stethatos. En estos autores el tema esencial es el “bautismo del Espíritu”, lo “improvisado” de la gracia y la relativización de la jerarquía ante la libre experiencia de la Luz.

Al final del siglo XIII y en el siglo XIV, en una época trágica para la iglesia “griega” por la invasión de oriente (turcos y mongoles) y de occidente (el desmembramiento del imperio bizantino después de la cuarta cruzada de los caballeros teutones), por las guerras civiles en lo que quedaba de Bizancio y de la avanzada serbia en los Balcanes, el camino hesicasta es readaptado y transmitido por escrito. La fuerte síntesis palamita une experiencia y teología, impidiendo a esta última transformarse como en occidente en ciencia especulativa. Un cuarto de la Filocalia está dedicado a la obra de Gregorio Pálamas con las Triadas en defensa de los santos hesicastas y con los Capítulos físicos, teológicos, éticos y prácticos. En estos se precisa la antinomia entre el Dios inaccesible, esencia sobreesencial, y el mismo Dios que, por amor, se hace participable en sus “energías”, las que hacen que sus operaciones nos comuniquen la vida y la luz. Siguen luego los grandes místicos de la segunda mitad del siglo XIV, Calixto e Ignacio Xantopouloi, Calixto Telikoudes y Calixto Kataphyghiotes.

La Filocalia concluye con una media docena de pequeños tratados, traducidos (muy libremente) del griego moderno. Si se exceptúan dos extractos de la vida de Máximo el Kausokalyba (el “quema chozas”, porque rechazaba todas las instalaciones estables del Athos) y de Gregorio Pálamas, se trata de indicaciones concretas sobre el uso de la oración hesicasta para ayudar aquellos monjes o simples laicos, que deseaban dedicarse a ella:

-          De un anónimo, Sobre las palabras de la santa oración: Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí.
-          Otro anónimo, un tratado sobre el Kyrie eleison, cuyo uso jaculatorio suele preceder al de la invocación del Nombre de Jesús.
-          Otro atribuido a Simeón el Nuevo Teólogo, en realidad más tardío, el Método, sobre los tres modos de la oración.
-          Otro de Gregorio el Sinaíta, gran defensor y propagador de la oración de Jesús sobre el Athos y en Bulgaria alrededor del 1300, Como cada uno debe decir la oración.

El camino

La camino filocálico implica una concepción  unitaria del hombre y presupone que todo el hombre, alma y cuerpo, se hace oración, volviéndose pura relación con Dios a través de Jesucristo, y toma así conciencia de la propia resurrección en el Resucitado. El intelecto debe poner sus raíces en el “corazón”, donde el hombre es llamado a unificarse y a superarse, y así descubrir en sí mismo, como dice Nicodemo, que “el reino de Dios, es el tesoro oculto en el campo del corazón”. Este descenso del intelecto se cumple en la invocación de la presencia de Jesús y a través de tal presencia, es decir, mediante la invocación de su Nombre. A partir del período bizantino del Athos, la fórmula habitualmente utilizada es “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí”. Fórmula implícitamente trinitaria: la palabra “Señor” confiesa la divinidad de Jesús; la palabra “Dios”, como en todo el cristianismo antiguo, designa al Padre, fuente de la divinidad; la palabra “Cristo”, es decir ungido, evoca al Espíritu por el cual Cristo es generado y que constituye la unción mesiánica del Hijo. El Nombre es invocado siguiendo el ritmo de la respiración, imagen en cada ser humano del Soplo divino, ya que, como dice Juan Damasceno, “el Espíritu es la enunciación del Verbo”. El cuerpo humano está destinado a volverse  “templo del Espíritu Santo” (1 Cor 6, 19). A la respiración no se la puede dominar demasiado (no hacemos yoga), sino más bien ofrecer, pacificar, para al final llegar a pacificar todo nuestro ser. El mandamiento evangélico y paulino de “orar sin cesar” presupone que la oración representa el ser mismo del hombre, aquello que lo constituye, la respuesta de la “imagen” a su Arquetipo que, poco a poco, lo hace “semejante”. La fórmula no es un mantra. Muchas otras fórmulas, más breves o más largas, han sido usadas. Aun hoy el Kyrie eleison es utilizado antes de iniciar la verdadera y propia invocación del Nombre de Jesús.

El “método” se remonta al monaquismo de los orígenes, y quizás tiene su raíz en la mística hebraica de la merkabah, el carro de fuego del profeta Elías, carro al cual se lo ha asimilado al corazón que, en el culmen de la oración, llega como a ser incendiado. La repetición de una breve fórmula para concentrar el intelecto es universal, del hata-yoga indiano al nembutsu del hamidismo japonés (…) El uso hesicasta de tales técnicas, sin embargo, es fundamentalmente bíblico y cristiano.

La postura [corporal] recomendada simboliza la súplica de frente al Trascendente. Esta no expresa nuestro señorío o serenidad, sino un llamado de lo profundo, con la cabeza inclinada, la espalda dolorosamente encorvada, y a veces con la cabeza entre las rodillas, como Elías sobre el Carmelo (cf. 1 Re 18, 42), es así como el cuerpo en oración indica al Otro. El contexto [de la oración de Jesús] es ascético, no para aplastar la naturaleza, sino para liberarla de los elementos de muerte que la encarcelan, para rasgar las pieles muertas, hasta que la vida misma de Cristo pueda penetrar en la naturaleza y hacerla resurgir. La ascesis es el ayuno, la castidad y la vigilancia (nepsis).  El ayuno, no solamente del alimento sino también de las “pasiones”, sobretodo de la maledicencia, permite a la vez el retiro y la apertura, la ligereza interior y la acogida. La castidad unifica el alma y el cuerpo en un impulso de comunión, se viva ésta en la relación fiel en el matrimonio, o en la exaltación y consumación del eros en el ágape divino (que la Filocalia, muy a menudo llama eros), de modo que el monje se convierte en aquel que está “separado de todos y unidos a todos”. La vigilia es la espera del Esposo que viene en medio de la noche, iluminando de forma pascual las tinieblas. Los hesicastas practican el sueño breve e interrumpido, la vigilia nocturna, en parte litúrgica, y en parte dedicada a la oración de Jesús, como pedía a sus monjes el padre espiritual contemporáneo, José el Hesicasta.

Así articulado, el camino hesicasta tiene tres etapas principales: la práxis, la physiké theoría, la théosis.

La práctica (praxis)

Es el combate –la “práctica”- por la custodia de los mandamientos, para liberarse de las “pasiones” y comenzar a tomar conciencia de la gracia bautismal. Las “pasiones” son las idolatrías, las ilusiones que se apoderan del hombre, lo “poseen” (en el sentido de una posesión diabólica), lo descarrían, lo hacen cambiar de dirección o bien bloquean las fuerzas originariamente buenas. La pasión principal es la muerte, que fascina al hombre y al mismo tiempo lo llena de angustia. La clave de la metanoia, que es el cambio de todo nuestro modo de comprender lo real, es pues la “memoria de la muerte”, con la cual el hombre, descubriendo en sí este abismo, descubre también a Cristo que no cesa de descender a los infiernos para llevarlo a la vida. Es la experiencia, siempre renovada, de la gracia bautismal: “gracia perfecta del santísimo Espíritu que el Señor ha infundido en nuestros corazones como semilla divina a través del bautismo”, escribe Nicodemo. El bautismo (la Filocalia habla de él mucho más que de la Eucaristía, citada solamente en términos fuertemente metafóricos o en textos tardíos) es así la “raíz de nuestra resurrección”. El “don de lágrimas” expresa este derramamiento: lágrimas “ascéticas” ante todo, cuando sondemos el abismo de la muerte; lágrimas “pneumáticas”, espirituales, cuando comprendemos  con todo nuestro ser que Cristo se interpone entre la nada y nosotros, y por esto la nada no existe más.

En la ascesis –la praxis- como después en la contemplación, la Filocalia rechaza toda imaginación. Sin embargo, el hesicasta vive en un mundo del ícono, esto es de imágenes que él atraviesa para convertirse a su vez él mismo en ícono. En el diálogo entre Máximo el Kasokalyba y Gregorio el Sinaíta, Máximo, interrogado sobre  cómo alcanzó él la oración continua, explica que su corazón fue inflamado por un rayo de fuego que salió de un ícono de la Madre de Dios.

Las “pasiones” tapan y al mismo tiempo venden a bajo precio esta pasión fundamental que es la muerte. La Filocalia enumera siete u ocho pasiones: la codicia (la glotonería), el libertinaje, la avaricia, la cólera (que comprende el odio y la envidia), la tristeza (“la tristeza por la muerte”, como dice san Pablo), la pereza (como letargo espiritual), la vanagloria y el orgullo. Dos de ellas, la codicia y el orgullo, serían las “madres” de las otras. Ambas expresan el replegamiento del mundo en torno al yo (lo que Máximo llama philautía), un narcisismo espiritual.

En la vida de quien ha hecho la experiencia de la resurrección, el lugar de las pasiones se sustituye por la “virtud”, o bien la pasión es transformada en virtud a través de la liberación y “pneumatización” de la fuerza que esa pasión monopoliza. Las virtudes son fuerzas “divino-humanas” en la medida que en Cristo y por medio de Él las fuerzas humanas son vivificadas por las energías divinas de las cuales ellas son un reflejo.

La “virtud” – la fe, el temor de Dios, la humildad, la continencia, la paciencia, la dulzura, la esperanza- tienen su culmen en la impasibilidad (aphatheia) y en ella encuentra su síntesis. “La impasibilidad, dice Máximo el Confesor, no excluye en absoluto al amor, sino que lo genera”. En efecto,  la impasibilidad abre al hombre al amor de Dios por sus creaturas. Ella cambia nuestra relación con el tiempo: este no tiende más a la nada, sino al Reino, y la angustia es sustituida por la esperanza. Quien sabe –mediante un conocimiento amoroso- que Cristo ha resucitado, y que por esto está presente en él, y en cada ser y en cada cosa, puede “amar a los enemigos, como pide el Evangelio, y puede “derivar el muro de separaciones que nosotros mismo hemos construido”, como dice Juan Clímaco. La impasibilidad purifica los sentimientos, las intuiciones, las impresiones, y permite “sentir” a los otros como si estuviésemos dentro de ellos, y permite prestarles atención y delicadeza pero manteniendo una cierta distancia. Es decir, teniendo libertad interior. Al mismo tiempo, el hombre recibe con ella una dignidad humilde y real: “Sé como un rey en tu corazón, sentado sobre el trono de la humildad. Tú mandas a la risa a venir y ella viene, tú mandas a la lágrima a venir y ella viene. Tú mandas al cuerpo, no siendo él ya un tirano sino siervo: haz esto, y él lo hace.” (Juan Clímaco. La Escala)

La contemplación de la naturaleza (“physike theoria”)

Una vez purificado y unido al corazón, el intelecto se vuelve capaz de penetrar la realidad creada con una profundidad que sobrepasa toda otra forma de conocimiento, como por una especia de anticipación escatológica. En efecto, escribe Máximo en su Mistagogia, “el mundo inteligible (espiritual) en su entereza parece impreso en lo sensible de manera misteriosa, y en forma simbólica para los que saben ver, y el mundo entero sensible está contenido en lo inteligible… Su obrar es como la de una rueda dentro de otra rueda, como dice el gran vidente Ezequiel cuando habla, a mi modo de ver, de estos dos mundos.”

El Logos, dice Máximo,  es el sujeto divino de todos los logoi, palabras esenciales que rigen las cosas. El hombre loghikos, imagen personal del Logos, es llamado a convertirse en el sujeto humano. Lo convierte en Cristo, a través de él revela estas palabras esenciales, en el Espíritu, no para apropiarse sino para ofrecerlas después de haberles dado un “nombre”, según el mandamiento recibido de Dios en el Génesis, esto después de haber impreso sobre ellas su genio creador. “Todo ora, todo canta la gloria de Dios”, escribe el peregrino ruso, añadiendo en otro lugar: “Comprendí también lo que la Filocalia llama el conocimiento del lenguaje de la creación, y vi como es posible hablar con las creaturas de Dios.”

Esta “contemplación de la naturaleza”, particularmente querida a la tradición ortodoxa, puede no solo permitirnos profundizar el conocimiento racional, como ha subrayado el padre Dimitrie Stanislao, sino también dar sentido y gusto a toda la cultura humana. Uno de los más grandes poetas del siglo XX, Rainer María Rilke, ¿no ha escrito pues para definir su arte, que este consistía en “recoger la miel de lo visible en el gran árbol de oro de lo invisible”? Para Máximo el Confesor el mundo, cuando se lo ve a la luz de los logoi divinos, aparece como una inmensa eucaristía: la esencia de las cosas sensibles son el “cuerpo” de Cristo y las del mundo espiritual son su “sangre”. La “contemplación de la naturaleza” puede, en efecto, convertirse también en visión de los ángeles y de las cosas futuras.

Si el mundo es la “primera Biblia”, la otra incorporación del Verbo que ofrece la llave para comprender esta primera es la Escritura. En Cristo, en efecto, la Palabra deja de ser sombra y misterio. El mismo Espíritu actúa en la profundidad del mundo, en la Escritura y en el corazón del hombre. La lectura orante de la Escritura tiene también un sabor eucarístico. Fuera de la “oración de Jesús”, el único método de oración indicado por al Filocalia es tal lectura. De modo particular, la recitación de los salmos: “Cuando nos dejamos penetrar por los mismos sentimientos con los cuales los salmos han sido compuestos, es como si nos convirtiésemos en sus autores … el alma se abre a Dios con gemidos inexpresables” (Juan Casiano. Colaciones). Cuando una expresión hace estremecer al corazón, necesitamos detenernos, permanecer inmóvil y dejarnos penetrar dulcemente en todo nuestro ser por este toque divino.

“Así se accede a la segunda etapa”, escribe Stanislao, “en esta el Logos divino se muestra a través del velo transparente de la naturaleza y de la Escrituras … esta visión se llama contemplación natural, no porque se realice con la ayuda exclusiva de nuestro conocimiento – esta es siempre sostenida e impregnada por la gracia-, porque si bien por una parte se dirige hacia la naturaleza exterior, por la otra presupone una naturaleza humana restaurada.”

La deificación (“theosis”)

Sobre el fondo siempre necesario de la metanoia, el corazón-espíritu es incendiado por una luz que viene del más allá, que no es interior ni exterior. Esto sucede a través de continuas negaciones que, más allá de las afirmaciones y de las negaciones mismas, se convierte en oración pura, pura espera, en la cual surgen, un sucederse de destellos de una gran dulzura, o en el “improvisadamente” –expresión tan apreciada por Simeón el Nuevo Teólogo- irrumpir del fuego y luego de la luz. “En la sobreabundancia de su bondad, Dios, escribe Gregorio de Pálamas, sale de algún modo de su abismo, sale de sí, de su trascendencia, y se une a nosotros a través de una unión más allá de toda comprensión … Y ¿por qué no debería descender, el que ha descendido para asumir un cuerpo, un cuerpo de muerte y de muerte en cruz?”.

El lugar –el órgano- de la deificación, es en efecto Cristo, y más particularmente su muerte-resurrección. El alma es arrastrada, elevada por el Espíritu a los espacios trinitarios, participa del eterno nacimiento del Hijo, intuye el abismo del Padre y, como ha subrayado recientemente el padre Boris Bobrinskoy, su misericordia desmesurada. Misterio, en Dios mismo, de la unidad en la alteridad y de la alteridad en la unidad. Habitaciones innumerables en la casa del Padre. In-tasis y éxtasis simultáneamente.

Esta “pequeña resurrección”, de la cual habla Evagrio Póntico en los Apotegmas, anticipa la parusía. En la “oración pura”, el intelecto unido al corazón “ve el propio estado como semejante al zafiro y al color del firmamento”. Sin embargo, el alma cristiana, en su humildad  y en su deseo no se disuelve en esta luz interior: muere a sí misma para encontrarse en la unión misma, en la alteridad de Dios y en la del prójimo. Entonces ocurre el  infinito el encuentro: “A veces es una alegría inefable y de grandes impulsos… otras veces, toda el alma baja y permanece oculta en los abismos del silencio… a veces, en fin, el alma está de tal manera colmada de una dolorosa ternura que solo las lágrimas la pueden calmar” (Juan Casiano. Colaciones). Más Dios colma el alma de su luz, más ella se extiende hacia la fuente siempre más allá de esta luz, para recibir aún más y desear aún más al infinito: “El amor es un abismo de luz, una fuente de fuego. Más bebe, más siente sed... Por esto el amor es una eterna progresión.” (Juan Clímaco. La Escala).

El criterio de un auténtico progreso espiritual, decía el starec Silvano, es el amor a los enemigos. Todos los nombres, en Cristo, son “miembros los unos de los otros”, el único Adán en el último Adán. Al mismo tiempo cada uno es diferente e incomparable.

“Hermano yo te recomiendo esto: que en ti el peso de la compasión haga inclinar la balanza hasta que tú puedas sentir en tu corazón la compasión misma que Dios tiene por el mundo.” (Isaac el Sirio)

“Surge en mi, dentro de mi pobre corazón, como el sol … yo sé que no moriré, porque estoy en la vida y porque tengo la vida entera que salta dentro de mí.” (Simeón el Nuevo Teólogo)

Destino de la Filocalia

Si, en cierta manera, Nicodemo elaboró la Filocalia –verdadera enciclopedia de la luz increada- para hacer frente a la enciclopedia de los iluministas franceses, él es por esto un buen ejemplo de un gran espiritual abierto al sentido creador de la historia. Así, lo vemos interesado en las formas occidentales de la ascesis y de la mística, que él unió con el camino de la tradición propia. Tradujo y adaptó –agregándole también un capítulo sobre la oración de Jesús- el Combate espiritual de Lorenzo Scopoli, un teatino napolitano. Terminado el trabajo del Combate invisible, traduce también los Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola.

Difundida en Grecia por algunos monjes expulsados del Athos en la época de la disputa de los collivadi, la Filocalia no fue publicada en este país más que en el 1893. En compensación, en el siglo XX, la gran edición del 1957-1963, reanudada en el 1974-1976, ha favorecido la renovación filosófica y teológica –sobre todo gracias a Christos Yannaras- y el nuevo florecimiento de la vida monástica, sobretodo en el Athos, con los escritos de José el Hesicasta (+1954) y de Paisios de Capadocia (+1995). Es por esto que en algunos de los monasterios del Athos, las primeras horas de la noche están dedicadas a la oración de Jesús, lo que implica una cierta reducción de los oficios litúrgicos: favoreciendo al silencio y a la centralidad de la persona en contraposición al comunitarismo muchas veces denso.

Ya en el siglo XIX, una profunda renovación filocálica se produjo en los países rumanos y sobretodo en Rusia (que en esos tiempos comprendía también Ucrania). Un rol esencial realizó el starec ucraniano: Paisij Velickovskij. Nacido en Poltava. Su abuela fue hebrea y se puede ver en esto que haya podido existir un contacto entre el neo-chasidismo y el neo-hesicasmo. Paisij disgustado por la enseñanza escolástica de la Academia de Kiev, se refugia en Moldavia, donde parece ser iniciado en la tradición hesicasta por el starec Basilio de Poiana Márului (si bien nunca pudo encontrar un padre espiritual). Después de vivir un tiempo en el Athos, donde se convierte en padre de decenas de monjes, él que había sido huérfano, Paisij encontró su verdadero lugar en Moldavia, donde dirige, en Neant sobre todo, ya centenas llegando luego al millar de discípulos. Allí organizó grupos de traductores y con ellos empezaron a publicar los textos patrísticos y finalmente la Filocalia. Esta, traducida en eslavo, fue publicada en Rusia en el 1973. Paisij, que había recibido el don de lágrimas, muere el 5 de diciembre de 1974.

Sus discípulos rusos llevaron al corazón de Rusia la oración hesicasta, haciendo revivir la tradición de Sergio de Radonev, Nilo Sorskij y Máximo el griego, tradición olvidada por la ilusión de llegar a edificar una sociedad sacral. Oración del corazón y paternidad espiritual fueron los dos elementos que renovaron la vida monástica y permitieron llegar a algunos grandes starcy a las cimas de las grandes inteligencias. La estirpe de los starcy de Optina es particularmente conocida. Ella culmina en la figura de alta espiritualidad y de gran cultura, el starec Ambrosio (+ 1891), quien conoció a Dostoevskij, Soloviev y Leont’ ev. Los Relatos de un peregrino ruso, aparecen en Kazan hacia el 1870. Ellos precisan el “método” mostrando como coordinar, para la invocación, el ritmo de la respiración y los latidos del corazón. El obispo Teofano el Recluso realiza una gran Filocalia rusa (Dobrotoliubie, que significa amor a lo bello), publicada en el 1877. Él excluye de ella los capítulos propiamente “teóricos”, lo mismo que los especulativos y contemplativos, y omite los aspectos “técnicos” del “método” (el uso de la respiración, el lugar del corazón, la luz interior, etc). En compensación desarrolla la dimensión moral y afectiva, incorporando en su edición amplios textos de Efrén el Sirio, Doroteo de Gaza y Teodoro Estudita. La Filocalia rusa refleja la sensibilidad de una época marcada por el pietismo. Monjes y laicos se han nutrido de estos textos, lo que confiere a esta espiritualidad un verdadero fervor psicológico con rasgos líricos.

Desgraciadamente, en el 1912-1913, una doctrina un poco burda, la de la onomatodoxia (o onomatolatría, para sus detractores) se desarrolla entre los monjes rusos del Athos. Los onomatodoxos consideran divino el Nombre mismo de Jesús. El Sínodo de la iglesia rusa pide la intervención del estado, quien envía algunos barcos de guerra hacia la península athonita. Los marinos desembarcan y arrestan a los monjes onomatodoxos. Estos quedan exiliados en el Caucaso, donde después serán masacrados por los bolcheviques. Estos acontecimientos turban los ambientes intelectuales de la ortodoxia rusa. Berdiev escribe un violento artículo contra “aquellos que sofocan al Espíritu”. En tales ambientes, la teología oficial, marcadamente moral y psicologista, fue sustituida por una teología “ontológica” y de una profunda reflexión lingüística.

En tierra rumana, hasta la fuerte secularización de los años 70 del siglo XIX, que da un golpe tremendo al monaquismo y sus vínculos con el Athos, se continuó -sobre la estela de Paisij- la constitución de una importante biblioteca patrística y bizantina, la cual comprendía las obras de Simeón el Nuevo Teólogo y de Gregorio de Pálamas. En el monasterio de Cernica, por la obra del higúmeno Calinic, el movimiento paisiano asume un matiz diferente, acentuando un mayor servicio social. Después en el 1860, la tradición filocálica se pierde, excepto por algunos eremitorios. Es en la vigilia de la segunda guerra mundial, que se vive una época de renovación literaria y filosófica, que se realizará en Rumania una renovación de los fundamentos de la vida espiritual. Hacia el 1935, el padre Dimitri Stanislao, entonces profesor de la Academia teológica de Sibiu, publica un estudio sobre La vida y obra de san Gregorio Pálamas (Sibiu 1938), con la traducción de cuatros breves escritos de este último. De este modo, si bien los tiempos aún no eran propicios, Stanislao proyecta una traducción de la Filocalia. Él no titubea en establecer los textos, en utilizar trabajos de eruditos occidentales, y sobre todo de comentar y explicar los textos, sea con una perspectiva tradicional, sea en la de la cultura contemporánea y a la luz de los problemas actuales. Él cita a los filósofos religiosos rusos de su época, pensadores franceses como Mauricio Blondel o el alemán Martín Heidegger. Al día siguiente de la guerra y antes de la total toma de los poderes comunistas en el país, su obra realiza una renovación global de la vida hesicasta, en círculos de monjes y laicos como el de la “Zarza ardiente”. Así, aparecen diez volúmenes desde el 1945 al 1948, fecha del golpe de estado totalitario, y luego desde el 1965 (fecha en que el padre Dimitri fue encarcelado) al 1981, época de la vuelta al régimen nacionalista.

“No es suficiente mandar al hombre, con bellas palabras, a vivir según la voluntad de Dios. Necesita que se lo guíe … y se le muestre cómo progresar … hacia la luz del conocimiento de Dios … es por esto que los escritos filocálicos consideran tan importante la custodia de la mente. Se llega a vencer realmente las propias pasiones solo cuando se está habituado a escrutar atentamente cada pensamiento para expulsarlo espontáneamente si es malvado, o purificarlo y revestirlo de la memoria (anamnesis) de Dios.” (Dimitri Stanislao. Introducción a la Filocalia rumana)

La orden de presentación de los textos fue dado por el principio cronológico, pero el segundo y tercer volumen están enteramente dedicados a Máximo el Confesor. El segundo volumen contiene también el Liber asceticus y las Quaestiones et dubia, el tercer volumen las Quaestiones ad Thalassium. Se intentaba hacer frente a la invasión del marxismo que pretendía ser totalizante y exclusivo, ofreciendo una visión de conjunto del pensamiento cristiano, y la obra de Máximo representa la plena madurez de la gran patrística. Los comentarios del padre Dimitri asumen casi la amplitud de un verdadero y propio tratado: “Es una ley suprema – concluye Stanislao-: todo lo que es mortal debe morir para recibir la resurrección … O la creatura, si quiere vivir para Dios, se inmola místicamente en Él, o bien es víctima de su mismo rechazo. Necesita  elegir una muerte: o la muerte hacia la vida, o la muerte hacia la muerte.”

El cuarto y quinto volumen presentan los padres ascéticos del siglo VII al X, entre los cuales hay muchos sinaítas, como en la Filocalia griega. El sexto volumen está dedicado a Simeón el Nuevo Teólogo. El séptimo a los grandes bizantinos: Nicéforo, Teolepto, Gregorio el Sinaíta y Gregorio Pálamas (a partir de los textos establecidos por la edición griega de Chrestou). El octavo volumen comprende a Calixto e Ignacio Xanthopouloi, Calixto Anghelikoudes, Calixto Kataphyghiotes y una historia del hesicasmo en Rumania. El noveno volumen contiene el texto completo de la Escala de Juan del Sinaí (Clímaco). El décimo volumen está dedicado a Isaac el Sirio.

A diferencia de la Filocalia rusa de Teofano el Recluso, esta Filocalia retoma y desarrolla el espíritu especulativo y místico así como el “método” corpóreo. Están también añadidos algunos textos de Máximo el Confesor y de Gregorio Pálamas. El conjunto tiene un carácter fuertemente teológico y dogmático.

La última fase, por el momento, de este destino, es el encuentro aún en curso entre el occidente y la Filocalia. El camino ha sido abierto en el 1953 con la publicación de la Petite philocalie de la prière du coeur, largos extractos muy bien traducidos y presentados por Jean Gouillard y luego traducidos también a las principales lenguas de Europa occidental. Los textos tienen el mismo orden seguido en la Filocalia griega (…)

Después salieron las traducciones completas: en Inglaterra en el 1979-1984 (a cargo de Gerald E. H. Palmer, Philip Sherrard y Kallistos Ware). En italiano, en 1982-1987 (a cargo de algunos monjes de Monteveglio). En francés, en fascículos y luego en el año 1995 en edición completa  (a cargo de Jacques Touraillo).

La diáspora rusa ha ciertamente jugado un rol importante en esta difusión, dado que la escuela neo-patrística y neo-palamita consideran la Filocalia y el hesicasmo como la puesta por escrito contemplativa de la experiencia cristiana.  Sin embargo esta corriente ha desembocado en un notable desarrollo de la teología sacramental. Entre sus grandes representantes, solo Boris Bobrinskoy ha intentado establecer un vínculo entre el hesicasmo y la espiritualidad eucarística. Son las personalidades aisladas como André Scrima, el “monje de la iglesia de oriente” (Lev Gillet), Kallistos Ware, Elisabeth Behr – Sigel, que han hecho conocer la “oración del corazón”. Y también sobre todo las múltiples traducciones de los Relatos de un peregrino ruso.

La Filocalia era esperada y fue profundamente recibida. La sed de vida espiritual es inmensa. Mientras crece el interés por la India y el Budismo, se empieza a esbozar una antropología capaz de integrar el cuerpo con el cosmos. Y aparece, con la Filocalia, un cristianismo que no ignora los elementos de las técnicas ascéticas que están sin duda al servicio de la persona y de la comunión, y no de una mística fusional. Ciertamente, la ambigüedad no desaparece: algunos consideran del “método” solo aquello que es más o menos similar al dhirk o al nembutsu. En esto se encuentra un sincretismo pleno. Pero muchos otros, más numerosos, oran la “oración de Jesús” porque la aman y porque la sienten en cierto modo despertarse en sus corazones.

Conozco muchos monjes y laicos, católicos, anglicanos, protestantes, verdaderos “buscadores de Dios”, más allá de toda pertenencia confesional que, en la discreción y en el silencio, están comprometidos en este camino. Toda su visión de Dios, del hombre, de la cultura resulta renovada. La mayor parte de los ortodoxos ignoran todo este despliegue. Y sin embargo, en la situación actual, llena de peligros y promesas, se trata verdaderamente de una inmensa y fecunda responsabilidad.

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