miércoles, 31 de diciembre de 2014

SANACIÓN DEL ODIO




S. Pablo escribe a los Efesios: "Mas ahora en Cristo Jesús, vosotros los que
 en otro tiempo estabais lejos habéis llegado a estar cerca por la Sangre de
 Cristo, porque Él es nuestra paz. El que de dos pueblos hizo uno, derribando
 el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la ley de los
 mandamientos con sus preceptos, para crear en Sí mismo de los dos un
 solo hombre nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un
 solo cuerpo por medio de la cruz, dando en Sí mismo muerte al odio. 
Vino a anunciar la paz, paz a vosotros que estabais lejos y paz a los que
 estaban cerca, porque por Él unos y otros tenemos acceso al Padre en
 un mismo Espíritu".

Señor Jesús, Tú eres la paz, Tú eres nuestra paz, Tú eres nuestro Salvador.
 Tú quitas nuestros pecados y nos devuelves la paz que habíamos perdido.
 Estamos enfermos interiormente, tenemos un corazón lacerado, por eso 
Señor nos acercamos a Ti con fe para pedirte que nos cures interiormente, 
para que destruyas el odio que hay en nosotros, para que alejes todos los
 temores que nos enferman, para que quites toda dolencia de nuestro corazón. 
Gracias, Señor, por tu amor. ¡Bendito seas, Señor!

La sanación interior es, sin duda, uno de los temas que más interesa en la
 Renovación Espiritual Carismática. Espero que la exposición que se hará a 
continuación sea útil a muchas personas que quizá no han tenido la
 experiencia amorosa. de Dios en sus vidas, porque carecen de esta 
curación interior que Él quiere realizar actualmente en cada uno de nosotros.

Este es un tema que encuentro cada vez más importante y más práctico. 
Muchas veces no disfrutamos de este gozo del Señor, de la alegría del Espíritu, 
del amor y de la acción de Dios en nuestras vidas porque estamos muy enfermos
 interiormente. Esta realidad de nuestra enfermedad interior sería un desastre
 contemplarla si no nos encontrásemos con la realidad de la salvación integral
 de Cristo. Recordemos las palabras de los ángeles o del ángel que habla en nombre
 de Dios a los pastores el día de Navidad: "Os anuncio un gozo muy grande que 
lo es para todo el pueblo: hoy os ha nacido vuestro Salvador". Pero esta palabra
 "Salvador" queda a veces para nosotros como en el aire y no caemos en la
 cuenta de que es algo concreto, algo que abarca toda nuestra persona y
 toda nuestra vida.

Pablo VI, durante el Año Santo celebró una Eucaristía por los enfermos en la
 Plaza de S. Pedro y allí pronunció una homilía muy interesante en la cual
 nos recordó que "Cristo es el Salvador del hombre y el Salvador de todos
 los hombres". Esa fue la idea expresada ya por S. Atanasio hace ya
 muchos siglos. Dice este Santo Padre: "Nuestro Salvador fue 
verdaderamente hombre y de Él ha conseguido la salvación toda la humanidad
 y de ninguna forma es ficticia nuestra salvación. Y no solo la del cuerpo, 
sino que la salvación de todo el hombre, es decir, alma y cuerpo,. 
se ha realizado en Aquel que es la Palabra." La salvación del Señor
 se extiende a toda nuestra persona, a nuestro espíritu, a nuestra alma, 
a nuestro cuerpo, a nuestro mundo emocional.

Muchas veces en nuestro ministerio sacerdotal no comunicamos la salvación
 de Cristo a la enfermedad de las emociones, a la enfermedad mental, 
al mundo interior enfermo, porque creemos -al menos en la práctica- 
que la salvación se limita a que el Señor nos de la gracia en el Bautismo, 
nos la devuelva por el Sacramento de la Reconciliación, nos conceda la 
gracia de morir unidos a Él y entrar así al cielo. Esto es lo principal, pero 
no olvidemos que la realidad de la permanencia de Cristo actúa en nuestra
 vida toda. Dios no está limitado por el tiempo, el tiempo es la duración
 sucesiva de las cosas y en Dios no hay sucesión, por eso "Cristo que es 
Dios verdadero es el mismo ayer, hoy y por los siglos". Nos hacemos a
 veces a la idea de un Cristo que tiene veinte siglos de muerto y resucitado
 pero sin que esa resurrección se convierta en una realidad concreta en
 nuestras vidas. Olvidamos que Él hoy sana, como sanó entonces, que lo
 que Él hizo hace veinte siglos lo realiza ahora y lo efectuará dentro de
 muchos siglos porque es el mismo.

Una de las cosas que encuentro más importantes en la Renovación es ésta:
 cómo el Espíritu del Señor nos está colocando frente a un Cristo concreto y 
maravilloso que actúa como Salvador en nosotros. Nos acerca a Cristo, 
no solamente en la mente, sino en el corazón y en la vida. Y cuando el sacerdote
 y la religiosa descubren esto, el ministerio encuentra una proyección nueva,
 muestra una inmensidad cada día creciente, porque uno empieza a 
experimentar en su persona la realidad de la salvación integral de Jesús 
y se convierte entonces en ministro de salvación de Cristo, pero de una
 manera concreta, en todo el hombre y en todos los hombres.

Este es el tema en el cual estamos reflexionando ahora con la gracia del Señor.
 La sanación interior que realiza Cristo abarca muchas áreas: Él viene como
 Salvador ante todo del pecado y la sanación interior tiene que comenzar por
 la conversión. A veces se olvida este aspecto y se habla de otras áreas
 muy importantes de la sanación interior, pero sin mucho provecho porque
 no se parte de lo fundamental.

La PRIMERA sanación que Cristo hace en nosotros es la de la CONVERSIÓN. 
Recordemos algo que es muy importante tener presente cuando se trata
 este asunto. Cuando S. Marcos nos habla del comienzo del Evangelio del
 Señor, nos dice lo siguiente: "Después que Juan fue preso, marchó 
Jesús a Galilea y proclamaba la Buena Nueva de Dios: el tiempo se ha 
cumplido y el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en la Buena Noticia".

La primera preocupación de Cristo cuando comienza su ministerio es 
proclamar la Buena Nueva de la Salvación. Hay un Salvador, pero para 
que el hombre pueda recibir esta Buena Noticia de la Salvación tiene que
 dar un paso hacia Él, el de la conversión; tiene que volverse hacia ese
 Señor que es el Salvador para que pueda recibir su palabra y su consuelo, 
para que pueda enriquecerse con su gracia, para que pueda llenarse de su Vida.
 Si ese hombre continúa con su mirada puesta en los ídolos, con su mirada
 en algo distinto de Cristo, no podrá recibir el beneficio de la salvación 
del Señor.
 Por eso, Cristo lo llama por su nombre. Es maravilloso saber,
 como dice el Salmo,
"Dios llama a cada estrella por su nombre y Dios conoce y
 pronuncia los nuestros". 
Para el Señor no somos masa, no somos "cosas", 
somos personas, integramos su pueblo, pero como personas. 
Él sabe quién es cada uno de nosotros y todos preocupamos
 al Señor. Él nos llama por nuestro nombre para que nos
 volvamos hacia Él. Esa es la CONVERSIÓN: dejar el pecado,
 dejar de mirar el ídolo, para contemplar el rostro del Señor,
 para embriagamos con la belleza de ese rostro, como dirá el
 Salmo, eso es lo que quiere el Señor, que nos encontremos
 con Él, que dejemos todo para abrazarlo a Él.

La CONVERSIÓN tiene que partir del reconocimiento de la
 realidad del pecado y de la santidad de Dios. 
Cuando Juan Bautista señala a Cristo, dice:
 "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo".
 No dice únicamente que perdona, sino que QUITA EL PECADO. 
Para Juan Bautista, la presencia de Cristo era necesaria como 
Salvador del pecado, porque Juan Bautista había dedicado su
 ministerio también a llamar a la conversión,
 "a allanar los caminos" para que pudiese llegar el Salvador.

Pero fijémonos en una realidad que ojalá la reconozcamos
 delante del Señor: una de las grandes calamidades de esta
 época ha sido el empeño que hemos puesto. a veces los.
 mismos sacerdotes. para hacer creer a los demás que no
 hay pecado o para quitarle toda importancia. Esta ha sido
 la gran calamidad de esta época. Haber buscado, inclusive,
 en la Psicología y en una Moral de Situación razones para 
excluir el pecado de la vida, pero no dejamos de ser pecadores 
por eso. Esto es lo que dificulta nuestra conversión, porque no
 nos convertiremos al Señor si no nos sentimos pecadores y 
esta realidad dolorosa es la que nos tiene tan enfermos.

Cuando una persona se deja conducir por el Espíritu del Señor 
empieza a reconocer -y esta es una gracia muy grande- 
su realidad de pecador. Empieza a reconocer que el pecado 
le aleja de Dios y esta es una de las mayores gracias del Señor, 
la de sentimos pecadores. 
RECORDEMOS LA PARÁBOLA DEL FARISEO Y DEL PUBLlCANO. 
El fariseo estaba pensando y argumentando así, buscaba las
 mismas excusas que se presentan ahora: "Gracias Señor,
 porque no soy como los demás hombres". Aquel fariseo no
 se reconocía pecador, empieza a recorrer las buenas obras
 que ha hecho: ayuna varias veces a la semana, da limosna,
 guarda la ley y ese hombre, con esto mismo, está pecando 
por orgullo, es - el soberbio que se siente maravilloso delante
 de Dios. De éste nos dice el Señor que "volvió pecador a su
 casa". Está cerca del altar y, sin embargo, no está cerca de
 Dios. Pero en la puerta hay un pobre publicano que empieza
 a pedir perdón a Dios: "apiádate de mí porque soy un pecador", 
éste vuelve justificado a su casa.

No temamos pues encontramos con la realidad del pecado. 
Es una de las grandes gracias que necesitamos. No se trata
 de complejo de culpa, esto es un mal, sino de la realidad de 
que somos pecadores. Así como cuando la luz entra en una
 habitación comienza a mostramos toda la suciedad que hay
 en ella, vemos el polvo en el rayo de luz y empiezan a aparecer
 las manchas y las cosas feas, este es un beneficio. Cuando uno
 está en la habitación oscura cree que no hay nada sucio, nada
 podrido, nada malo. Si el Espíritu del Señor va proyectando su luz
 sobre nuestra alma, en nuestro corazón, en nuestro interior, y nos
 va mostrando lo malo que hay en nosotros, nos concede un gran
 favor porque ese es ya un comienzo de sanación interior. Y no 
hagamos el mal tan grande a los demás de dejarlos tranquilos
 en una vida de vicio, diciéndoles que "eso no tiene ninguna
 importancia, que eso es propio de la época". No se trata de
 formar personas escrupulosas, pero se trata de formar cristianos.
 El cristiano tiene que ser el gran inconforme frente al pecado y
 el cristiano nunca se puede sentir tranquilo cuando ha cometido
 la falta. El cristiano siempre tiene que buscar el perdón del Señor,
 la purificación de Cristo. El grito del cristiano es el que pronuncia
 en la Eucaristía: "Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
 ten piedad de mí. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
 dame tu paz". Y esta paz que nos comunica Cristo cuando perdona
 nuestros pecados es la que nos va sanando progresivamente.

Pero no podemos disfrutar de la paz del Señor mientras no
 rompamos definitivamente con el pecado. Me convenzo cada
día más de que esta Renovación espiritual, que es más seria de
 lo que nos imaginamos, encuentra resistencia en muchas personas
 por las exigencias que impone. Si no pidiera tanto. se recibiría
 y se aceptaría muy fácilmente. pero como la Renovación 
es CAMBIO DE VIDA, exige CAMBIO DE CRITERIOS y CAMBIO
 DE ACTITUDES, CAMBIO DE MOTIVACIONES POR TODO LO 
QUE SEA EVANGÉLlCO, ES POR TANTO MUY DIFÍCIL
 E INCOMODA MUCHO. El que entra en la Renovación
 se complica la vida. SÍ, SE LA COMPLICA, es verdad. 
Se la complica porque comienza a descubrir la realidad 
del pecado, se la complica porque el Señor empieza a
 pedirle que "deje esto" y "que haga aquello". Y el Espíritu
 del Señor es muy exigente. Se complica la vida pastoral, 
porque el trabajo aumenta después. El sacerdote que antes
 de la Renovación tenía tiempo para muchas cosas, ahora 
carece de él para atender debidamente a todas las personas
 que buscan en él a Cristo y que demandan especialmente
 sanación interior. No creamos que la Renovación es una
 lotería para llevamos a una vida fácil, no, la vida del cristiano
 nunca será fácil. La vida de los cristianos en los Hechos de los
 Apóstoles no fue fácil. S. Pablo escribirá con razón: "Los que
 son de Cristo crucifican su cuerpo con sus vicios y sus
 concupiscencias". El cristiano tiene que ser siempre un
 crucificado, tiene que decir también con Pablo: "Estoy
 clavado con Cristo en la cruz".

El Señor nos había dicho: "Si alguno quiere venir en pos de Mí,
 niéguese a sí mismo, tome su cruz todos los días y sígame".
 Recuperaremos la salud interior en la medida en que le pidamos
 al Señor perdón por nuestros pecados. en la medida en que
 descubramos con la luz del Espíritu todo lo que hay de malo
 en nosotros y lo pongamos delante de la Sangre sacerdotal 
de Cristo para que Ella lo purifique totalmente. La Sangre de 
Cristo nos lava de todo pecado. Pero si dejamos esto a un lado
 y entramos por otro aspecto de la sanación interior, estamos 
fallando por la base. Por eso, "Cordero de Dios, que quitas el
 pecado del mundo, danos la paz". La paz de Cristo, tu paz Señor,
 la que nadie puede dar sino Tú. Esa paz tuya, Señor, que como
 dice S. Pablo: "supera todo lo que pueden dar los sentidos",
 esa paz que exige el arrepentimiento del pecado, esa paz que
 es fruto precisamente de romper los ídolos, esa paz, Señor,
 que tanto necesitamos y que es la que va realizando nuestra
 curación interior.

Para fortuna nuestra, contamos con el amor del Señor que nos 
purifica de todas nuestras miserias. El profeta Ezequiel tiene
 esta maravillosa profecía:

"Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados de todas
 vuestras manchas y de todos vuestros ídolos os purificaré
 y os daré un corazón nuevo. Infundiré en vosotros un espíritu
 nuevo. Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os
 daré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en vosotros
 y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis 
y practiquéis mis normas. Habitaréis la tierra que Yo di a
vuestros padres, vosotros seréis mi pueblo y Yo seré vuestro Dios".

Pero la sanación interior no se limita al campo del pecado, 
abarca también ese mundo enfermo que es la consecuencia
 del pecado. La Psicología nos ha ido mostrando cada día más
 la realidad de ese mundo interior del subconsciente en donde 
se han ido acumulando el odio, el miedo, los resentimientos,
 los complejos de distinta índole. Todo ese mundo del 
subconsciente que es como un sótano en el cual nosotros
 vamos arrojando cosas penosas, duras, con el deseo de que 
desaparezcan, pero que quedan allí con toda su fuerza destructora
 y que vienen a convertirse en una especie de volcán que estalla
 cuando menos lo pensamos. Que aparece en actitudes, 
en manifestaciones de conducta y aún en enfermedades corporales.

La medicina psicosomática avanza precisamente en esa línea. 
Ha comprobado cómo muchas de las enfermedades del cuerpo 
como, por ejemplo, varios tipos de artritis, muchas úlceras, 
eczemas, asmas, dolores de cabeza a veces incurables, tienen
 una causa que se llama ENFERMEDAD INTERIOR: acumulación
 de odio, de miedo, de rechazos..., todo eso que no se puede 
expresar a veces dé otra manera, que se tiene reprimido,
busca su escape afectando al cuerpo porque está enferma
 la mente, porque no está sano el corazón.

El término bíblico "corazón" significa todo el mundo de las emociones
 y por eso la medicina no puede calmar ni curar estas enfermedades.
 Vemos, por ejemplo, cómo la artritis es incurable. La persona tiene
 épocas menos agudas, pero la enfermedad permanece y lo mismo 
sucede con ciertos asmáticos; cuando esta enfermedad es efecto de
 una represión interior, estos enfermos tienen sus días mejores,
 pero el asma permanece. ¿A qué se debe todo esto? A que una
 nueva emoción viene a producir una nueva reacción y aparece
 entonces la dolencia que, aparentemente, había terminado. 
A veces, se agravan las enfermedades, ¿por qué? porque el
 médico apenas ha atacado los síntomas, no ha destruido
 la causa. Solamente cuando ésta se quite, desaparecerá el efecto.

Estamos viendo ahora cómo la gente que está buscando y
 encontrando la sanación interior, está hallando también, 
como reflejo y como consecuencia muchas veces la misma 
salud corporal, pero lo grave es la repercusión que todo este
 mundo enfermo tiene en nuestra conducta: tantas actitudes 
agresivas, tantas situaciones de descontrol que uno no
 quisiera tener y que ha prometido no volver a repetir,
 todo eso se vuelve a presentar ¿por qué? porque.
no ha sido sanado aún el mundo interior enfermo.

Podemos separar dos cosas para que nos orientemos 
un poco en esta sanación interior. La primera sería la
 sanación de los recuerdos dolorosos y luego la sanación
 de las emociones enfermas. 
SANACION DE RECUERDOS DOLOROSOS Y SANACION 
DE EMOCIONES ENFERMAS. Dos puntos importantísimos.

Recomiendo para este estudio de todo el mundo interior enfermo,
 el libro que publicaron dos psiquiatras americanos,
 el Dr. Parker y el Dr. Jhons, tiene como título:
 "La psicoterapia en la oración". Es un estudio que 
ellos como científicos quisieron hacer para ver si la 
oración sanaba o no las dolencias de la mente, estos
 problemas psicológicos. Hicieron un test y luego una 
experiencia con treinta personas y llegaron a la conclusión 
de que por medio de la oración en grupo se obtenían mayor
 número de curaciones y con más profundidad. 
Estos especialistas demuestran qué es lo que enferma 
a la persona, lo que ellos llaman "los cuatro demonios
 principales", en términos psicológicos: el demonio del
 ODIO, el demonio del MIEDO, el demonio del
 COMPLEJO DE CULPA Y el demonio de los
COMPLEJOS DE INFERIORIDAD. Dan una prueba
 científica de la repercusión de estas enfermedades
 interiores en la conducta y aún en la salud corporal.

La mayor importancia la dan, claro está, al ODIO.
 Voy a referirme a é! porque nosotros estamos todos
 enfermos interiormente, unos más y otros menos, de odio. 
Porque ninguno de nosotros ha recibido todo el amor a que
 tenía derecho y que anhelaba desde el momento de la concepción. 
El plan de Dios ha sido el de creamos a imagen y semejanza suya.
 Recordemos cómo en el Génesis, cuando Dios va a crear al 
hombre dice: "Hagámoslo a nuestra imagen y semejanza".
 La explicación de estas palabras está en parte en el hecho 
de nuestro ser espiritual, de nuestra alma. Por nuestro
 espíritu nos asemejamos a Dios que es Espíritu, por
 este aspecto podemos decir que hemos sido hechos
 a imagen y semejanza de Dios. Esto es cierto, pero 
es solo una parte. Cuando Dios dijo: "Voy a hacer al
 hombre a imagen y semejanza mía" quiso decir algo
 maravilloso. Dios es Amor y quiso que el hombre y la 
mujer se asemejasen a Él, porque tenían la vocación de 
amar y de ser amados. Dios ama y es amado. Y en la 
medida en que el hombre crezca en el amor, en esa medida
 se asemejará a Dios que es el Amor infinito, y nosotros
 nos asemejamos al Señor y recuperamos la sanación interior
 en la medida en que crezca el amor del Señor en nuestros corazones.

A la vez, nos enfermamos en la medida en que carecemos
 de amor, en la medida en que el amor nos falte, y esa ha 
sido la realidad nuestra: que muchas veces la tragedia, 
el trauma, ha empezado en una concepción que no era deseada.
 ¡Cuántas veces la madre no quería tener un hijo porque se
 sentía enferma o porque ya tenía muchos, o por toda esa
 propaganda de la época moderna del lujo, de la sociedad de
 consumo...! Por una causa o por otra, pero aquella mujer 
que queda embarazada sin querer tener un hijo lo está 
rechazando desde el primer momento y ese rechazo está
 repercutiendo ya en el cerebro ya de ese niño, lo está
 traumatizando, lo está enfermando interiormente.

Científicamente se ha comprobado cómo las reacciones de la 
madre, desde la concepción del niño, están repercutiendo en él.
 Lo que llaman los psicólogos "las caricias positivas. 
o "los toques negativos", unos para bien y otros para mal.

Muchas veces viene un embarazo en el cual la madre por 
enfermedad, por cansancio, porque el marido no tiene trabajo,
 porque es un borracho, por lo que se quiera, está llevando 
con disgusto a ese niño. Puede ser una madre cristiana, inclusive.
 No desea abortar, pero lo lleva con cansancio, con disgusto,
 no quiere tener a ese niño. Todo esto enferma a esta persona.
 Ese niño no está recibiendo la ternura, el amor, la acogida del seno materno.

El Señor quiso crear al hombre "a su imagen y semejanza" y
 por eso determinó que la vida humana empezase con el acto
 de amor más grande que puede darse entre el hombre y la
 mujer, la unión íntima matrimonial. Es como fruto de la mayor
 expresión de amor de dos esposos como tiene comienzo la vida
 humana en el plan de Dios, porque lo hizo "a imagen y semejanza
 suya" y Dios es Amor. Y cuando ese amor empieza a faltar en la
 concepción, en el seno materno, el niño va enfermando,
 va adquiriendo traumas que tendrán después terribles consecuencias.

Muchas veces el trauma se recibe también en el momento
 mismo del nacimiento, es un parto doloroso, difícil, y
 después empieza el niño a mostrar las consecuencias,
 a manifestar su enfermedad, porque tampoco a veces en
 los brazos de la madre no recibe todo el afecto que necesita,
 porque fue creado "a imagen y semejanza de Dios" que es Amor
 para recibir amor, a fin de poder después dar amor y en esta etapa
 él no puede dar amor, tiene que recibirlo, y muchas veces lo que 
está recibiendo es rechazo voluntario o involuntario. No digamos que
 está pecando esa madre o que está faltando ese padre, pero esa madre
 -por ejemplo- pobre, que tiene que ir a trabajar, que tiene que dejara 
su niño solo, encerrado en un cuarto o a cargo de una vecina, ese niño 
que no está recibiendo el amor de la madre..., será un enfermo en 
su interior. Ella tiene que irse a trabajar, pero las consecuencias
 para el niño permanecerán. Es un niño que crece sin afecto, sin amor, 
y será el agresivo del mañana. Crece en un ambiente donde el padre
 no tiene cariño; puede ser que el padre cumpla, como se dice,
 con el deber, que lleve lo necesario, pero no da afecto y' cuando
 ese niño después recuerde a su padre tendrá que decir con pena:
 "Nunca tuvo una caricia para mí, nunca una muestra de amor,
 nunca me abrazó, únicamente escuché de él palabras duras:
 haz esto, no hagas aquello, no molestes, vete, déjame tranquilo...".
 Peor aún si ese padre es un borracho, viene entonces la tragedia,
 el mal trato a la madre que impacta al niño y el mal trato al niño. 
No nos extrañemos, pues, de' que haya tanta cosa dolorosa,
 lo raro es que no haya más.

Estamos frente a una humanidad enferma porque no ha recibido
 amor, porque le ha faltado mucho cariño y esto en los primeros
 años de la vida, que son los decisivos para todo hombre. 
Todo el amor que falte en los primeros años estallará después
 en odio. Odio es lo que queda en nosotros cuantas veces no
 recibimos el amor que necesitamos y que esperamos.
 Los primeros años de nuestra existencia influyen definitivamente
 en toda nuestra vida. Si hemos acumulado odio en esa época, 
estallará más tarde. ¿Cuándo? No lo sabemos, pero estallará.
 Tal vez nos enfermaremos corporalmente o tendremos una 
conducta enferma, una conducta enferma que es peor todavía
 que un organismo enfermo.

Y si seguimos con la vida de la persona, encontraremos cómo
 después en la escuela vamos a tener el rechazo muchas veces
 con determinado profesor, con determinados compañeros, y 
el problema crecerá. Crecerá después en el Seminario, en el 
Noviciado, en la vida de trabajo. El rechazo que hemos ido 
recibiendo de talo cual persona se irá acumulando en nosotros 
como odio. Pero esta visión sería tremenda y es la que nos 
presentan los psicólogos, si no tuviésemos ilusión, si no
 contásemos con el amor infinito del Señor.

Cuando Jesús nació en Belén, encontró un mundo dominado 
por la violencia, el resentimiento, la guerra y la esclavitud. 
Por eso, vino a ofrecerles su paz. Esta palabra bendita fue el
 canto de los ángeles en esa noche maravillosa: "¡Gloria a
 Dios en las alturas, paz en la tierra a los hombres de buena
 voluntad!" A lo largo de su ministerio, el Salvador prodigó
 este regalo de su paz y sanó muchos corazones heridos por el odio.

Un caso maravilloso es la sanación del odio racial que
 Jesús efectúa en el corazón de la Samaritana. En su tiempo,
 como ahora, existía el odio racial. Los judíos y los samaritanos 
no se trataban, nos dice S. Juan en su Evangelio. Este odio racial
 impedirá que la Samaritana obsequie a Jesús el poco de agua 
que le pide: " ¿ Cómo tú siendo judío me pides de beber a mí 
que soy samaritana?" Pero Jesús no odiaba a los samaritanos,
 los amaba como amaba a sus hermanos los judíos. Por eso, 
no reacciona con agresividad ni dureza contra esta mujer despectiva, 
al contrario, ofrece el agua del Espíritu a quien le niega la del pozo.
 Jesús le respondió: "¡Si conocieras el DON de Dios y quién es el 
que te dice 'dame de beber', tú le habrías pedido a Él y Él te habría 
dado agua viva!". Jesús puede decir esto porque interiormente estaba 
sano. A lo largo de un diálogo lleno de amor divino, Jesús va sanando
 el odio de esta mujer, que termina dejando su cántaro a los pies de
 Jesús, mientras corre hasta la ciudad' y dice a la gente: "Venid a 
ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho". Y habló 
con tanto entusiasmo de Jesús que muchos samaritanos de
 aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la mujer. 
Le rogaron que se quedara con ellos y se quedó allí dos días 
y fueron muchos los que creyeron por sus palabras. 
Todo esto porque el amor de Cristo sanó el odio racial de
 aquella mujer y de sus compatriotas.

La sanación del odio que separaba a dos pueblos y que solo
 pudo ser efectuada por Jesús, está sintetizada
 admirablemente por S. Pablo en su carta a los Efesios; con estas palabras:

"Pues Cristo es nuestra paz que hizo de los dos pueblos uno,
 derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando 
en su carne la ley de los mandamientos con sus preceptos...
 haciendo la paz y reconciliar con Dios en un solo Cuerpo por
 medio de la cruz, dando en Sí mismo muerte a la enemistad.
Vino a anunciar la paz. Paz a vosotros que estabais lejos y paz 
a vosotros los que estaban cerca, pues por Él unos y otros 
tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu".

El mundo actual está destrozado por odios personales, nacionales
 y raciales y este odio ha llegado hasta el deporte y las
 manifestaciones de la cultura. Todos los esfuerzos de las
 Naciones Unidas y las Conferencias de paz han sido inútiles
 y lo serán mientras no las anime el Espíritu del Señor. 
Solamente Jesús es capaz de derribar los muros que 
separan a los pueblos y de dar muerte alodio con su infinita paz.

Otro caso conmovedor es el de la sanación del corazón
 destrozado de PEDRO. Si hubo un corazón herido por el
 dolor fue el de Pedro después de su triple negación de
 Cristo durante la Pasión. Pedro amaba a Jesús sinceramente.
 No era un farsante cuando dijo: "Aunque todos se escandalicen
 de Ti, yo jamás me escandalizaría". Ni cuando añadió: 
"Aunque tenga que morir contigo no te negaré". Horas 
después y frente a unas siervas dijo repetidas veces:
 "No conozco a ese hombre". Empezó él a maldecir y a jurar:
 "No conozco a ese hombre", pero afortunadamente estaba frente
 a Jesús que no se arrepiente de amamos y que es la bondad infinita. 
Él estaba listo a perdonar a su apóstol infiel y, más aún, a sanarlo
 interiormente. "Vuelto el Señor, miró a Pedro y Pedro se acordó
 de las palabras del Señor cuando le dijo: "Antes de que el gallo
 cante, me negarás tres veces., y saliendo fuera lloró
 amargamente. Es lo que nos dice S. Lucas en su Evangelio.

Sanación interior de José, en el A.T.:
"... Al terminar este llanto, José dice a sus hermanos:
 "Yo soy José, ¿vive aún mi padre?" Sus hermanos no 
podían contestarle porque se habían quedado atónitos
 ante él. José dijo a sus hermanos: "Vamos!, acercaos a mí!" 
Se acercaron y él continuó: "Yo soy vuestro hermano José a
 quien vendisteis a los egipcios. Ahora bien, no os dé enojo el
 haberme vendido acá, pues para salvar vidas me envió Dios
 delante de vosotros, porque con este van ya dos años de hambre 
sobre la tierra y aún quedan cinco años en que no habrá arada ni siega.
 Dios me ha enviado delante de vosotros para que podáis sobrevivir 
en la tierra y para salvaros la vida mediante una feliz liberación. 
O sea, que no fuisteis vosotros los que me enviasteis acá sino Dios,
 y Él me ha convertido en padre del Faraón, en dueño de toda su
 casa y amo de todo Egipto. Subid deprisa donde mi padre y decidle:
 "Así dice tu hijo José: Dios me ha hecho dueño de todo Egipto,
 baja a mí sin demora. Vivirás en el país y estarás cerca de mí tú 
y tus hijos y nietos, tus ovejas y vacadas y todo cuanto tienes.
 Yo te sustentaré allí, pues todavía faltan cinco años de hambre,
 no sea que quedéis en la miseria tú y tu casa y todo lo tuyo". 
Con vuestros propios ojos estáis viendo y también mi hermano
 Benjamín con los suyos, que es mi boca la que os habla. Notificad,
 pues, a mi padre toda mi autoridad en Egipto y todo lo que habéis
 visto, y enseguida bajad a mi padre acá. (la escena termina de
 una forma conmovedora). Y echándose al cuello de su hermano
 Benjamín lloró. También Benjamín lloraba sobre el cuello de José. 
luego besó a todos sus hermanos, llorando sobre ellos, después
 de lo cual sus hermanos estuvieron conversando con él."

Encontraremos en la vida real nuestra un caso de sanación
 interior tan perfecto y admirable como este que nos ha descrito 
el sagrado libro del Génesis, si creemos firmemente en las
 palabras que escribe S. Pablo a los Hebreos: "JESUCRISTO
 ES El MISMO AYER, HOY Y POR LOS SIGLOS", nos acercaremos
 con fe y con confianza a Jesús y Él sanará también ahora,
 como sanó por ejemplo a la Samaritana, el odio que haya acumulado en nosotros.

Podemos emplear un método muy sencillo para conseguir
 esta curación interior. Recorrer nuestra vida con Cristo,
 detenemos delante de cada recuerdo doloroso y pedirle 
con humildad y con confianza que lo sane. En este recorrido
 iremos descubriendo el amor que nos faltó en un momento
 o en otro. Con fe en la presencia de Jesús que recorre con 
nosotros nuestra existencia, nos detendremos para decirle: 
"Tú, Señor, que eres el Amor, Tú que estabas presente cuando 
recibí esta ofensa, cúrala en este momento. Derrama sobre esta 
herida el bálsamo de tu consuelo. Dame, Señor, el abrazo que
 se me negó entonces, prodígame la caricia que no me dieron en
 aquel momento, dime la palabra bondadosa que no escuché,
 sana la herida que me causó aquella frase dura, aquella actitud 
violenta. Sáname, Señor, te lo pido". Si hacemos esto con fe, 
el Señor derramará el óleo de su paz, de su amor, de su perdón,
 sobre cada una de esas heridas. A una herida seguirá otra, a 
una sanación seguirá otra, puesto que es un proceso el que va 
realizando el Señor.

Una manera muy fácil de comprobar si se da sanación o no 
es esta: si al recordar después lo que antes nos causaba odio. 
dolor. angustia. lo hacemos ahora con paz y aún con alegría. 
En este caso. la sanación habrá sido total.

Las horas que dediquemos a recorrer nuestra vida con Jesús 
para detenernos delante de cada recuerdo doloroso y pedirle 
que lo sane con su amor y con su paz, serán quizá las más útiles.
 Progresivamente, se irá cumpliendo este PROCESO de sanación
 interior y comprobaremos (y tal vez lo otros comprobarán. también)
 cómo nuestro corazón enfermo va siendo cambiado por un corazón
 sano, cómo empiezan a desaparecer las manifestaciones de nuestra
 enfermedad anterior, cómo van siendo reemplazadas por actitudes 
cristianas, cómo al odio sucede la paz, cómo a la agresividad sigue 
la mansedumbre, en una palabra, cómo la acción del Señor que es
 Amor se va manifestando en nuestras vidas.

En un día de Retiro espiritual, en un día de silencio en el campo;
 aún en horas de la noche, podemos dedicamos a hacer este. 
recorrido con Jesús y recibir de Él la curación que quiere hacer 
de nuestros corazones rotos, de nuestros corazones atribulados.
 Es el Señor y, por lo mismo, es el Amor.

Ruth Carter ha escrito un libro muy interesante sobre sanación 
interior y en él insiste en la importancia que tiene para el logro
 de esta sanación interior emplear la imaginación, visualizar la
 persona de Cristo que actúa en cada uno de estos momentos,
 para sanamos interiormente. La imaginación ha sido des prestigiada 
entre nosotros. Puede hacemos mal, claro está, pero puede también 
producir grandes beneficios. Es parte de nuestra persona, tiene una 
misión muy importante y debemos utilizarla. Con una imaginación
 bien encauzada encontramos la manera de trabajar positivamente 
en nuestra sanación interior. Si cambiamos la escena dolorosa que
 nos causó un trauma por otra positiva en la cual Jesús se presenta 
como el Amor, como el Padre bondadosísimo, como el Amigo lleno
 de fidelidad, veremos cómo se modifica también nuestra situación
 interior. Esta imaginación interior puede avivar nuestra fe, puede
 animar también nuestra confianza, puede facilitar nuestro acercamiento
 al Señor. Nuestra enfermedad interior es el resultado de un largo
 proceso y, por lo mismo, la sanación interior no es obra de un 
momento, sino el resultado de un largo proceso. Empleemos 
este método de sanación interior y veremos muy pronto sus 
magníficos resultados.

Pero también podemos acudir al ministerio de sanación interior. 
El Concilio nos ha recordado cómo Jesús realiza su salvación
 EN la Iglesia y POR la Iglesia. La mayor parte de la salvación
 se nos comunica por medio de otras personas que sirven como 
ministros del Señor en un momento determinado. Por ejemplo, 
EL PERDÓN DE LOS PECADOS, ordinariamente lo recibimos por 
el ministerio del sacerdote en el Sacramento de la Reconciliación. 
La sanación física se consigue muchas veces por el ministerio de
 una persona 'que ora con fe por nosotros. Lo mismo podemos
decir de la sanación interior.

El Señor está multiplicando en estos momentos el carisma de
 sanación interior. En muchas partes se han formado equipos de 
personas que están orando por sanación interior con un fruto y
 resultado magníficos. Pero, claro está, .el medio mejor para
 conseguir este ministerio de sanación interior es en el Sacramento .
de la Reconciliación. Muchos sacerdotes están trabajando en esta
 línea y están obteniendo resultados verdaderamente admirables.

El P. Miguel Scanlan, el autor de “Sanación interior" ha escrito un 
importante folleto sobre este tema. Creo que la Renovación que
 quiere la Iglesia en este punto tan importante, el del Sacramento
 de la Reconciliación, será una plena realidad cuando los sacerdotes
 nos convenzamos de la riqueza de sanación interior y dediquemos
 buena parte a orar con las personas por la sanación de las raíces
 del pecado y la curación de las secuelas que él haya dejado en sus vidas.

Quiero referirme a algunos casos que nos demuestran la realidad
 de la sanación interior. Un día me pidió un sacerdote que orara
 por él, se hallaba en la Renovación y estaba descubriendo con 
admiración creciente el poder de sanación interior que hay en Jesús.
 "Me siento muy cambiado", me dijo. "Estoy mucho mejor en mi
 interior que antes, pero sé que aún necesito mucha sanación interior".
 "Y ¿qué es lo que más te preocupa en este momento?", le pregunté.
 "Tengo la impresión de que soy poco aceptado, creo que mis superiores
 no me quieren ni tampoco mis feligreses. Me da la sensación de que me
 toleran, pero no me siento amado. En el fondo me siento rechazado. 
Esta situación me ha mantenido en una dolorosa soledad espiritual. 
Por fortuna la experiencia que he tenido del amor de Jesús me ha dado
 nuevos bríos, su presencia amorosa me está sanando, pero sé que
 necesito ayuda y por eso he venido para que oremos, a fin de que 
el Espíritu del Señor sane las zonas profundas de los rechazos que 
"recibí al comienzo de mi vida, pues tengo el presentimiento de
 que algo no estuvo bien y que esa falta de aceptación plena ha
 repercutido en mi situación posterior".

Oramos un rato para pedir al Divino Espíritu que guiara nuestra
 oración de sanación y pusiera en nuestros labios lo que debiéramos 
decir. Al terminar, le manifesté: "Creo que debemos que
 concretarnos ahora en pedir la sanación de la falta de aceptación
 que tuviste varias veces desde tu concepción hasta tu nacimiento.
 Han venido a mi memoria las palabras del Salmo 50: "en pecado
 me concibió mi madre". No es que el acto de nuestra concepción
 haya sido pecaminoso, sino que el pecado de nuestros padres y
 de nuestros antepasados dejó quizá tales huellas en nuestros padres
 que les impidió engendrarnos y concebirnos con perfección de amor,
 y en cambio quizá lo hicieron con sentimientos de egoísmo, de miedo 
o de rechazo materno, que constituyeron ya nuestro primer trauma. 
Entonces, pidámosle a Jesús que, Él que estuvo presente en ese instante,
 ponga los sentimientos y las actitudes y los afectos y el amor debidos,
 para que ese acto definitivo sea el comienzo feliz de nuestra existencia.
 "Quita de nuestros padres, en ese instante de nuestra concepción, 
todo sentimiento de angustia, de violencia, de miedo, de egoísmo,
 y lIénalos de tu amor. Sana, Señor Jesús, el momento y el acto de 
nuestra concepción, que tanto mi padre como mi madre deseen con
 amor muy grande mi concepción, que la anhelen, Señor. Gracias porque
 sé que nos oyes". Guardamos silencio un rato, repitiendo esta súplica,
 en la seguridad de que el Señor la oía y la acogía. 
"¿Tú eres el primogénito?", le pregunté. "Sí", respondió.
 "¿Tu madre ha sido tranquila o nerviosa?". "Muy nerviosa 
y ofuscada", contestó. Oremos, entonces, para que el Señor
 sane los rechazos que pudiste recibir de su parte durante los
 meses del embarazo. Recuerdo ahora las profundas palabras
 del Salmo 70: "En el vientre materno ya me apoyaba en Ti,
 en el seno Tú me sostenías. Desde el vientre de mi madre Tú eres mi Dios".

Y entonces, oramos así: "Señor Jesús, no sé si mi madre sintió
 miedo en lugar de alegría cuando comprobó que me había
 concebido. Tal vez estaba sola y se sintió asustada al pensar
 en lo que le esperaba. Acércate a ella en ese momento tan
 importante y quita de su mente toda idea sombría y llénala 
de alegría al saber que va a ser madre. Haz que sienta el deseo
 de ver a mi padre pronto para darle la buena noticia, llénala
 de felicidad y que esa alegría se transmita a mi mente y le
 sane del trauma que recibí cuando fui rechazado, sin que mi 
madre tuviese la culpa, pero debido a sus nervios."

Y después de un rato de silencio, durante el cual contemplamos a
 Jesús realizando esa sanación en nuestra madre y en nosotros,
 continuamos así: "Señor, quizá en los meses posteriores de mi
 gestación, mi madre sintió pesar de llevarme en su seno porque
 se sintió enferma, porque mi padre la dejó sola por estar con amigos
 o por su trabajo. Fueron momentos de rechazo para mí, que
 repercutieron ya en mi mente y me traumatizaron profundamente.
 Señor, hazte presente en cada uno de esos momentos y cambia
 los pensamientos y los sentimientos negativos de mi madre, por
 otros positivos y alegras. Veo, Señor, cómo le das paz en ese
 momento y haces que se sienta feliz al saber que crezco en ella
 y que pronto será madre. Gracias, Señor, por la felicidad que le
 comunicas y que yo experimento. ¡Qué bueno eres, 
Señor! ¡Bendito seas, Señor!

Después de esto, nuestro silencio fue más largo, mientras
 veíamos a Jesús efectuar esa serie de sanaciones, a la vez
 que experimentábamos una gran- paz interior que iba 
disipando y sanando ideas y traumas de rechazo. 
Saboreamos de nuevo las palabras del Salmo:
 "En el vientre materno ya me apoyaba en Ti".
 "Siento también, dijo mi hermano .sacerdote, 
siento que se me quita un peso. Estoy ahora más seguro". 
Tenía la seguridad de que Jesús lo amaba desde el seno de su madre.

Le dije: "¿Por qué no oramos por la sanación de los posibles
 traumas recibidos durante el nacimiento? Fuiste el primer hijo
 y no sabemos cuán difícil haya sido tu alumbramiento y las
 angustias de tu madre en las horas previas y durante él.
 "Señor Jesús, Tú estabas allí en ese momento, derrama paz
 sobre mi madre en el instante de darme a luz. Sana lo que
 me haya traumatizado entonces. Recuerdo ahora las palabras 
del Salmo como escritas para mí: "En verdad, Tú eres el que
 me sacaste del vientre, el que me inspirabas confianza desde
 los pechos de mi madre. Desde el útero fui entregado a Ti".

Terminada la oración, me comentó mi amigo: "¡Cuántas personas 
estarán traumatizadas desde su concepción sin saberlo y sin recibir
 esta gracia de sanación! Son muchos los que son concebidos sin
 amor, sin ser deseados, y aún como fruto ge la brutalidad o de la
 violencia. ¡Pobres vidas! ¡A cuántos les quieren hacer abortar, a
 cuántos les llegan los malos tratos y los golpes que reciben sus
 madres cuando están embarazadas! Me explico ahora por qué
 hay tantos que tienen un complejo profundo de rechazo. 
Creen que nadie les acepta, que todos lo rechazan".

Días después, vino a visitarme este sacerdote y me dijo:
 "Me siento mucho mejor después de la oración que hicimos 
hace una semana. ¿Por qué no continuamos orando en esta
 dirección?". "Con mucho gusto", le dije. "Jesús está aquí 
con nosotros y es nuestro Salvador total, el Médico de las
 almas y de los cuerpos, como le llama la Iglesia en su liturgia".

Conocí en Bogotá a un profesional muy distinguido, dueño de
 una gran cultura y de mucho dinero. Todo lo que le rodeaba
 anunciaba felicidad, una esposa buena y delicada llena de amor,
 unos hijos que sobresalen por su dinamismo y capacidades,
 una salud corporal excelente para sus 38 años y un porvenir 
muy prometedor. Pero era un hombre angustiado, dominado
 por el miedo, y varias veces se ha sentido profundamente
 deprimido. ¿Qué le pasa? El especialista le ha dicho que no 
encuentra la causa. Ha buscado alivio en la medicina ven la
 oración, cree mucho en ella y además da a los pobres de 
acuerdo con sus posibilidades. Un día me buscó y me dijo: 
"Vengo porque no encuentro solución humana. Vengo para 
que oremos por mi sanación interior". Nos unimos en oración
 para pedir al Espíritu Santo su luz en este momento. Cuando 
la terminamos, le dije que habláramos un poco acerca de sus
 relaciones con sus padres. Poco a poco empezó a descubrir 
su posición frente al padre, posición que había sido de gran
 respeto y de gran temor porque había sido una persona muy
 inteligente, muy fuerte y exigente. Siempre le tocó trabajar 
con él y esto dejó una huella más profunda de lo que pudo
 imaginarse. ."¿Cuándo tuvo usted su primera depresión que 
le obligó a ir a la Clínica?", le pregunté. "Después de la muerte
 de mi 'padre. Antes de morir me encargó el cuidado de la
 hacienda, me recomendó también que ayudara a mis hermanos 
y a todos mis parientes. Aún ahora me siento angustiado cuando
 conozco los problemas que tienen algunos de ellos”. Durante
 largo rato fue enumerando hechos que mostraban cada vez
 más claramente cómo su vida había quedado ligada, cada
 vez más estrechamente, a la persona autoritaria y exigente
 de su padre, del cual se creía aún ahora el delegatario y el
 reemplazo. Le dije: "Lo que tiene enfermo es la serie de
 cuerdas que lo ataron a su padre y que sólo pueden ser 
cortadas por Jesús, para que usted se sienta libre con la
 libertad que da el Espíritu del Señor. Vamos a pedir esta
 liberación". Y fuimos rogando al Señor presente en nosotros
 que cortase una tras otra todas estas cuerdas, los recuerdos
 más dolorosos en ese campo de la opresión y deteniéndonos
 con Jesús para que fuese cortando cada una de esas ligaduras.

Después de dos horas de oración, exclamó este profesional:
 "Gracias, Señor, por la paz que experimento. Gracias porque
 veo el camino, gracias porque ahora empiezo a sentirme 
libre, gracias porque te veo en lugar de mi padre a quien 
he podido amar hoy. Antes de despedirme, le dije: 
"El Señor lo ha liberado, usted ahora se siente más cerca 
de Él. Y lo liberará más con respecto a su padre y a quienes 
hayan ocupado un papel parecido como gobierno, oficina de
 impuestos, etc.". Gloria al Señor.

Toda persona que se siente atada, instintivamente busca 
liberarse y hace toda clase de esfuerzos para conseguirlo. 
Mientras forcejea se vuelve agresiva y si no consigue esta 
liberación, entra en un estado de aflicción que puede convertirse 
en depresión. Por eso, la necesidad que tenemos de que el Señor 
corte las ligaduras emocionales que nos mantienen exageradamente
 atados a determinadas personas, sólo Él puede hacerlo. Pero no hay
 que olvidar que la sanación interior es un proceso y no un momento.
 Por eso, este ejercicio de cortar lazos emocionales tiene que 
repetirse hasta que la liberación sea total, entonces descubriremos 
la riqueza de estas palabras santas: "Donde está el 
Espíritu del Señor allí está la libertad".

Muy claro es también este caso de sanación interior de una 
religiosa. En mis encuentros con las almas consagradas he 
comprobado cómo muchas veces sus problemas y dificultades
 en la vida de oración obedecen a falta de sanación interior y
 no a pruebas del Señor o a otras causas, como ellas o sus 
directores espirituales opinan.

Una religiosa muy observante y generosa me planteó varias
 veces su dificultad para encontrarse feliz con el Señor en la
 oración. Buscamos varias causas posibles como: apego a
 algo, deficiencia en la salud, ambiente poco propicio, falta 
de generosidad... y vimos que ninguna de ellas existía. Varias
 veces llegamos a la conclusión de una prueba del Señor que
 era preciso sobrellevar con paciencia hasta que llegase la hora
 de su manifestación. Pero un día, al hablar con ella, sentí la necesidad 
de indagar por su niñez para ver si aparecía alguna causa que explicase, 
al menos en parte, esta situación: cómo fueron sus relaciones con sus padres, 
le pregunté. Pedimos luces al Señor y pronto me dijo: "Desde niña me
 di cuenta del proceder de mi padre en mi hogar, de su frialdad para 
conmigo y esta realidad me ha herido mucho. Él fue generoso en la
 parte económica, pero no afectivamente." "¿Se da cuenta, le dije, 
de que en su corazón hay un rencor oculto que le ha impedido 
perdonar a su padre?". Calló y, después de reflexionar, me dijo:
 "Ahora lo comprendo". "Vamos a orar para que Jesús empiece a
 sanar todos los recuerdos dolorosos que usted conserva de su
 padre y le de un amor muy grande para perdonarlo, pero de corazón,
 para que usted de esa manera experimente amor hacia él. Vamos a
 orar para que el Señor empiece hoy un proceso de curación interior 
del resentimiento y para que este proceso continúe después".
 Así lo hicimos durante un rato y al terminar se sintió más
 tranquila y con más esperanza. Le recomendé que durante 
los días posteriores fuera pidiendo al Señor la curación de todos
 los recuerdos dolorosos que tuviera con su padre y la de los
 que guardase reprimidos. Meses más tarde recibí de ella una 
carta en la cual me decía lo siguiente: "Demos gracias a Dios
 Padre que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del 
pueblo santo en la luz. Demos gracias al Señor por las maravillas
 que se ha logrado en mi alma en estos meses. Creo firmemente
 que puedo y debo ser alma de Dios, es el Espíritu el que me guiará
 a la meta, mi pobreza es suma, pero ya no me espanta porque Cristo 
la ha asumido". Este caso puede orientamos para descubrir cómo
 muchas veces las dificultades para experimentar en la vida
 consagrada o en la oración la paternidad amorosísima de Dios
 obedece a un resentimiento profundo que hemos guardado
inconscientemente, quizá, contra nuestros padres, contra los
 superiores, contra las personas que influyeron en nuestras vidas.
 Y todo lo que hagamos para superar dicha situación será inútil
 mientras no consigamos del Señor la paz interior y un gran
 amor que nos permita perdonar y amar cordialmente a quien
 rechazamos porque nos rechazó.

Es aquí donde adquiere un nuevo valor para nosotros las palabras
 del Señor: "Si al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas de
 que un hermano tuyo tiene algo que reprocharte, deja tu ofrenda
 allí delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, 
luego vuelve y presentas tu ofrenda". Estas palabras del Señor nos
 muestran la necesidad que tenemos de perdonar para ser 
sanados. El odio enferma y el perdón cura. Esta es la gran 
verdad que todos debemos tener presente en nuestra conducta. 
Solamente en la medida en que perdonemos de corazón, esto 
es, en la medida en que lleguemos a amar a quien nos ha
 ofendido, sanarán nuestras heridas íntimas. Pero esto no 
es posible sin la acción del Espíritu del Señor en nosotros. 
Sólo Él puede capacitamos para realizar el anhelo
 de S. Francisco de Asís, que “donde haya odio ponga yo amor".

Lo primero que se requiere para esto es que descubramos
 todo el odio que hay acumulado en nosotros a lo largo de
 nuestra vida, que sepamos en realidad a quién odiamos y
 en qué grado, y esto no es fácil porque muchas veces creemos
 que amamos a las personas porque vivimos con ellas, las respetamos,
 les prestamos servicios, oramos por sus intenciones y, sin embargo, 
guardamos resentimientos muy profundos porque nos han rechazado
 muchas veces. Dediquemos el tiempo que sea necesario para clasificar
 y' determinar las personas contra las cuales tenemos resentimientos.

Empecemos por NUESTRO SEÑOR. Estamos resentidos con Él 
porque creemos que no nos ama como a los demás, porque ha 
permitido talo cual pena, porque no ha atendido aparentemente
 la súplica que le hemos hecho por talo cual intención..., por eso
 vemos tantas actitudes negativas en el campo de la fe y de la
 oración y por eso también oímos a veces en los cristianos ciertas
 expresiones contra Dios que son verdaderas blasfemias.
 Encontramos este resentimiento particularmente en personas
 que han perdido un ser querido en circunstancias muy dolorosas,
 en quienes padecen una enfermedad larga y dura, en quien 
sufre por una calumnia grave o por un trato muy injusto, en
 quienes padecen los rigores de la pobreza, de la incomprensión o del abandono.

Cada día descubro en mi ministerio la necesidad que tienen 
muchas personas de reconciliarse con el Señor, por quien 
experimentan un profundo resentimiento.

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