jueves, 27 de marzo de 2014

Divorcio y segundas nupcias en la Iglesia primitiva


¿Aceptó alguna vez la Iglesia la comunión de los divorciados vueltos a casar como sugiere el Cardenal Kasper?
 
Divorcio y segundas nupcias en la Iglesia primitiva
Divorcio y segundas nupcias en la Iglesia primitiva
¿Antes se podía?

Por momentos uno lee los diarios y pareciera que todo está por cambiar en la “era Francisco”. No sólo se lo pinta como un superman a contrapelo suyo sino que se le endosan doctrinas no corroboradas por él , como señala en su reciente entrevista.

Sin entrar a profundizar en sus declaraciones, queremos hacer mención a un error histórico que a fuerza de repetición, puede quedar como una “verdad” moderna y es ésta: que “la Iglesia al inicio de la historia, permitía las segundas nupcias a los que se habían equivocado en su primer matrimonio”, de allí que ahora podría volverse a la misma praxis pastoral.

¿Es así? ¿Acaso durante más de 17 siglos la Iglesia ha venido olvidando esta práctica y hablando en nombre de Dios acerca de algo que Jesús había permitido?

Alguno dirá: “¡Pero a nadie le interesa esto! ¡Hoy nadie se casa!”. Puede ser, pero aún hay personas que desean vivir como Dios lo quiere; y si no, déjenme contarles una anécdota que me ocurrió hace unos días, luego de la Misa parroquial.

Había terminado de confesar cuando una pareja de 40 años cada uno, más o menos, me dijo:

- Padre, querríamos que nos bendijera en una ceremonia.
- Ahaá… ¡Encantado! –les dije– y cuéntame… ¿Cómo es la cosa? ¿cumplen aniversario de matrimonio o algo así?
- No, no…, nosotros no estamos casados; somos sólo pareja…
- Ahhhhh –dije– y… ¿entonces?
- Es que ambos éramos casados pero luego la cosa no anduvo con nuestras anteriores parejas y ambos nos separamos. Luego nos conocimos y ahora nos queremos y vivimos juntos, por eso queremos que “Dios bendiga nuestra unión”.
- Ahhhh –dije yo– mientras pensaba por dentro: “¿y a estos qué les digo?”.
- Sí, padre –insistía ella– hemos ido por otras parroquias, pero nos dijeron que no se podía hacer eso, pero como ahora dicen que la Iglesia está cambiando con Francisco nosotros veníamos a ver si se podía…
- Bien –dije con cara simpática tranquila– yo encantando les bendigo la pareja en una ceremonia, pero para eso van a tener que permitirme que antes arranque un par de páginas del Evangelio –ellos se quedaron pensativos y dijeron:
- ¿Cómo dice, padre? ¿cómo va a arrancar una página de la Biblia? –me preguntaron sin entender mucho a lo que iba.
- Sí; miren, la cosa es así. El problema es que hay un par de páginas que dicen lo contrario de esto, pero si las arrancamos, ninguno tendrá problemas de conciencia; ni Uds. ni yo… Por ejemplo, podríamos sacar esa donde dice Cristo: “Desde el comienzo Dios los hizo varón y mujer… De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre” (Mt 19,5-6) y también dice esa otra donde dice que “se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: « ¿Puede el marido repudiar a la mujer?»… Jesús les dijo: lo que Dios unió, no lo separe el hombre.» Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. El les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio” (Mc 10,2-12).

La pareja iba entendiendo a dónde iba. Les dije que el problema era que Dios había hecho así las cosas y que el matrimonio era para toda la vida, no sólo en virtud del sacramento que así lo exigía, sino por los múltiples beneficios que trae incluso en el orden natural para la familia, los hijos, etc., y todas esas cosas que los curas decimos…

Los exhorté a saber comprender las cruces y sobrellevarlas con sobrenaturalidad; la cruz de la castidad, la cruz de la soledad, etc., pero veía que aún no estaban preparados para dar ese paso que es difícil. Aún no tenían fuerzas espirituales para afrontar un cambio, por lo que les pedí que no dejaran de cumplir el resto de los mandamientos, de educar a los hijos en la Fe, de ir a Misa aunque ahora no pudieran comulgar, de rezar, etc., porque Dios siempre premia con la gracia a quien se esfuerza.

Era gente de Fe pero confundida por lo que está sucediendo ahora con este tema, de allí que ellos mismos recordaran que no podían comulgar aún por no estar viviendo como Dios mandaba, es decir, en gracia de Dios, de allí que también recordamos el texto de San Pablo que dice “quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor” (1 Cor 11,27).
Entendieron y no se enojaron, porque se dieron cuenta de cómo era la cosa. Pero yo quedé preguntándome; ¿tanta gente confundida? ¿qué pasa? ¿si estas eran cosas que se aprendían en el Catecismo?

Propaganda mundial contra la Iglesia y la cuestión de la Iglesia Primitiva

Como muchos habrán leído, para el mes de octubre se está preparando un Sínodo en Roma que tocará el tema del matrimonio cristiano (un sínodo es una reunión de obispos para analizar un tema puntual). Para ello, meses antes, se comienzan a hacer reuniones entre obispos, cardenales y el mismo Papa, con el fin de preparar lo que se debatirá; y aquí comienza a jugar la propaganda de los medios de comunicación y de los sectores más progresistas de la Iglesia.

Son ellos, los enemigos de la Iglesia, los que sin estar casados, ni divorciados, ni importarles tres cuernos el Evangelio, los que comienzan a “instalar”: “la Iglesia está cambiando”, “Francisco no es Benedicto”, “Se acabó la inquisición”, “Prohibido prohibir, etc., etc., etc.”. Vean nomás los diarios de los últimos meses sobre el tema y tendrán para rato.
El método no es nuevo; es la propaganda puesta al servicio del método “machaque” hasta que las ideas vayan entrando y haciéndose “naturales”. ¿Qué idea se está imponiendo ahora? Ésta: que la Iglesia permitirá, a pesar del Evangelio y a pesar de la enseñanza de 2000 años sobre el tema, la comunión a los que, habiéndose casado antes por Iglesia, “rehicieron” su vida con una nueva pareja.

La excusa de fondo siempre es la misma: la Iglesia no puede quedarse en la época de las cavernas sino que tiene que acomodarse a los tiempos modernos, donde hoy nadie se casa o donde el casamiento es sólo un rito social más.
Pero como decimos, no son sólo los medios de comunicación los que, de un día para otro, largan la noticia sin decir “agua va”. Tienen sus motivos: ¿cómo?

Ni más ni menos que un príncipe de la Iglesia, el cardenal Kasper, uno de los referentes del progresismo alemán, ha dado motivos para que esta propaganda se diseminara con bombos y platillos.
En efecto, en su discurso introductorio para la preparación del Sínodo, el día 20 de febrero pasado, se pasó casi dos horas explicando cómo esto podría ser posible, es decir, cómo podríamos gambetear el Evangelio…
Allí, para salir de este embrollo moderno de los divorciados, proponía dos soluciones:

1) Agilizar al máximo los trámites de nulidad matrimonial por medio de sacerdotes idóneos dentro de las diócesis y sin intervención de la Santa Sede (algo así como una “nulidad express”). No me detendré en este tema.

2) Apelando al cristianismo de “los primeros siglos”, es decir, apelando a que, teóricamente, la “Iglesia primitiva”, permitía la comunión de los divorciados vueltos a casar…

Vamos a sus palabras; allí el cardenal Kasper decía que los primeros siglos del cristianismo:

“Nos dan una indicación que puede servir como una forma de salida (…) No puede haber, sin embargo, alguna duda sobre el hecho de que en la Iglesia de los orígenes, en muchas Iglesias locales, por derecho consuetudinario había, después de un tiempo de arrepentimiento, la práctica de la tolerancia pastoral, de la clemencia y de la indulgencia. En el contexto de dicha práctica se entiende también, quizás, el canon 8 del Concilio de Nicea (325), dirigido contra el rigorismo de Novaciano. Este derecho consuetudinario está expresamente testimoniado por Orígenes, que lo considera no irrazonable. También Basilio el Grande, Gregorio Nacianceno y algunos otros hacen referencia a él. Explican el "no irrazonable" con la intención pastoral de "evitar lo peor". En la Iglesia latina, por medio de la autoridad de Agustín, esta práctica fue abandonada en favor de una práctica más severa. También Agustín, sin embargo, en un pasaje habla de pecado venial. No parece, por tanto, haber excluido de partida toda solución pastoral” .

Al leer el texto, lo confieso, me sorprendí; ¿cómo un Concilio había permitido todo esto y no lo conocía? Me agarró cierto remordimiento por un momento, porque si esto era así, tal vez habría sido yo duro en exceso con algunas personas.
¡Qué duro había sido al intentar explicarles a este matrimonio lo que dice el Catecismo en el nº 2384 cuando expresa que “el divorcio atenta contra la Alianza de la salvación de la cual el matrimonio sacramental es un signo!. El hecho de contraer una nueva unión, aunque reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad de la ruptura: el cónyuge casado de nuevo se halla entonces en situación de adulterio público y permanente”
¡Qué mal que había estado al recordar desde joven las palabras que escuché de boca del mismo Juan Pablo II cuando en Córdoba, en 1987, decía: “El verdadero amor no existe si no es fiel, y no puede existir si no es honesto. Tampoco existe pacto conyugal verdadero si no hay de por medio un compromiso que dura hasta la muerte”!
¡Qué mal que había estado incluso cuando estudié que Pío XII le había dicho a los párrocos de Roma, el 16 de marzo 1946, que “el matrimonio entre bautizados válidamente contraído y consumado no puede ser disuelto por ningún poder en la tierra, ni siquiera por la Suprema Autoridad Eclesiástica”!
Pero luego me puse a pensar si no podía haber alguna confusión y me encontré con una sorpresa.
En primer lugar, fue realmente una lástima para mí que el cardenal no hubiese dado las referencias bibliográficas, pero a su vez me obligó a ir a las fuentes; a desempolvar libros y me di cuenta de una cosa: en Alemania tienen malas ediciones, o están erradas, o no traen números de página. Porque lo que encontraba en las fuentes, era muy diverso… Veamos :

1) Durante los primeros cinco siglos de la era cristiana no se puede encontrar ningún decreto de un Concilio, ni ninguna declaración de un Padre de la Iglesia que sostenga la posibilidad de disolución del vínculo matrimonial. Cuando, en el siglo II, Justino, Atenágoras, Teófilo de Antioquía, hacen mención a la evangélica prohibición del divorcio, no dan ninguna indicación de una excepción. Tertuliano y San Clemente de Alejandría son aún más explícitos. Y Orígenes, en la búsqueda de alguna justificación para la práctica adoptada por algunos obispos, afirma que está en contradicción con la Escritura y la Tradición de la Iglesia (Comment. in Mat., XIV, c. 23, en: Patrología Griega, vol. 13, col. 1245).

2) Dos de los primeros concilios de la Iglesia, el de Elvira (306) y el de Arles (314), lo reiteran claramente. En todas partes del mundo, la Iglesia sostenía que la disolución del vínculo era contraria a la ley de Dios y el divorcio con el derecho a casarse de nuevo era completamente desconocido.

3) Entre los Padres de la Iglesia que tratan más ampliamente la cuestión de la indisolubilidad matrimonial, justamente, está San Agustín y su De Coniugiis adulterinis; y en muchas otras obras refuta a los que se lamentaban de la severidad de la Iglesia en materia matrimonial, demostrando que, una vez que se ha hecho el contrato ya no se puede romper por cualquier motivo o circunstancia.

4) En cuanto a San Basilio baste con leer sus cartas, y a encontrar en ellas un pasaje que autorice explícitamente el segundo matrimonio. Su pensamiento se resume en lo que escribe en la Ethica: “No es lícito a un hombre repudiar a su esposa y casarse con otra. Tampoco está permitido que un hombre se case con una mujer que está divorciada de su marido” (Ethica, Regula 73, c. 2 en: Patrística griega, vol. 31, col. 852).

5) Lo mismo se puede decir del otro autor citado por el cardenal Kasper, San Gregorio Nacianceno, quien escribe: “el divorcio es absolutamente contrario a nuestras leyes, aunque sean distintas de las leyes del juez Romano” (Epístola 144, en: Patrística griega, vol 37, col. 248).

Es decir, las citas contradicen lo que planteaba el cardenal en su discurso y quizás justamente por ello la Iglesia estuvo dispuesta incluso a perder un país entero como Inglaterra en vez de concederle el divorcio a Enrique VIII, apasionado por su Ana Bolena.

El "famoso" canon 8 del Concilio de Nicea

Habría mucho más para decir; pero, en segundo lugar, creo que es necesarísimo desenmascarar el punto que nos parece más grave. En el texto se cita un “canon”, es decir, un artículo de uno de los Concilios más grandes de la Iglesia, el Concilio de Nicea (325). Este canon dice, refiriéndose a aquellos que se habían separado de la Iglesia y querían volver a su seno:

“En cuanto a aquellos que se dicen puros (está hablando de la secta de los novacianos), si desearan entrar en la Iglesia Católica, este sagrado y gran concilio establece (…) antes que nada que ellos deben declarar abiertamente por escrito, que aceptan y siguen las enseñanzas de la Iglesia Católica que consisten en que entrarán en comunión con aquellos que han realizado segundos matrimonios (en griego se dice “dígamoi”).

Ahora bien, esta palabrita, “dígamoi”, ha sido interpretada por el cardenal Kasper y por la corriente de cambio como aquellos que “se casan dos veces”. Es decir, el razonamiento es: si ya desde antiguo la Iglesia aceptaba a los “que se casaban dos veces”, ¿no habría que volver a esa práctica y listo?

Pero las ideas no vienen solas y siempre hay algún librito que apoya detrás. Como lo declara el vaticanista Sandro Magister (aceptando incluso inocentemente algunas premisas) un sacerdote italiano llamado Giovanni Cereti, escribió en 1970 su tesis en teología patrística bajo el título de “Divorcio, nuevas bodas y penitencia en la Iglesia Primitiva” , hoy reeditado y en venta en Amazon. Se trataba de la vorágine pos-conciliar que veía en el Concilio Vaticano II un acordeón a estirar y encoger à piacere.
El libro tiene su contexto: fue escrito en Italia, el mismo año en que se decretaba el divorcio civil, es decir, intentando ser una justificación en el tiempo de que la Iglesia no era tan anticuada… ¿Y en qué se basaba? En que ese texto del Concilio de Nicea, que tenía por finalidad acercar a los novacianos (una secta herética y puritana) daba la clave de bóveda para entender el trato con los divorciados en el siglo IV.

Sin embargo, nadie se encargó de ver quién era este tal Cereti ni porqué un texto tan importante había pasado sin pena ni gloria incluso en los medios de aquella época. La verdad, como narra en un artículo el profesor John Lamont, Cereti fue ampliamente refutado inmediatamente después de que su libro vio la salió a luz ni más ni menos por uno de los grandes patrólogos (estudiosos de los Padres de la Iglesia) del siglo XX. En efecto, el jesuita Henri Crouzel, publicó un año después una terrible crítica al libro del italiano, titulada “La Iglesia primitiva frente al divorcio” (“L´Eglise primitive face au divorce”, Paris, Beauchesne 1971”) .

¿Qué decía Crouzel y por qué sepultó en el arcón de los recuerdos a Cereti? El gran estudioso jesuita no negaba que algunos prelados hubiesen hecho oídos sordos a segundas nupcias (malos pastores hubo siempre), pero sí afirma rotundamente con Orígenes que “los obispos que permitieron a una mujer casarse nuevamente mientras vivía su marido, ‘actuaron contrariamente a la ley primera traída en las Escrituras’” . Pero esto no es lo que se lee en la historia de la Iglesia ni en la de los sacramentos, como se lee en serios y doctos libros juntos .

Cereti, traicionando el texto griego y su interpretación, traducía maliciosamente la palabra “digamoi” (técnicamente, “dos veces casado”) diciendo que se trataba de aquellos que se habían casado dos veces, estando aún en vida su esposa o esposo, mientras que en realidad, de lo único que se trataba era del matrimonio de los viudos vueltos a casar…

En efecto, el Concilio de Nicea, intentando acercar a los novacianos que negaban incluso el perdón a los que habían caído en pecado mortal, proponía como condición que primero ellos aceptaran que no cometían pecado quienes, habiendo enviudado, se casaban de nuevo.
Fueron tales los errores que Crouzel y un grupo de estudiosos le enrostraron a Cereti, que su obra ni siquiera fue reeditada una vez hasta el año pasado.

Ahora, envalentonado por haberse reflotado su tesis refutada, no sólo no confiesa nuevamente la verdad, sino que llega a decir en un reportaje que ese fue “el mayor servicio que hecho a la comunidad cristiano-católica. La experiencia me dice, en efecto, que ‘lo que Dios ha unido, el hombre no debe separar’, por eso si una unión termina, muy probablemente es porque nunca había sido unida por Dios, al contrario, la segunda unión es la que Dios une” (http://www.adistaonline.it/?op=articolo&id=53413; traducción propia). Y uno podría preguntarse: ¿por qué sólo la segunda unión y no la tercera, la cuarta, la décima? ¡Qué retrógrado!
* * *

El gran humorista inglés, Groucho Marx, decía: “estos son mis principios, pero no si les gusta, tengo estos otros…”.

Ojo; hay confusión y tormenta sobre el tema, pero hay que recordar las palabras de Cristo cuando le preguntaron: “‘¿Puede uno repudiar a su mujer por un motivo cualquiera?’... A lo que respondió: ‘Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así”.
Y en la Iglesia primitiva tampoco…

Que no te la cuenten…

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