martes, 17 de junio de 2014

Beato JOSÉ MARÍA CASSANT. (1878-1903).



Martirologio RomanoEn Toulouse, Francia, beato José María Cassant, monje trapense y presbítero.

Pedro José Cassant nació en Cassaneuil, en el Lot-et-Garonne (diócesis de Agen, Francia), en el seno de una familia de agricultores. Estudió en el internado de los Hermanos de La Salle de su pueblo natal, donde tuvo dificultades debido a su falta de memoria. Quiso ingresar en el seminario menor pero su falta de memoria fue un obstáculo. Mientras tanto, el adolescente fue introduciéndose en el silencio, el recogimiento y la oración. 
A los 16 años ingresó en el monasterio cisterciense-trapense de Sainte-Marie-du-Désert en Toulouse en 1894. Fue acogido con cariño por los monjes por su espíritu de entrega y oración, además porque siempre estaba sonriente y contento. Fue consciente de sus debilidades y lagunas, pero se agarró a la divisa: “Todo por Jesús, todo por María” y se preparó para recibir el sacerdocio. Los cursos de Teología que le impartió un monje poco comprensivo le causaron afrentas muy dolorosas en su viva sensibilidad. En todas sus contradicciones se apoyó en Cristo presente en la Eucaristía. En 1902 fue ordenado sacerdote: “Cuando no pueda celebrar ya la misa me podré llevar Jesús de este mundo, pues no tendrá ya ningún apego a esta tierra”. 
Pronto se le manifestó la tuberculosis pero no dijo nada porque no entendía que uno pudiera quejarse cuando se meditaba el Vía Crucis. Pero no se pudo ocultar mas la enfermedad y fue enviado a casa de sus padres, pero regresó de nuevo al monasterio, donde lo enviaron a la enfermería, donde pudo ofrecer por Cristo y su Iglesia sus sufrimientos físicos cada vez más intolerables, agravados por la negligencia de su enfermero. Murió en Sainte-Marie-du-Désert con 25 años. Fue beatificado por SS Juan Pablo II el 3 de octubre de 2004. 

 El beato P. José María Cassant, ocso (1878-1903)

«Todo por Jesús, todo por María»

Jean Delibes, un niño de 9 años afectado por una meningitis cerebroespinal purulenta, es hospitalizado por su médico aquel jueves 28 de mayo de 1936, temiendo un desenlace fatal. El viernes por la tarde, el estado del enfermo había empeorado aún más. Tras esa visita, sin que nadie lo sepa, el doctor Pradel ora al P. José María Cassant (1878-1903) para que pida la curación del pequeño Jean. Imprevistamente, el sábado por la mañana, Jean siente desaparecer la rigidez de la nuca y de los miembros y se le va el dolor de cabeza. Los doctores no pueden hacer otra cosa más que constatar el hecho: «El niño está en un estado excelente, los signos meníngeos han desaparecido y la fiebre ha bajado de golpe» (declaración del doctor Calvet). En cuanto al doctor Pradel, al regresar el sábado por la tarde para revisar a su pequeño paciente, se queda completamente asombrado al comprobar una mejoría tan rápida y completa. Dice más tarde a la madre del niño: «Aquí hay una fuerza superior a la medicina». Jean vive aún y tiene buena salud.
José María Cassant es el segundo hijo de una familia de agricultores de Casseneuil, en el Lot-et-Garonne (diócesis de Agen, Francia), donde nace el 6 de marzo de 1878. Estudia en el internado de los hermanos de San Juan Bautista de la Salle de Casseneuil. Sorprende a los hermanos por la espiritualidad despierta, el gusto por la oración, la atracción por la liturgia, y el amor por la Eucaristía. Poco a poco, crece en él el deseo profundo de ser sacerdote, así que su párroco lo ayuda en sus estudios, pero la falta de memoria del joven —un problema que ha experimentado ya en el internado— se convierte en un obstáculo para su ingreso en el seminario menor. Mientras tanto, el adolescente va introduciéndose en el silencio, el recogimiento y la oración.
El párroco sugiere a José María que se dirija a la Trapa, y él acepta sin dudarlo. A los 16 años entra en la abadía cisterciense de Santa María del Desierto (diócesis de Toulouse) el 5 de diciembre de 1894. El maestro de novicios, el padre André Mallet, sabe captar las necesidades interiores y responder a ellas con humanidad. «¡Confía! Yo te ayudaré a amar a Jesús», le dice al recién llegado.
Contemplando frecuentemente a Jesús en su pasión y en la cruz, el joven monje se impregna del amor a Cristo. El «camino del Corazón de Jesús», que le enseña el P. Mallet, es una llamada incesante a vivir el instante presente con paciencia, esperanza y amor.
Consciente de sus carencias, el hermano José María se entrega cada vez más a Jesús, que es su fuerza. Quiere entregarse totalmente a Cristo. «Todo por Jesús, todo por María» es su lema. Es admitido a pronunciar sus votos definitivos el 24 de mayo del 1900, en la fiesta de la Ascensión. Entonces comienza su preparación al sacerdocio, algo que el futuro beato desea sobre todo en función de la Eucaristía: la realidad presente y viviente de Jesús, el Salvador entregado totalmente a los hombres, cuyo corazón traspasado en la cruz acoge con ternura a los que acuden a Él con confianza.
En todas las contradicciones el hermano José María se apoya en Cristo presente en la Eucaristía,«la única felicidad en la tierra», y confía su sufrimiento al padre Mallet, quien lo reconforta. Tras aprobar los exámenes correspondientes, el joven monje recibe la ordenación sacerdotal el 12 de octubre de 1902.
Enseguida se le diagnostica tuberculosis en estado avanzado. A pesar de pasar siete semanas con su familia, a petición del abad, sus fuerzas caen cada vez más. A su regreso al monasterio, es enviado a la enfermería, donde tiene una nueva ocasión de ofrecer por Cristo y la Iglesia sus sufrimientos físicos —cada vez más intolerables—, agravados por las negligencias de su enfermero.


Más que nunca, el P. Mallet lo escucha, aconseja y sostiene. El padre José María le dice: «Cuando no pueda celebrar más la Misa, Jesús podrá retirarme de este mundo». El 17 de junio de 1903, después de comulgar, fallece; tiene 25 años.
P. José María Cassant, ocso
El 9 de junio de 1984, el Santo Padre reconoce la heroicidad de sus virtudes, y el 7 de julio de 2003 el milagro atribuido a su intercesión abre las puertas a la beatificación del joven trapense, en octubre 2004.
El mensaje del padre José María es muy actual: en un mundo de desconfianza, a menudo víctima de la desesperación, pero sediento de amor y de ternura, su vida puede ser una respuesta, sobre todo para los jóvenes que buscan un sentido a la propia vida. Y es que José María fue un adolescente sin relieve ni valor a los ojos de los hombres, pero debe el acierto de su vida al encuentro impresionante con Jesús. Supo seguirle en una comunidad de hermanos, con el apoyo de un padre espiritual que fue al mismo tiempo testimonio de Cristo y capaz de acoger y comprender.
José María es para los pequeños y humildes un magnífico modelo. Les enseña cómo vivir, día tras día, para Cristo, con amor, energía y fidelidad, aceptando ser ayudados por un hermano o una hermana experimentados, capaces de conducirlos tras las huellas de Jesús. Un enamorado de Jesús, un joven monje que se dejó guiar, alguien que sabía buscar la paz, un sacerdote de Cristo que se inmoló en el altar: así lo describe el abad de Santa María del Desierto. Demuestra hoy la importancia de contar con una comunidad de vida y de dejarse orientar para enfrentar las dificultades.
Según el testimonio de su maestro de novicios, la trama de esta vida se parece a la trama de muchas vidas. Nada de extraordinario, excepto el modo extraordinario en que hacía las cosas ordinarias; nada grande, excepto la grandeza con la que hacía las cosas pequeñas, en el ardor de su amor por Cristo. Como cuenta el abad P. Jean-Marie Couvreur, José María responde a las fuertes expectativas de los jóvenes y de los menos jóvenes de hoy. Humanamente tenía pocos recursos. No tenía nada de joven agraciado, fuerte, brillante, capaz de gustar y de atraer. Su «gracia» fue la de confiar y acoger la mano extendida y el corazón amante de guías seguras, primero de su párroco en Casseneuil, y después sobre todo del padre André Mallet.
Sin este sacerdote, sin la orientación espiritual de la abadía, frente a sus limitaciones personales para afrontar la vida humana y la de un monasterio cisterciense, ciertamente se habría desalentado. Más que nunca, los jóvenes tienen necesidad de los adultos, de personas espirituales que les ayuden a aceptarse y a afrontar la vida, cualquiera que sea, sin desanimarse.
Además, el hermano José María se benefició de una comunidad de vida. En un mundo profundamente marcado por el individualismo, los jóvenes necesitan encontrar un grupo, una comunidad que les dé el valor de afrontar el día a día, en el gozo de una vida compartida.
¡Que hoy podamos construir esas comunidades y ser esas ayudas espirituales que los hombres y mujeres necesitan!

Joseph-Marie Cassant, Beato


Monje Trapense, 17 de junio
Joseph-Marie Cassant, Beato
Joseph-Marie Cassant, Beato

Monje Trapense



Joseph-Marie Cassant nació el 6 de marzo de 1878 en Casseneuil, en el Lot-et-Garonne (diócesis de Agen, Francia) en una familia de agricultores que ya contaba con un hijo varón de nueve años.

Estudió en el internado de los hermanos de San Juan Bautista de la Salle de Casseneuil, donde tuvo dificultades debido a su falta de memoria. Tanto en su casa como en el internado recibió una sólida formación cristiana y, poco a poco, creció en él el deseo profundo de ser sacerdote.

Su párroco, D. Filhol, le apreciaba mucho y le ayudó en sus estudios por medio de un vicario, pero su poca memoria siguió siendo un obstáculo para su ingreso en el seminario menor. Mientras tanto, el adolescente fue introduciéndose en el silencio, el recogimiento y la oración. El párroco Filhol le sugirió que se dirigiera a la Trapa: el joven de 16 años aceptó sin dudarlo. Tras un tiempo de prueba en la casa parroquial, Joseph entró en la abadía cisterciense de Santa María del Desierto (diócesis de Toulouse, Francia) el 5 de diciembre de 1894.

En ese momento el maestro de novicios era el Padre André Malet. Él sabia captar las necesidades de las almas y responder a ellas con humanidad. Desde el primer encuentro manifestó su benevolencia: «!Confía! yo te ayudaré a amar a Jesús». Los hermanos del monasterio no tardaron en mostrar aprecio por el recién llegado: Joseph no era ni discutidor ni gruñón, sino que siempre estaba contento y sonriente.

Contemplando frecuentemente a Jesús en su pasión y en la cruz, el joven monje se impregnó del amor a Cristo. El «camino del Corazón de Jesús», que le enseñó el Padre André, es una llamada incesante a vivir el instante presente con paciencia, esperanza y amor. El Hermano Joseph-Marie es consciente de sus lagunas y su debilidad. Pero se fía cada vez más de Jesús que es su fuerza. No le gustan las medias tintas. Quiere darse totalmente a Cristo. Su divisa lo atestigua: «Todo por Jesús, todo por María». Fue admitido a pronunciar sus votos definitivos el 24 de mayo del 1900, en la fiesta de la Ascensión.

A partir de entonces comenzó su preparación al sacerdocio. El Hermano Joseph-Marie lo deseaba sobre todo en función de la Eucaristía. Ésta es para él la realidad presente y viviente de Jesús: el Salvador entregado totalmente a los hombres, cuyo corazón traspasado en la cruz, acoge con ternura a los que acuden a Él con confianza. Los cursos de teología que le dio un hermano poco comprensivo causaron afrentas muy dolorosas en la viva sensibilidad del joven monje. En todas las contradicciones él se apoya en Cristo presente en la Eucaristía, «la única felicidad en la tierra», y confía su sufrimiento al Padre André que lo ilumina y reconforta. Finalmente, habiendo aprobado los exámenes, tiene la inmensa alegría de recibir la ordenación sacerdotal el 12 de octubre de 1902.

Pronto constatan que está afectado de tuberculosis. El mal está muy avanzado. El joven sacerdote no revela sus sufrimientos hasta el momento en que no puede ocultarlos más: por qué quejarse cuando se medita frecuentemente el Vía Crucis del Salvador? A pesar de su estancia de siete semanas con su familia, a petición del Padre Abad, sus fuerzas declinan cada vez más. A su regreso al monasterio, lo mandan a la enfermería donde tuvo una nueva ocasión de ofrecer, por Cristo y la Iglesia, sus sufrimientos físicos cada vez más intolerables, agravados por las negligencias de su enfermero. Más que nunca, el Padre André le escucha, le aconseja y le sostiene. Joseph-Marie dijo: «Cuando no pueda celebrar más la Misa, Jesús podrá retirarme de este mundo». El 17 de Junio de 1903, por la mañana, tras comulgar, el Padre Joseph-Marie alcanzó para siempre a Cristo Jesús.

El 9 de junio de 1984, el Santo Padre Juan Pablo II reconoció la heroicidad de sus virtudes, beatificándolo el 3 de octubre de 2004 en la Plaza de San Pedro en Roma.

A veces se ha subrayado la banalidad de esta corta existencia: dieciséis años discretos pasados en Casseneuil y nueve años en la clausura de un monasterio, haciendo cosas simples: oración, estudios, trabajo. Cosas simples, sí, pero supo vivirlas de forma extraordinaria; pequeñas acciones, pero realizadas con una generosidad sin límites. Cristo puso en su espíritu, limpio como agua de manantial, la convicción de que sólo Dios es la suprema felicidad, que su Reino es semejante a un tesoro escondido y a una perla preciosa.

El mensaje del Padre Joseph-Marie es muy actual: en un mundo de desconfianza, a menudo víctima de la desesperación, pero sediento de amor y de ternura, su vida puede ser una respuesta, sobre todo para los jóvenes que buscan un sentido a la propia vida. Joseph-Marie fue un adolescente sin relieve ni valor a los ojos de los hombres. Debe el acierto de su vida al encuentro impresionante con Jesús. Supo seguirle en una comunidad de hermanos, con el apoyo de un Padre espiritual que fue al mismo tiempo testimonio de Cristo y capaz de acoger y comprender.

Él es para los pequeños y humildes un magnífico modelo. Les enseña cómo vivir, día tras día, para Cristo, con amor, energía y fidelidad, aceptando ser ayudados por un hermano o una hermana experimentados, capaces de conducirlos tras las huellas de Jesús. 





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