jueves, 28 de mayo de 2015

Sermones de San Bernardo

ESTÁN SIN MANCHA NI ARRUGA

ESTÁN SIN MANCHA NI ARRUGA
SERMÓN TERCERO DE LA FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS
1. Como dijimos en el sermón anterior, las almas de los santos pasan por tres estados diferentes: unidas primeramente a un cuerpo corruptible, separadas luego del cuerpo y unidas definitivamente a su cuerpo glorioso. El primero implica combate, el segundo descanso y el tercero felicidad consumada. El primero se vive en las tiendas, el segundo en el atrio y el tercero en la casa de Dios. ¡Qué deseables son tus tiendas, Señor de los ejércitos! Y mucho más deseables sus atrios, como canta el Salmista: Mi alma se consume anhelando los atrios del Señor. Pero como sabemos, también en los atrios suele haber alguna privación: por eso: Dichosos los que sirven en tu casa, Señor. Hermanos, ¡qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor!
 Si me preguntáis por qué soy tan audaz, os respondo que veo ya a muchos de vosotros en los atrios, esperando que se complete el número de los hermanos. Pues no entrarán en aquella mansión dichosa sin nosotros, ni sin sus cuerpos. Para ser más claros: ni los Santos sin el pueblo, ni el espíritu sin la carne. La felicidad no será completa mientras el hombre no esté íntegro, y la Iglesia haya llegado a su plenitud. Por eso, cuando piden la resurrección de los cuerpos, como dijimos en el sermón precedente, Dios les responde: Tened un poco de calma hasta que se complete el número de vuestros hermanos. 
 Visten ya sus túnicas blancas, pero no lucirán sus trajes forrados hasta que los recibamos también nosotros. El Apóstol aplica esta misma norma a los Patriarcas y Profetas. Dios preparó algo mejor para nosotros y no quiso llevarlos a la meta sin nosotros. La primera túnica se refiere a la felicidad y reposo de las almas, de la que ya hemos hablado; y la segunda a la inmortalidad y gloria de los cuerpos. Por eso dicen: Venga, Señor, la sangre que han derramado tus santos. No desean venganzas o represalias, sino la resurrección y glorificación de sus cuerpos, la cual, saben muy bien, se diferirá hasta el último día del juicio.
2. ¿De dónde a ti tal honor, carne miserable, deforme y repugnante? Las almas santas, imágenes vivas de Dios y rescatadas con su propia sangre, te desean y te esperan. Más aún, sin ti su gozo, su gloria y su felicidad son incompletas. Sigue tan vivo en ellas este deseo natural, que sus afectos no están plenamente centrados en Dios, sino como replegados y contraídos por el atractivo que tú les suscitas. Por eso el apóstol Juan, que nos ha descubierto tantas cosas de ese estado en que descansan llenas de gozo las almas santas, dice: Están libres de toda mancha ante el trono de Dios. Sin mancha, pero no sin arruga, mientras llegue el día en que Cristo presente una Iglesia radiante, sin mancha ni arruga
 En los miembros que todavía luchan, la Iglesia no está libre de mancha, pues nadie está limpio de mancha, ni el niño de un sólo día, cuya vida Job la califica de combate. Los que reposan al pie del altar del Señor son la Iglesia sin mancha, como leemos en el salmo: Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y descansar en tu monte santo? Y responde: El que está limpio de toda mancha.   Así, pues, el que no tiene mancha disfrutará de reposo en el nombre del Señor; y los que están sin arruga serán transportados más allá del monte. ¿Quieres saber cuándo se verán las almas libres de arruga? Cuando los cielos se desplieguen como una piel, sabiamente curtida y sin repliegues. Entonces seguirán al Cordero dondequiera que vaya. ¿ Y a dónde va? Abarca vigorosamente de extremo a extremo y gobierna el universo con blandura. 
3. ¿Quieres conocer mejor aún dónde va el Cordero, y dónde le acompañan las almas glorificadas? Yo hallo descanso con todo.El regalo del Señor no es algo discontinuo o limitado a ciertas cosas. Disfruta y se deleita en todo; en todo busca y encuentra regalo. Lo bueno le agrada por ser bueno, y también se complace por el buen destino de lo malo. Ama la misericordia y el derecho, y no sólo se complace en la gloria de los buenos, sino en los justos tormentos de los malvados. Dime: ¿crees que el alma humana puede compartir el gozo del Señor y su descanso hasta el punto de recrearse en todas las cosas? ¿Es posible que no tenga ninguna arruga de amor hacia sí misma, y se sienta plenamente invadida de un amor universal y divino?
 Sí, es posible; pero a condición de que sea fiel en las cosas pequeñas que se le confiaron durante su periodo de milicias; es decir, si demostró ser un fiel administrador de sus miembros, sentidos y apetitos -el siervo de Cristo debe controlar su propio cuerpo santa y respetuosamente-, glorificando y manifestando a Dios en él. Al empleado que sea fiel en detalles, el Amo rico y generoso le confiará mucho más; tanto que le nombrará administrador de su casa y señor de todas sus posesiones. 
 Y no creáis, hermanos, que todo esto es una utopía inventada por mi. Es la misma Verdad quien lo promete y merece toda nuestra fe. Escuchémosle: Dichoso aquel empleado a quien el amo, al llegar, lo encuentra cumpliendo su deber. Os aseguro que que le confiará todos sus bienes. El empleado fiel recibe la administración de todos los bienes del Señor cuando merece entrar en su gozo,  gozarse, recrearse y deleitarse eternamente con él en todo. Como dice el Apóstol, quien se une a Dios es un Espíritu con él. Su voluntad tan apegada e identificada con la de Dios, que no encuentra nada contrario a ella en todas las criaturas, sino que todo lo ve y acepta según su beneplácito.
4. Esta es la inefable esperanza que inunda a los santos. Y aunque viven en continua acción de gracias por la felicidad y descanso que poseen, suplican e imploran del Señor la plenitud que aguardan. Están libres de todas las manchas antiguas, pero todavía les quedan ciertas arrugas o repliegues sobre sí mismos. Su vivir es un perenne canto de gratitud, pero todavía no es un vivo grito de alabanza, porque sólo los perfectos pueden alabar al Perfecto. Él se gloriará con su heredad cuando ellos le alaben y cada uno de ellos sea alabado por Dios. Por esta razón el Profeta utiliza deliberadamente un verbo en futuro:Dichosos los que viven en tu casa, te alabarán por los siglos de los siglos. 
 Juan en el Apocalipsis no nos dice que oyera cantos de alabanza, sino gritos de súplica. Escuchadle: Al pie del altar de Dios así los gritos de los asesinados. ¿Qué decían? Señor, toma venganza de la sangre de tus siervos derramada. Aquí no alaban, suplican. ¿Hasta cuándo contemplaremos de lejos este altar sin osar acercarnos a él? 
 Ya sé que os gusta escuchar el misterio de este altar y el designio sagrado que en él se contiene. Mas ¿quien soy yo para curiosear temerariamente la alcoba privada de los Santos? Sé muy bien que quien escudriña la majestad quedará oprimido por su gloria. Pero  hagamos una pausa, si os parece, y supliquemos a estos santos moradores que se dirigen a revelarnos un poco el misterio de este altar. No por vuestros méritos, sino por los de aquel que nos lavó y con su sangre nos lavó de nuestros pecados. Que nos acepten como a ciudadanos y familiares de Dios, y no nos rechacen como a extranjeros y advenedizos de aquella íntima morada. 
RESUMEN Y COMENTARIO
La salvación será un hecho colectivo en el que, antes de dar ese paso, se unirán todos los santos. Es como si existieran dos tipos de túnicas. La primera, adquirida tras la azarosa vida y el plácido descanso eterno, se refiere a la felicidad y el reposo de las almas. La segunda, que emplearemos en un paso colectivo, conducirá a la inmortalidad y gloria de los cuerpos. Dicho de otra forma, tras la resurrección debemos estar sin mancha ni arruga. Descansarán en el monte santo los que estén libres de mancha. Los que tampoco tengan arrugas irán más allá del monte. Para estar "sin arruga" es necesario ser uno con Dios y obedecerle en las cosas pequeñas, pues quien es fiel en lo poco, lo será "en lo mucho". En cualquier caso, la situación de los santos, que todavía deben dar un último paso hacia Cristo, seguirá siendo un gran misterio. No sabemos, ni nos atrevemos a hacer demasiadas suposiciones, sobre cómo se pasa de estar al pié del altar hacia un poco más allá, donde todo es unión mística con nuestro Creador. 

SITUACIÓN DE LOS SANTOS ANTES DE LA RESURRECCIÓN


SITUACIÓN DE LOS SANTOS ANTES DE LA RESURRECCIÓN.

 SERMÓN SEGUNDO DE LA FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS

1. Celebramos hoy, hermanos, la memoria festiva y gloriosa de todos los Santos, digna de toda nuestra devoción. Quisiera hablaros, con la ayuda del Espíritu Santo, de la inmensa felicidad que disfrutan en su dichoso descanso, y de la plenitud futura que esperan recibir. Pero en lugar de guiarme por conjeturas personales, prefiero apoyarme en la autoridad de las Escrituras. Y en vez de ser profeta a cuenta propia, acudiré al testimonio de la palabra de Dios. Con el favor del Señor, podemos sacar tres frutos en este sermón: el conocer, al menos en parte, la dichosa recompensa de los Santos, nos estimula a seguir con generosidad sus huellas, suspirar ardientemente por gozar de su compañía y encomendarnos con devoción a su intercesión.
 Es doctrina segura y merece ser aceptada que debemos imitar en nuestra vida a quienes rendimos nuestro solemne homenaje; lanzarnos con todas nuestras ansias a compartir la felicidad de quienes ensalzamos; experimentar la protección de aquellos cuyos privilegios nos alborozan.
 Esta memoria festiva de los Santos es inmensamente fecunda, porque ahuyenta de nosotros el cansancio, la tibieza y el error; su intercesión robustece nuestra debilidad; su felicidad espolea nuestro tedio, y su ejemplo es una escuela viva para nuestra ignorancia. No dudo que la lectura del Evangelio y el sermón del Señor os ha enseñado mejor que a nadie cómo imitar a los Santos. Tenéis ante vuestros ojos la escalera por la que ha subido el coro de los Santos a quienes hoy festejamos. Y estoy seguro que habéis empleado gran parte de la noche y del día para implorar fervorosamente su protección.
 Me limitaré a decir unas breves palabras de su felicidad, según me lo conceda el que ensalza y glorifica a los que llamó y rehabilitó.
2. Escuchemos al Salmista: Alma mía, recobra tu calma, que el Señor fue bueno contigo: arrancó mi vida de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída. Y en otro momento añade:Hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador. La Escritura me pone en contacto continuo con hombres que proclaman gozosos su liberación, con palabras de gran seguridad e inmensa felicidad, con gritos de júbilo y gratitud; esos cantos son impropios, a mi juicio, de quienes todavía viven en casas de barro y ganan el pan con el sudor de su frente. ¿Quién de ellos puede presentar un corazón puro?¿Quién puede presumir de haber roto los lazos y tener sus pies libres de la trampa? El Apóstol no se cansa de repetir: Quien se afana de estar en pie, tenga cuidado y no caiga. Y refiriéndose a sí mismo añade: ¡Desgraciado de mi! ¿Quién me librará de este cuerpo, instrumento de muerte? Hermanos, yo no pienso haber obtenido el premio. Sólo una cosa me interesa: olvidando lo que queda atrás y lanzándome a lo que está delante, correr hacia la meta. Yo corro de esa manera, no sin rumbo; boxeo, pero sin dar golpes al aire; castigo mi cuerpo y le obligo a que me sirva, no sea que después de predicar a otros me descalifiquen a mí.
 Aquí tenéis la trompeta militar, el pregón de un capitán que se lanza intrépido al combate. Porque esas últimas frases  son más propias de quien ya ha triunfado, más aún, de quien ya vuelve victorioso de la batalla y espera con una conciencia tranquila y gozosa el gran día triunfal. 
3. ¿Qué dice al retomar de la batalla el intrépido soldado y el siervo leal? Alma mía, recobra tu calma. Cuando militabas para tu Señor, en tu vida mortal, las maniobras de la guerra y la incertidumbre de la victoria no te permitían descarsar. De un lado te atacaban un tropel de tentaciones, y de otro te invadía el miedo a sucumbir. El soldado de Cristo tenía entonces una gloria bien ganada, pero no disfrutaba del descanso. Escuchemos a ese infatigable y resuelto guerrero que poco ha recordábamos: Nuestro orgullo es el testimonio de nuestra conciencia. Esto, a mi juicio, no quiere decir que la conciencia atestigua en favor de sí misma. Porque no es aceptado el que se alaba a sí mismo, sino el acreditado por Dios. Este testimonio de la conciencia de que se gloria el Apóstol no es el que da la propia conciencia, sino el que expresa en ella el Espíritu de la verdad dando testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios.
 Cuando la verdad lo aplaude y la justicia lo atestigua, no dudes que es Dios mismo quien lo aprueba y el Espíritu Santo quien lo testifica. Así hace el Rey con el soldado que combate infatigable por su honor y su amor: le observa de cerca y le anima gozoso, ensalza sus proezas, le anuncia el triunfo ya inminente, y le promete los premios y la corona inmortal.
 Este testimonio llena de orgullo al experto y aguerrido soldado, y en lugar de aflojar en la lid arremete con más ímpetu y bravura. En una palabra, los elegidos de Dios disfrutan al luchar, pero sólo saborean las primicias del Espíritu, que inyecta vigor a su flaqueza y disipa su temor con su testimonio. El Apóstol lo sabía por experiencia: El reino de Dios no es comida o bebida, sino honradez, paz y alegría en el Espíritu Santo.
4. Una vez acabado el tiempo de su milicia, los Santos reciben la plenitud del gozo en su alma, y esperan el día en que su cuerpo participe también de ese gozo. Lo leemos en el salmo:La luz de tu rostro, Señor, está impresa en nosotros. Has llenado de alegría mi corazón. ¿Por qué? Lo dice a continuación: Por la abundancia de trigo, vino y aceite. También conocía aquel otro encomio: Dadle del fruto de su trabajo, y que sus obras le alaben en la plaza. Por eso se le ordena escribir a Juan en el Apocalipsis Dichosos los que mueren en el Señor.¿Por qué? Desde ahora, dice el Espíritu: podrán descansar de sus trabajos.
 El salmo que acabamos de citar continúa diciendo: En paz me acuesto y descansaré. Y el Apocalipsis añade: Les acompañán sus obras. ¿Con qué fin, sino para alabarlos en las plazas? ¿Para qué sino para enriquecerlos con su fruto, y con el fruto de sus manos engorden los novillos que, según el testimonio del profeta, se inmolarán sobre el altar, cuando se reconstruyan las murallas de Jerusalén? Mientras tanto, este testigo veraz nos dice que están al pie del altar, no sobre él, y por eso escribe en el Apocalipsis que oyó sus voces al pie del altar. Sienten el resplandor del rostro divino y, en forma limitada, su corazón experimenta gran alegría, mientras llega el día de verse colmados de gozo con su presencia. Sí, en esta breve espera, esas almas recobran su calma, hasta el día que merezcan entrar en el descanso del Señor. Ahora les pregonan sus propias obras en las plazas, después cada uno será ensalzado por Dios. Ved, hermanos, qué cohesión tiene toda la Escritura: describe la felicidad de los Santos de la misma manera y casi con idénticas palabras.
5. Y ninguno de vosotros crea que será pequeño el descanso o la alegría de los que ya se ven libres de toda inquietud y repasan su vida en la dulzura de su alma. Ahora se gozan por los días en que fueron humillados o sufrieron desdichas. Consideran con gozosa  admiración los peligros que sortearon, las penas que soportaron y los combates que superaron. Y en premio de todo eso aguardan con fe cierta e indubitable la dichosa esperanza y la llegada gloriosa de su gran Dios y Salvador, que resucitará y transformará sus cuerpos reproduciendo en ellos el esplendor del suyo. 
6. ¡Qué felicidad y alegría tan inmensa la suya! Su gozo brota de tres grandes surtidores: el recuerdo de la virtud anterior, la experiencia del descanso presente y la certeza de la plenitud futura. Sobre esta consumación tenemos un claro testimonio en el salmo que venimos citando. Las almas que disfrutan de ese reposo dicen: En paz me acuesto y descansaré, porque tú, Señor, me inundas totalmente de esperanza. Fijaos: está inundado exclusivamente de esperanza; ya no fluctúa entre el temor y la esperanza, como antes cuando luchaba con la angustia y la ansiedad.
 Otro salmo nos habla también de la paz que gozan ahora los Santos: Alma mía, recobra tu calma, que el Señor te ha colmado de bienes. Te ha colmado y aún te dará muchos más. Te ha colmado: Porque arrancó mi vida de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída; es decir, me libró del pecado y de la pena del pecado, del temor y peligro de recaer. Ya no tendrá que lavar ni regar con lágrimas el lecho de su alma, porque Dios enjugará las lágrimas de sus ojos. Cesó en esta morada el pesar y la compunción de las crueles espinas, porque ya ha salido de esa tierra que engendraba cardos y espinas; ya no busca calmar en este lecho los dolores de su enfermedad, porque desaparecieron todos los achaques. El descanso apacible y sosegado del alma es su conciencia limpia, serena y segura. Con este colchón de la pureza de su conciencia, la almohada de la paz y el cobertor de la seguridad, el alma bienaventurada puede mientras tanto dormir feliz y descansar llena de gozo.
7. Sobre el recuerdo de las virtudes practicadas anteriormente, el salmo ciento veintitrés tiene las palabras explícitas de los Salmos. Consideran admirados de cuántas trampas y peligros se  ven liberados por el auxilio divino, y cantan jubilosos en el Señor: Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuando nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos. Vadeamos el torrente, pero las aguas espumeantes nos llegaban hasta el cuello. Y añade: Bendito que no nos entrega como presa a sus dientes. 
 Y aquellas palabras que escribía el Apóstol en vísperas de derramar su sangre, se le pueden aplicar ahora con mucha mayor exactitud para describir el estado en que ya descansa feliz. Ahora sí que puede decir: He competido en noble lucha, he corrido hasta la meta, me he mantenido fiel; ahora me aguarda la merecida corona con la que el Señor, juez justo, me premiará el último día. 
 Hermanos, éstos son los negocios actuales de los Santos. Con ellos viven y en ellos descansan. El Espíritu Santo ha querido dejarnos escritas las palabras que hemos mencionado y otras semejantes para que comprendamos de algún modo cómo viven ahora.
 8. Pero los afectos de su contemplación y su gozo superan con creces lo que nosotros podemos imaginar o expresar. Fijaos cómo jadea el Profeta, acentuando y rebuscando las palabras, sin conseguir ensalzar dignamente lo que pretende: ¡Qué bondad tan grande y tan inmensa, Señor, reservas para tus fieles! Y añade: La derrochas sin límites a los que a ti se acogen en presencia de todos.
 Como veis, se nos habla de una inmensa dulzura que está escondida. Es grande e inmensa; pero todavía no es total, porque alcanzará su plenitud cuando pase de la oscuridad a la luz plena; es decir, cuando los Santos no reposen al pie del altar, sino que ocupen los tronos para juzgar. Las almas que se desprenden del cuerpo reciben inmediatamente el descanso, pero no la gloria completa. Un profeta, preso en la cárcel de su cuerpo, se expresa así: Los justos me esperan hasta que me des la recompensa. Y el Señor responde a las almas santas que piden la resurrección de sus cuerpos: Tened un poco de calma, hasta que se complete el número de vuestros hermanos. 
 Pero concluyamos aquí el sermón, pues nos llama la celebración solemne de la misa. La materia que aún nos queda la reservamos para otro sermón.

RESUMEN Y COMENTARIO
Cuando hablamos de la festividad de Todos los Santos debemos fijarnos en la felicidad que alcanzaron, imitar su modo de vida e implorar su protección.
 Somos meros aprendices con un camino apenas iniciado. Todavía no hemos conseguido avances importantes en el camino de la salvación, podemos caer facilmente y estamos dando gracias por no haber caído. Estamos enseñando cuando deberíamos recibir enseñanzas.
 Somos como soldados que luchamos por la victoria. Debemos hacerlo con paz y alegría y no buscar el reconocimiento que nos otorgamos a nosotos mismos sino la mirada misericordiosa de Dios. Sólo tras la muerte habremos concluido nuestro trabajo, viviremos en paz, a los pies del altar, pero no en el mismo altar. Nuestro nombre será, tal vez, ensalzado por muchos, pero no por nosotros mismos. Así hasta que llegue el día, la breve espera de la eternidad, en que podamos gozar de la presencia de Dios. Mientras tanto, descansan recordando las humillaciones y penalidades sufridas, esperando la resurreción de sus cuerpos, no como eran sino con el esplendor de Dios.
 El gozo se basa en tres puntos que son el recuerdo de la virtud anterior, la experiencia del descanso presente y la certeza de la plenitud futura. Esta experiencia de feliz espera está expresada en los salmos, más concretamente en el 123 y en otros.
 También San Pablo se refería a ese estado de paz cuando nos comparaba a presas de los otros hombres que caerían sobre nosotros, como un torrente amenazando ahogarnos, pero gracias de la ayuda del Señor las aguas nunca llegarán hasta nuestro cuello.
 Es tanta la gloria de los que se salvan que los profetas tienen problemas para describirla. Por lo demás, los santos esperarán al pié del altar hasta que llegue la resurrección de sus cuerpos y ocupen su definitivo lugar en el altar mismo.

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EN LA FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS. SERMÓN PRIMERO

SOBRE LA LECTURA DEL EVANGELIO: AL VER JESÚS AL GENTÍO
 1. Hoy celebramos la fiesta de todos los Santos. Merece todo nuestro fervor. Si damos tanto realce a la fiesta de San Pedro, San Esteban o de otro santo, mucho más debemos dar a esta fiesta, que no ensalza solamente a uno, sino a todos. La gente del mundo, como sabéis, prepara comidas especiales para los días de fiesta, y a mayor fiesta mayores banquetes. Con mayor motivo deben buscar las delicias del corazón quienes se convierten de corazón, y brindar manjares espirituales a los hombres de espíritu. 
 También nosotros tenemos un banquete, con manjares muy bien aderezados. Vamos a saborearlos. Y como el alma es, sin duda alguna y sin punto de comparación, lo más excelso de nuestro ser, dejémosla que sea la primera en saciarse. Tengamos también en cuenta que las fiestas de los santos dicen mucho más al alma que al cuerpo. Es normal: los valores espirituales afectan más al espíritu, por el parentesco natural que los une. Por otra parte los santos simpatizan más con ellos y desean ante todo su bien espiritual y recrearse con ellos. Fueron débiles como nosotros, soportaron las fatigas de esta peregrinación y de este miserable destierro, y experimentaron las molestias del cuerpo, las inquietudes del mundo y las tentaciones del enemigo. Por eso les gusta y agrada mucho más una fiesta con manjares espirituales, que la que preparan los del mundo estimulando los bajos deseos. 
2. ¿Podremos conseguir pan para nuestras almas en una tierra tan desierta, en este lugar tan horroroso y de inmensa soledad? ¿Será posible obtener alimento espiritual en un mundo de sudor, angustia y dolor? Sí: porque alguien nos dice: Pedid y recibiréis.Más aún: Si vosotros, malos como sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros niños, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará el espíritu bueno a los que se lo piden? Estoy cierto que habéis pensado toda la noche y el día mendigando con empeño el pan vivo del cielo no el que vigoriza el cuerpo sino el que anima el corazón. No me atrevo a consideraros invitados, sino mendigos acogidos a la generosidad de Dios. Mendigos apostados a las puertas de un Rey muy rico, cubiertos de llegas y ansiosos de comer las migajas que caen de la mesa de nuestros señores, cuya fiesta hoy celebramos.
 Ellos abundan en toda clase de manjares; su mesa está colmada, remecida y rebosante. Confiamos que alguno se acordará de nosotros, porque existe una distancia abismal entre la espléndida generosidad de Dios y la cruel inhumanidad del rico avariento. Sí, hoy nuestro Padre, el Padre de la misericordia, que es también el Padre de los miserables, nos da el pan celestial y alimentos abundantes. Yo los he guisado en la cocina de mi alma.
3. Para prepararos estos platos he pasado toda la noche con el corazón encendido, y a fuerza de meditar brotó el fuego. Este fuego que el Señor arrojó a la tierra y quiere ardientemente que prenda en ella. El alimento espiritual pide una cocina y fuego espiritual. Vamos, pues, a repartir lo que he preparado. Os pido que no os fijéis en el camarero que lo distribuye, sino en el amo que os lo da. Yo No soy más que un criado como vosotros, que -Dios lo sabe- me uno a vosotros para pedir el pan del cielo y la ración diaria para vosotros y para mí. No soy yo, es vuestro Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Él os alimenta con sus obras y palabras; y también con la carne de su Hijo, que es una verdadera comida. De sus obras dice la Escritura: Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre. Y de sus palabras dice también: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
 Así, pues, comamos ahora el alimento de su ejemplo, de su doctrina, y recibamos después el sacramento inmaculado del Cuerpo de Señor en la mesa del altar.
4. Leemos hoy en el Evangelio que al ver Jesús el gentío subió a la montaña. Cuando Jesús predicaba le seguía una gran muchedumbre, procedente de los pueblos y ciudades, porque sanaba sus cuerpos y salvaba sus almas. Estaban enamorados de él, de su trato y de su aspecto; de su tierna palabra y su hermoso rostro. Sí: Eres el más bello de los hombres, de tus libros fluye la gracia. 
 Este es a quien nosotros seguimos y a quien nos hemos unido. Es pura delicia. Los hombres y los ángeles están ansiosos de verlo. ¿Podéis desear algo más sabroso? Es el hechizo de los ángeles. Gustad y ved qué dulce es el Señor. Nada hay comparable a esta finura, a este sabor, a esta sabiduría que procede de lo escondido; es algo divino. Te encanta, y con razón, el ardor del sol, la policromía de la flor, el pan sabroso y la tierra fecunda. Todo procede de Dios. Se ha prodigado a sus criaturas. Pero posee en sí mismo infinitamente más. 
5. No pasemos por alto el detalle de haber subido a una montaña, porque el Profeta lo había anunciado muchos siglos antes: súbete a un monte elevado, heraldo de Sión. Si a vosotros no se os ocurre otra interpretación mejor, yo creo que esta subida está relacionada con lo que Lucas nos dice al iniciar su libro de los Hechos: En mi primer libro traté de todo lo que hizo y enseñó Jesús. No actuaba como los fariseos, que liaban fardos pesados y los cargaban en las espaldas de los demás, mientras ellos no los tocaban ni con el dedo. ¿No os parece esto un pan excelente, capaz de reavivar el corazón del hombre? Te seguiré cieguamente, Señor, a donde quiera que vayas, y correré tranquilamente por el camino de tus mandatos, porque sé que tú me has precedido. 
 Sí, recorro confiado tus caminos, porque veo que tú saliste de un extremo del cielo para hacer esta carrera, y llegaste hasta su meta más alta sin abandonarla jamás. Pero no puedo masticar ahora todos los detalles. Sed vosotros animales puros y rumiantes, y realizad lo que dice la Escritura: La boca del sabio guarda un precioso tesoro. Intentaré ser más conciso, porque hay mucho que decir y el tiempo es breve. Por otra parte tenemos que celebrar la santa misa. 
6. Al ver Jesús el gentío subió a la montaña. Los miraba con ojos compasivos, porque andaban como ovejas dispersas, sin pastor. ¿Por qué subió a la montaña antes de comenzar a hablar? Para enseñarnos que quienes predican la palabra divina deben elevarse sobre los demás y escalar el monte de la virtud por los deseos de su alma y sus costumbres honestas. 
 Se sentó y se le acercaron sus discípulos. Se sentó, porque de otro modo nadie podría aproximarse a un gigante como él. Se dignó inclinarse y humillarse hasta sentarse, y decir a su Padre:Me conoces cuando me siento o me levanto. Cuando está de pie, ni los mismos ángeles pueden acercarse a él. Mas ahora, sentado pueden acudir a el los publicanos y pecadores, María Magdalena y el ladrón clavado en una cruz.
 Se sentó y se le acercaron sus discípulos. No se acercaron a él con el movimiento de sus pies, sino con el afecto de su corazón y la imitación de sus virtudes. Y precisa acertadamente que no fue el gentío, ni unos cualesquiera quienes se le acercaron, sino sus discípulos. Cuando se realizó la antigua Alianza en el monte Sinaí, sólo Moisés estaba en la montaña y el pueblo esperaba en la falda. Lo mismo ocurre ahora: los montes reciben la paz para el pueblo y los collados la justicia. Los apóstoles escuchan de noche y al oído lo que ellos pregonarán más tarde en pleno día y desde las azoteas. Por eso sigue diciendo el texto sagrado:
7. Tomó la palabra y se puso a enseñarles. El que había puesto su palabra en la boca de los Profetas, toma ahora su palabra. Recordad lo que dice el Salmista: Señor, ábreme los labios y mi boca proclamará tu alabanza. El que había hablado en múltiples ocasiones y de muchas maneras por boca de los Profetas, en esta etapa final nos habla él mismo directamente. Parece decirnos: Yo era el que os hablaba y heme aquí con vosotros.¡Dichosos quienes oyeron hablar físicamente a la Sabiduría! ¡Dichosos quienes escucharon las palabras de la Palabra de Dios, lo que proferían sus labios! También nosotros podemos escuchar sus mismas palabras, aunque no sea directamente de él.
 Tomó la palabra se puso a enseñarles así: Dichosos los pobres de espíritu. No cabe duda que es él quien ha dicho esto. El único que posee todos los tesoros del saber y del conocer. Es su doctrina por excelencia; la del que dice en el Apocalipsis:Todo lo hago nuevo. Y mucho antes lo había predicho por la Profecía: Abriré mis labios y anunciaré cosas escondidas desde que empezó el mundo.
 ¿Hay algo más insondable que una pobreza feliz? Pues lo dice la Verdad, incapaz de engañarse ni de engañar. Dichosos los pobres de espíritu. ¿Por qué, pues, vosotros, insensatos hijos de Adán, seguís buscando y ansiando las riquezas, si la felicidad de los pobres  ya está garantizada por Dios, proclamada en el mundo y aceptada por los hombres? Que las busque el incrédulo, que prescinde de Dios; que las mendigue el judío, aferrado a las promesas terrenas. Pero ¿con qué cara o con qué espíritu puede ir el cristiano tras las riquezas, después que Cristo proclamó dichosos a los pobres? ¿Hasta cuando, hijos bastardos, hasta cuándo os va a dominar la vanidad y tendréis por dichoso al que posee estas cosas visibles y tangibles? El Hijo de Dios tomó la palabra y pregonó la verdad: dichosos los pobres y ¡ay de los ricos!
8. Observa, empero, que no llama dichosos a cualquier clase de pobres. Porque hay pobres que lo son únicamente por triste necesidad, no por una libertad meritoria. Yo confío que la misericordia divina se compadecerá de su miserable condición. Pero en este momento el Señor no habla de ellos, sino de los que dicen con el Profeta: Te ofreceré un sacrificio voluntario.
 Ni toda forma de pobreza voluntaria merece el beneplácito de Dios. Los filósofos también abandonaron todas sus cosas para liberarse de las inquietudes del mundo y entregarse con holgura al estudio de las vanidades. Vaciaban sus arcas e hinchaban sus cabezas. Por eso se nos pide ser pobres de espíritu, es decir, por decisión del espíritu. Dichosos los pobres de espíritu,esto es, los que lo son por un propósito o deseo espiritual, cual es la gloria de Dios o la salvación de las almas. De ellos es el Reino de los cielos. Son realmente dichosos, porque de ellos es el Reino de los cielos. 
 ¿Quién habla así y osa colmar de dicha y riqueza a los pobres? ¿No será un sueño? No, es una realidad. Quien lo promete es tan veraz como poderoso. El enemigo que critica recibe esta respuesta: ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera? ¿O ves con malos ojos que yo sea generoso? Tú has fracasado al querer levantarte contra mí; pero los que se humillan por mi amor merecen una gran recompensa. Sí, hermanos, aquel miserable fue arrojado del cielo por ansias de grandeza, ambición de poder y codicia de renombre. Y al contrario, los que se abrazan espontáneamente con la abyección de la pobreza, según la promesa del Señor, son plenamente felices. Estos alcanzan el reino de los cielos y aquél lo perdió.
 Fíjate qué remedio tan sabio establece la Sabiduría para el primer pecado. Escúchale: "¿Quieres conseguir el cielo que perdió el Ángel rebelde por confiar en su virtud y en sus inmensas riquezas? Acepta el desprecio de la pobreza y será tuyo". Pero sigamos.
9. Dichosos los mansos porque poseerán la tierra. Así es, justamente. Convenía que tras recomendar la pobreza se predicara la mansedumbre, porque al dejar todos los bienes surge muy pronto la tentación de las incomodidades corporales o de un terrible abatimiento. Inútil pobreza que engendra pobres amargados por la murmuración, impacientes y rebeldes. Por eso, después de prometernos el reino se nos dan las arras de este otro reino. De este modo, en frase de la Escritura, tenemos una promesa para esta vida y para la futura; y al hacerse realidad lo de hoy se nos garantiza lo de mañana. 
 Dichosos los mansos porque poseerán la tierra. Para mi, esta tierra es nuestro cuerpo. El alma que desea poseerlo y dominar sus tendencias debe revestirse de mansedumbre y acatar al que es superior a ella. Como trate a su superior, así le tratará a ella el inferior. La criatura está siempre dispuesta a vengar los agravios hechos a su Creador. Así, pues, el alma que sufre la rebeldía de su carne, vea si está plenamente sumisa a los poderes superiores. Ablándese y humíllese bajo la mano poderosa del Altísimo. Sométase a Dios y obedezca a sus prelados y encontrará muy pronto a su cuerpo sumiso y obediente. Es la Verdad quien proclama dichosos a los mansos, porque poseerán la tierra. 
 Observa también cómo se nos ofrece esta segunda medicina para sanar aquella otra herida del pecado. Eva fue la primera en pecar, después del ángel, impulsada por una ansiedad espiritual, y rechazando el yugo suave y el peso ligero del precepto divino. No quiso esperar del Señor, de quien había recibido todo, la felicidad total; y se lanzó a conquistarla antes de tiempo inducida por la serpiente. Con ello perdió el paraíso, el país de la dicha, y encontró en su cuerpo una fuerza en continua rebeldía. Pero con esta palabra del Señor intuyo que ardes en deseo de mansedumbre y te lamentas de la aspereza de tu corazón, de tus brutales instintos y de tu indómita fiereza. Sigue escuchando.
10. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. El caballo salvaje se doma a fuerza de látigo; el alma violenta, con un corazón arrepentido y lágrimas abundantes. Piensa, pues, siempre en tus novísimos; no ceses de contemplar con tu corazón el horror de la muerte, el trance terrible del juicio y el pavor del infierno. Examina las miserias de tu peregrinación, repasa tus años en la amargura de tu alma, medita los peligros de la vida humana, considera tu fragilidad. Si perseveras en esta meditación no te afectarán las molestias externas, porque te absorberá la inquietud interior.
 El Señor, por su parte, no te privará de su consuelo, porque es el Padre de la misericordia y un Dios todo consuelo: Se cumplirá indefectiblemente lo prometido por la Verdad: Dichosos los que lloran porque serán consolados. Idéntico sentido tiene aquella sentencia de Salomón: Es preferible frecuentar una casa en duelo que una casa en fiesta.
 ¡Cuánto más feliz hubieras sido, Eva, si tras la culpa hubieras buscado tu consuelo en el llanto! Una vida penitente te hubiera conseguido el perdón. En vez de eso preferiste el triste calmante de sucumbir con tu marido, y has contagiado a todos tus hijos con el veneno fatal de tu lacra espantosa. Todavía hoy nos sirve de consuelo el fracaso del prójimo. ¡Qué triste manera de consolarse Eva y quienes la imitan! Dichosos, en cambio, los que lloran, porque serán consolados. Este consuelo no es otra cosa que la devoción que brota de la esperanza de alcanzar el perdón, la fruición del bien, el paladeo -aunque momentáneo- de la sabiduría, con que el bondadoso Señor alienta en esta vida el alma arrepentida. Este regalo excita el deseo y estimula el amor, como afirma la Escritura: El que me come tendrá más hambre, y el que me bebe tendrá más sed. Por eso añade a continuación:
11. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque se saciarán. El que tiene hambre, auméntela; y quien desea, desee mucho más; porque recibirá según la grandeza de su deseo. Y no se tendrá en cuenta la imperfección o límites de su deseo; el deseo perfecto supone la posesión total, y ésta requiere la perfección del deseo. Recibirá una medida generosa, colmada, remecida y rebosante. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque se saciarán. Para un paladar espiritual enfermizo y un alma achacosa la justicia resulta algo áspero e insípido. En cambio, los que la saborean conocen bien la felicidad de sus insaciables buscadores: Quedan saciados. ¡Qué hartura tan feliz y gloriosa! ¡Qué convite tan divino! ¡Qué banquete tan apetecible! Está exento de ansiedad y monotonía, porque es la hartura y el deseo infinito. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque se saciarán. 
 Estas palabras podemos aplicárselas a Adán, que manifestó ciertos vislumbres de justicia al compadecerse de su mujer. Pero no tuvo verdadera hambre de justicia, pues en tal caso hubiera sido justo con su mujer y con su Creador. La mujer necesitaba misericordia y disciplina por ser ella más débil y el marido cabeza de la mujer. Pero Dios merece obediencia y sumisión. ¿No creéis, hermanos, que son muchos los que condenan severamente aquel gesto, y siguen neciamente su ejemplo? Se indignan contra Adán, porque hizo más caso a su mujer que a Dios; y ellos a su vez se dejan guiar continuamente por los criterios de esa otra Eva -su carne- que por los de Dios. 
 Si viéramos hoy nosotros a Adán en aquel lance, turbado e indeciso ante los ruegos de la mujer y el precepto del Creador, estoy cierto que le gritaríamos: "¡Ten cuidado, miserable: no hagas eso! La mujer ha caído en el engaño, no condesciendas con ella". ¿Y por qué no nos aplicamos esta misma norma cuando nos acomete una tentación semejante? Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque se saciarán.
Pero ¿qué valor puede tener nuestra justicia a los ojos de Dios? ¿No somos, en frase del Profeta, como un  paño manchado? En realidad, nuestra justicia es injusta e insuficiente. Y si nuestra justicia no se atreve a responder por sí misma, tenemos aún nuestro pecado. Es preferible suplicar como el Profeta: No llames a juicio a tu siervo, Señor. Y acogernos humildemente a la misericordia, la única capaz de salvarnos. Después meditemos atentamente lo que sigue:
12. Dichosos los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia. Zaqueo sintetiza esto mismo en una frase: La mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y si a alguien le he sacado dinero se lo restituiré cuatro veces. Aquí tenemos un verdadero hambriendo de justicia, que no se contenta con devolver lo que debe, sino cuatro veces más. Y un hombre de gran misericordia, que reparte a los hombres la mitad de sus bienes. 
 No puedo callar lo que sienteo. Prorrumpa mi boca en alabanzas al Señor. Al Señor, y no a vosotros. Pues no intento ensalzaros a vosotros, sino a él. Zaqueo, a quien elogia el Evangelio, repartió en limosnas la mitad de su hacienda. Y yo veo aquí muchos Zaqueos, que no se han reservado nada. ¿Quién escribirá la apología de estos Zaqueos o de estos nuevos Pedros, que siguen repitiendo al Señor con toda sencillez: Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido? Pero eso ya está escrito en el Evangelio eterno. Muy bien consignado y rubricado en el libro de la vida. Dichosos los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia.
 Esta frase, hermanos, muestra también la crueldad de Adán, que pareció haber pecado por exceso de amor a su mujer. Es cierto, Adán, que es hueso de sus huesos y carne de su carne, y que su amor te llevó al pecado. Pero examinemos ese amor que le tienes. Ahí viene el Señor con una espada de fuego a vengar la transgresión. Ponte delante, exponte por ella y di: "Señor, la mujer es débil, la engañaron. La culpa y el pecado son totalmente míos. Castígame únicamente a mí". En vez de eso dice: La mujer que me diste me alargó el fruto y comí.
 ¡Qué perverso! Aceptas la culpa y rehúsas la pena. Todo lo trastornas: cuando debías ser inflexible eres fatalmente misericordioso; y en el momento de mostrarte compasivo actúas con horrible crueldad. Jamás debiste pecar por seguir su capricho, sino ofrecerte espontáneamene a reparar su culpa. Eso mismo debemos hacer nosotros, hermanos: nadie ceda al pecado arrastrado por el prójimo, y será justo. Pero asuma con gusto los pecados ajenos, y será misericordioso. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque se saciarán.Dichosos los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia.Continua: 
13. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios.Dichosos, sí, una y mil veces los que vean al que desean contemplar los ángeles, y en cuya visión consiste la vida eterna.Te dijo mi corazón: te busca mi rostro. Yo busco tu rostro, Señor. ¿A quién tengo yo en el cielo? Contigo ¿qué me importa la tierra? Aunque se consumen mi espíritu y mi carne, Dios llena mi corazón y es mi lote perpetuo. ¿Cuándo me colmarás de gozo en tu presencia? ¡Miserable de mí, que tengo un corazón tan manchado y no puedo ser admitido a esa dichosa visión! Hermanos, entreguémonos con toda solicitud y empeño a purificar nuestros ojos para ver a Dios. 
 Yo me siento manchado con tres clases de inmundicia: la concupiscencia de la carne, el deseo de la gloria terrena y el recuerdo de los pecados pasados. Mi alma es un campo donde se cruzan los más diversos deseos, y soy incapaz de dominarlos con la razón o con mis fuerzas, mientras vivo en este mundo y en este cuerpo mortal. El único remedio para estas miserias es la oración. Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores, así están nuestros ojos en el Señor Dios nuestro, esperando su misericordia. Él es el único purísimo, y el único que puede sacar pureza de lo impuro. Y para eliminar las huellas del pecado tenemos el remedio dela confesión que todo lo purifica. Oración y confesión son los dos remedios que limpian el ojo del corazón.
 Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Lo verán al fin de esta vida cara a cara. Y lo verán también ahora como en un espejo. Ahora lo conocen parcialmente, entonces lo conocerán a la perfección. Quien conserva dentro de sí todo el vigor del pecado abusa de la esperanza, porque cree que Dios es indiferente al pecador; o bien peca por desesperación, imaginándose un Dios sin entrañas. Uno y otro merecen este reproche: ¿Crees, malvado, que soy como tú? Ninguno de ellos ve a Dios; la falsedad queda defraudada forjándose un ídolo en lugar de Dios. Mas los de corazón limpio consiguen la felicidad, porque son los únicos que ven a Dios y experimentan su bondad. Lo ven tan bueno, que es el único bueno. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Desgraciados, en cambio, Adán y Eva que buscan palabras ladinas para excusar su pecado. Rehúsan purificarse por la confesión, viven con su corazón lleno de inmundicias y son arrojados de la presencia del Señor. Continúa diciendo:
14. Dichosos los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios.Con razón merecen el nombre de hijos los que actúan como hijos. El Hijo nos reconcilió y por él estamos en paz con Dios. El reconcilió con su sangre lo terrestre y lo celeste, el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús. Observa cómo por las tres primeras bienaventuranzas se reconcilia el alma consigo misma; por las dos siguientes con el prójimo; por la sexta con Dios, y por la séptima reconcilia a otros hombres como partícipe de la gracia de Dios y favorecido con su dichosa familiaridad. 
 La pobreza, la mansedumbre y el llanto hacen revivir en el alma una cierta semejanza e imagen de la eternidad, que abraza todos los tiempos. La pobreza conquista el futuro, la mansedumbre se adueña del presente, y el llanto de la penitencia recupera el pasado. Recordemos la Escritura:Examinaré en tu presencia todos mis años, con sentimientos de contricción. 
 La justicia y la misericordia nos relacionan perfectamente con el prójimo: la primera nos impide hacer a otros lo que no queremos que nos hagan los demás, y la segunda nos invita a hacer con ellos por misericordia lo que queremos hagan con nosotros. Reconciliados con nosotros mismos y con el prójimo, la pureza de corazón nos reconcilia con Dios. Dichosos los que, agradecidos de su reconciliación y santamente solícitos de sus hermanos, intentan reconciliarlos consigo mismo y con Dios. No hay palabras con qué alabar, ni amor con qué recompensar al hermano que es intachable en comunidad, y procura con todo empeño no molestar en nada y soportar pacientemente todas las molestias. Hace suyas las miserias de los demás y dice como el Apóstol: ¿Quién cae sin que a mí me dé fiebre? ¿Quién enferma sin que yo enferme? Dichosos los pacíficos, porque se les llamará hijos de Dios. Dios no quiere la disensión, sino la paz. Por eso los hijos de la paz merecen ser llamados hijos de Dios. 
15. Lo siguiente se aplica especialmente a los mártires. Hoy, gracias a Dios, no hay persecuciones, y si las hubiera deberíamos soportarlas con paciencia. Dichosos los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Es interesante advertir que a los pobres y a los mártires se les hace idéntica promesa: tal vez porque la pobreza voluntaria es una especie de martirio. Dichoso el hombre que no corre tras el oro, ni se pervierte por la riqueza. ¿Quién es? Vamos a felicitarlo, porque ha hecho algo admirable. ¿Existe algo más admirable o un martirio más acerbo que pasar hambre rodeado de manjares, helarse de frío entre múltiples y valiosos ropajes, sentir las angustias de la pobreza en medio de las riquezas que ofrece el mundo, las que ostenta el maligno y las que codicia nuestro apetito? ¿No merece la corona el que se entrega a este combate y rechaza los halagos del mundo, se burla del enemigo que le tienta y, sobre todo, triunfa de sí mismo crucificando su astuta concupiscencia? También se promete el reino de los cielos a los pobres y mártires, porque con la pobreza se posee, y al morir por Cristo se recibe inmediatamente.

RESUMEN Y COMENTARIO
Buscamos en la fiesta mucho más los manjares espirituales que los grandes banquetes. Somos dados a convertir cada solemnidad en una gran comilona y un evento social, pero no es este el objetivo de nuestra conmemoración cristiana. 
 A veces somos como camareros y criados, que administramos el alimento espiritual que nosotros no generamos y del que somos meros transmisores. El pan de la palabra viene del Padre. 
 Cristo atraía a multitudes que lo seguían por la belleza y profundidad de sus palabras, por la espiritualidad de su figura. 
 Enseñaba desde una montaña, recorriendo un camino que él era el primero en pisar, dándonos ejemplo con sus hechos. Así nos enseñó cómo llegar a las metas más altas.   Es necesario vivir en las alturas de la búsqueda espiritual, y no en el fango del pecado, para predicar los caminos del Altísimo. Lo hacía sentado para ponerse al mismo nivel de unos pocos que, íntimamente, recibieron sus enseñanzas y luego las transmitieron a los demás.
 Eran muy afortunados los que podían oír la Palabra de Dios de la boca del Hijo de Dios. Habló de la pobreza de espíritu. Debemos aprender a despreciar la riqueza. Dios nos quiere sin apego alguno a los objetos materiales. Es más, el apego y la riqueza son riesgos para el espíritu y debemos compadecernos de los que padecen esa flaqueza de ánimo. 
 Cristo se refería a una pobreza voluntaria y no a caer en la desgracia de la pobreza, aunque esta situación merezca nuestra misericordia. Además se refería a una pobreza ofrecida a Dios no para emplearla en vanidades y afán de notoriedad. Esa pobreza celestial constaba de dos partes: no creernos poderosos y desprendernos del poder material. 
 Después de adquirir la pobreza, ésta debe acompañarse de la mansedumbre para no dar lugar a una actitud inconformista y murmuradora. También podemos afirmar que esta tierra es nuestro cuerpo. Sólo los mansos lograrán dominar la rebeldía de sus pasiones. Nuestra mansedumbre hacia lo externo provocará la mansedumbre interior. Asimismo, Eva quiso adquirir la felicidad por caminos rápidos, por atajos ajenos a los divinos. También aquí su conducta no estuvo bajo el don carismático de la mansedumbre.
 Dichosos los que lloran porque serán capaces de mirar hacia su interior, en lugar de buscar remedio en cosas insustanciales y externas. Al mismo tiempo, Dios misericordioso otorgará el consuelo al que sinceramente llora por sus faltas o por las tristezas que trae cada día. Al final siempre tendremos que hacer frente a situaciones tristes, pues es así la naturaleza humana; por ese motivo nos dice San Bernardo, citando al salmista, que es preferible visitar una casa en duelo que una casa en fiesta. Acaso la primera esté más cerca de la auténtica realidad de nuestra existencia y será la puerta del divino consuelo, mientras que de la casa en fiesta sólo podremos esperar el cese de la misma y su sustitución por el progresivo llanto.
 Debemos buscar y amar, intensamente, la justicia. Si es un deseo puro, será saciado con el sentimiento de que estamos obrando correctamente. Esa emoción nos invadirá y no tiene límite alguno. Si no deseamos, sinceramente, lo que es justo, será mejor pedir misericordia a Dios. Es necesario diferenciar la justicia de la misericordia. No cedamos al pecado, arrastrados por el prójimo, y seremos justos. Pero asumamos con gusto los pecados ajenos y seremos misericordiosos. 
 Dichosos los limpios de corazón porque verán a Dios. En esa visión esperan encontrar su felicidad. No pueden imaginarse un Dios indiferente al pecado o un Dios pecador. Son limpios de espíritu y esperan a un Dios bondadoso y misericordioso.  Ahora lo ven, al modo de la Caverna de Platón, como sombras, o como una imagen incompleta en un espejo. Algún día lo verán tal cual es y estarán colmados de felicidad. Hay tres obstáculos principales para la limpieza de corazón: la concupiscencia de la carne, el deseo de la gloria terrena y el recuerdo de los pecados pasados. Disponemos de un doble arma para recuperar la integridad de nuestro espíritu. Son la oración continua y la confesión de los pecados. 
 La pobreza, la mansedumbre y el llanto reconcilian el alma consigo misma. 
 La justicia y la misericordia nos relacionan con el prójimo.
 La pureza de corazón nos reconcilia con Dios. 
 La paz, el ser pacíficos, nos hace partícipes de la gracia de Dios, nos permite vivir en familiaridad con todo ser sintiente. Definitivamente, Dios no quiere la disensión y la contienda.
 Por último equipara la pobreza voluntaria al martirio. En ambas situaciones el cristiano se enfrenta contra el mundo de los sentidos. En ambas se muere por Cristo.

LA VIDA SE MANIFIESTA POR LOS CINCO SENTIDOS DEL ALMA


1. Os aseguro, queridos hermanos, que nuestra neglicencia es muy grande e inexcusable si nos entregamos a pensamientos inútiles y perdemos el tiempo. No necesitamos penetrar las nubes, ni cruzar el mar para hallar unas ideas sanas y provechosas. Como dice Moisés, tenemos la palabra a nuestro alcance, en nuestra boca y en nuestro corazón. Podemos encontrar en nosotros mismos motivos y semillas infinitas de pensamiento muy útiles. 
 Si nuestra alma es tan ignorante y negligente que le resulta imposible penetrar en su interior, atienda al menos a lo que hace fuera de sí misma y de manera visible: si busca con atención, también ahí encontrará la sabiduría. Como dice la Escritura: Da una ocasión al sabio y será más sabio.
 Fíjate, ¡oh alma, qué das a tu cuerpo: le suministras vida y capacidad de sentir. La vida, como puedes ver, es la misma en todo el cuerpo: es idéntica en el ojo que en los dedos. En cambio, la facultad de los sentidos es distinta. Pide, pues, tu lo mismo a Dios, que es tu verdadera alma. Un alma que desconoce la verdad no podemos decir que vive, sino que está muerta; y carece también de sensibilidad si no posee el amor. La vida del alma es, pues, la verdad, y su sensibilidad el amor.
 No te sorprendas si a veces los impíos conocen la verdad y están vacíos de amor. Les ocurren como a ciertos elementos que viven y no sienten, por ejemplo, los árboles y otros semejantes: están animados pero no tienen alma. Así sucede a las almas de los malvados: conocen la verdad por la razón natural, y a veces ayudadas también por la gracia; pero no se dejan animar por ella. En cambio, a los que el alma espiritual infunde el conocimiento de la verdad y del amor, no la poseen como algo externo, sino como su propia alma, se unen a ella u forman un solo espíritu. Para ellos el conocimiento de la verdad es algo indivisible, lo mismo que la vida del cuerpo, como antes dijimos. Un mismo conocimiento percibe las realidades más pequeñas y las más grandes. 
2. Pero si lo observamos atentamente, el amor es múltiple. Tal vez puedas encontrar cinco formas distintas, que corresponden a los cinco sentidos corporales. Existe el amor entrañable con el que amamos a nuestros padres, el amor gozoso que nos une a los amigos, el amor legítimo que profesamos a todos los hombres, el amor costoso para con los enemigos y el amor santo y ferviente para con Dios.
 Advierte cómo cada uno tiene un aspecto específico y completamente diverso de los demás. Y si lo examinas con un poco de curiosidad, tal vez encuentres que el primero -el amor a nuestros padres- equivale al sentido del tacto. De hecho, este sentido sólo percibe lo que está próximo y unido al cuerpo; y ese amor se manifiesta únicamente a los que están más cercanos según la carne. La comparación sigue siendo válida aunque digamos que es el único sentido difundido en todo el cuerpo, porque ese amor es natural a toda carne, y los mismos animales salvajes aman y son amados de sus criaturas.
 Podemos también aplicar perfectamente el amor social al gusto, porque es mucho más sabroso, y éste sentido es el más necesario en la vida humana. Yo no comprendo qué vida tiene, al menos en nuestra vida comunitaria, el que no ama a aquellos con quienes convive.
 El amor general a todos los hombres se parece al olfato, porque este sentido percibe las cosas lejanas, y aunque no está privado del placer sensible, al ser tan amplio le llega más débil. El oído, en cambio, capta mejor lo que está lejano; y entre los hombres los más distantes son los que no se aman. Además en los demás sentidos siempre existe algo de placer corporal y en cierto modo pertenecen al cuerpo. El oído, empero, sale totalmente de él. Por eso se compara con razón a ese amor cuyo único motivo es la obediencia. Resulta, pues, evidente que tiene relación con el oído, ya que los otros amores se apoyan algo en el cuerpo. 
3. Y la vista se apropia la semejanza con al amor divino, porque es más excelente que los demás y tiene una naturaleza en cierto modo especial. Es mucho más perspicaz y percibe realidades muy remotas. Es cierto que el olfato y el oído captan cosas muy lejanas, pero parece que atraen hacia sí el aire y de él sacan las sensaciones. La vista, en cambio, no actúa así: parece salir de sí misma y superar todas las distancias.
Lo mismo sucede en el amor. Atraemos en cierto modo a los próximos al amarlos como a nosotros mismos; atraemos también a los enemigos, pues los amamos para que sean como nosotros, es decir, nuestros amigos. Pero si amamos a Dios cual conviene, esto es, con todo el corazón, con toda el alma y todas las fuerzas, nos lanzamos y corremos con toda presteza hacia él, que nos supera infinitamente. 
4. Resulta, pues, evidente que entre los sentidos corporales la vista es el más digno de todos, y el oído más que los otros tres. El olfato supera en dignidad, aunque no en utilidad, al gusto y al tacto. Lo manifiesta también la disposición de los órganos. ¿Quién ignora que los ojos se sitúan en la parte superior del rostro y algo más abajo de los oídos? Lo mismo podemos decir de las narices respecto a los oídos, y de la boca con relación a la nariz. Las manos y las otras partes del cuerpo en que reside el tacto están, como sabemos, más bajas que la boca.
 Según este principio también podemos comprobar que unos sentidos espirituales son más dignos que otros. Pero esto es muy fácil advertirlo y lo omito en gracia a la brevedad. También dejo a vuestra reflexión esta otra idea: así como los miembros del cuerpo mueren si no los vivifica el alma, también perecen irremisiblemente esos afectos de que hablamos -los miembros del alma- si quedan privados del alma de su alma que es Dios. Porque no amará íntegramente lo que debe mar, o no lo amará cuanto debe ni como debe amarlo. Por ejemplo, hay quienes aman a sus padres con amor carnal, o dan gracias a Dios cuando les concede favores. Semejante amor no merece el nombre de amor, o es un amor débil y a ras de tierra. 

RESUMEN

Existe una ley natural que permite a los sabios observar el mundo que les rodea, pero no es posible si no va acompañada de la gracia del conocimiento y el sentimiento del amor. 
 El amor es múltiple. Existen  cinco formas distintas, que corresponden a los cinco sentidos corporales. Existe el amor entrañable con el que amamos a nuestros padres y que equivale al tacto, el amor gozoso que nos une a los amigos y que equivale al gusto, el amor legítimo que profesamos a todos los hombres y que equivale al olfato, el amor costoso para con los enemigos y que equivale al oído; finalmente el amor santo y ferviente para con Dios, que es equiparable a la vista. La vista permite captar realidades lejanas como ocurre con el amor a Dios que nos supera infinitamente. Unos sentidos son superiores a otros y asimismo esa superioridad se corresponde con su ubicación diferente en nuestro organismo. Pero en general los sentidos necesitan ser mantenidos y vivificados. Mantener su intensidad y calidad. Eso sólo es posible con el alma profunda común a todos ellos que es el alma de Dios. 

SOBRE LAS PALABRAS DEL APÓSTOL: "LO INVISIBLE DE DIOS RESULTA VISIBLE POR SUS OBRAS". Y SOBRE AQUELLOS VERSOS DEL SALMO: "VOY A ESCUCHAR LO QUE DICE EL SEÑOR"


1. Desde la creación del mundo, afirma el Apóstol, lo invisible de Dios resulta visible para el que reflexiona sobre sus obras. Este mundo sensible es como un libro abierto a todos y sujeto a una cadena para que quien lo desee lea en él la sabiduría de Dios. Vendrá un día en que el cielo se cerrará como un libro, y nadie necesitará ya leer en él, porque todos serán discípulos de Dios. Y al igual que la criatura celeste, también la terrestre verá a Dios cara a cara, y no confusamente ni como en un espejo. Contemplará su sabiduría en una visión clara y directa.
 Mientras tanto el alma humana necesita valerse de las criaturas para llegar al conocimiento del Creador. La naturaleza angélica, en cambio, conoce de una manera más dichosa y perfecta a las criaturas en el Creador. Parece ser que fue arrebatada a esta altura, al menos por un momento, aquella alma afortunada que contempló el mundo entero en un sólo rayo de sol. Habla de este milagro el Papa San Gregorio en el libro de los Diálogos, y dice: "Para quien ve al Creador las criaturas le resultan muy pequeñas". Felices, pues, los que se sacian con la flor del trigo y no necesitan extraer miel de la piedra ni aceite de la roca. Es decir, los que no buscan lo invisible de Dios reflexionando en lo visible, sino que lo perciben con toda transparencia en sí mismo. Pero como ya he dicho, todo esto es propio de la dicha angélica, no de la debilidad humana. 
2. Intentemos al menos comprender lo invisible de Dios a través de las realidades creadas. Y si el alma lo contempla en todas las criaturas, con mucha más facilidad lo contemplará y con más delicadeza lo reconocerá en esa criatura que ha sido hecha a imagen del Creador, es decir, en sí misma. De todos los seres que existen bajo el sol ninguno tan cercano a Dios como el alma humana. Tiene razón el Profeta al decir a Dios: Dichoso el hombre que se apoya en ti. Su corazón está dispuesto a subir. Y poco después añade: Caminan de baluarte en baluarte y Dios se les mostrará en Sión.
 Por eso, hermanos, no cesamos de exhortaros a que recorráis los caminos del corazón y conservéis siempre el alma en vuestras manos, para que escuchéis lo que dice en vosotros el Señor Dios que anuncia la paz. ¿ Y a quienes anuncia la paz? A su pueblo y a sus santos. ¿Quién es ese pueblo y esos santos? Lo dice a continuación: Los que se convierten de corazón.
3. Por nuestra parte acostumbramos ver en estas palabras tres categorías de hombres, los únicos a quienes Dios anuncia la paz. Otro profeta nos habla de los tres hombres que se salvarán: Noé, Daniel y Job. Los cita en orden inverso, pero las categorías son las mismas: los continentes, los prelados y los casados.
 Los continentes si abandonan los placeres carnales para entregarse a los propios del corazón, los deseos espirituales; por eso el ángel llama a Daniel varón de deseos. Los prelados si procuran servir más que presidir, ya que a ellos les concierne sobre todo la santidad. Un salmo no duda espiritualmente santos. Y los casados si no violan los preceptos, para que se les llame con razón pueblo de Dios y ovejas de su rebaño.
4. Pero también nosotros -ya que nuestra solicitud es sobre todo para con nosotros-solemos aplicarnos estas tres categorías. En el pueblo vemos a los hermanos encargados de algo, y entregados a asuntos externos y en cierto modo populares. Los que se convierten de corazón son los que viven en el claustro, libres de toda preocupación y completamente dispuestos para experimentar qué suave es el Señor.
 Dios anuncia la paz en ambos muros, porque ambos tienden a lo mismo, aunque por un sendero distinto. Son la armonía del arpa con la cítara: tan agradable es el sonido de la cítara como el del arpa; y no importa que otros sean más graves y otros más agudos. A pesar de todo María ha elegido la mejor parte, aunque la humilde actividad de Marta puede ser tan meritoria ante Dios. Pero se alaba la elección de María, y eso es lo que nosotros debemos preferir; y lo otro aceptarlo pacientemente, si se nos pide. 
5. La expresión que aparece en medio de estas dos, es decir, a sus santos, se refiere a los prelados, porque deben asumir las dos clases de vida. Su misión consiste en levantar y unir estos dos muros cuya orientación es tan distinta, como vicarios que son de la piedra angular, Cristo Jesús. No hay duda de que su ministerio es mucho más peligroso que los anteriores. No obstante, si se esmeran en este servicio, se ganan una buena recompensa; recibirán una medida de paz más colmada y rebosante. Por eso se dice que Dios anuncia la paz a sus santos.
 ¿Duda alguno de qué santos se habla aquí? Escuche a Isaías:Se os llamará santos de Dios, ministros de nuestro Dios. Me había propuesto explicaros con algún ejemplo cómo debe levantarse el espíritu humano, por la consideración de sí mismo, al conocimiento espiritual. Más es preciso diferirlo para otro día y para otro sermón. 

RESUMEN
Debemos percibir a Dios en el mundo que nos rodea cada día, pero recibirlo directamente, captarlo, no deducirlo con pensamientos racionales. Lo percibimos más claramente en el ser humano que es la criatura más parecida a Dios. Se salvarán tres tipos de hombres. Los continentes que abandonan los sentidos y se dedican a la vida espiritual, los prelados cuando se dedican a servir más que a presidir y, finalmente, los casados, cuando no abandonan los preceptos a los que se han comprometido. Entre la actividad de Marta y María es preferible la de María, aunque debemos aceptar pacientemente la de Marta si se nos pide. Los prelados deben ser una especie de puente entre la actividad de Marta y de María y esta es una actividad muy meritoria.

LOS DIVERSOS SENTIMIENTOS DEL ALMA Y CÓMO RESPONDE DIOS A CADA UNO DE ELLOS


(Iglesia románica de Oliván. España)
1. A Dios le aplicamos diversos nombres, como el de Padre, Maestro, Señor. Esto no significa que atribuyamos multiplicidad alguna a su naturaleza única e inmutable. Se debe más bien a los múltiples cambios de nuestros sentimientos, según los progresos o retrocesos del alma. Y así, algunas almas actúan considerando a Dios como Patrón, otras como Señor o Maestro, otras como Padre y algunas como Esposo. De este modo nos parece que Dios avanza con los que progresan y cambia con los que cambian. Pone en movimiento a todas las criaturas como lo afirma el Profeta, pero él es inmutable y vive en un mismo día.
 Escucha lo que dice el Profeta en otro salmo: Con el santo tú eres santo, con el íntegro eres íntegro y con el sincero eres sincero. Y añade esto otro, un tanto extraño: Y con el astuto tu eres sagaz. A continuación nos indica cómo puede cambiar o producir cambios el que es inmutable: Tú salvas al pueblo elegido y humillas los ojos soberbios.
2. Sin embargo, no es primero lo espiritual, sino lo animal; lo espiritual, viene después. Por eso creo que antes de nuestra conversión vivimos otras cuatro etapas: una depende de nosotros, y las otras tres del jefe de este mundo. El alma está sometida a sí misma cuando sigue su propia voluntad, disfrutando de una desastrosa libertad. Es como aquel hijo pródigo que recibió su parte de la herencia paterna, es decir, su inteligencia, su memoria, sus facultades corporales y los demás dones de la naturaleza. Y en lugar de disfrutarla según la voluntad divina lo hace a su capricho, y prescinde totalmente de Dios en su vida. Pero este hombre permanece todavía bajo su propio dominio, porque se guía por su voluntad propia y no se deja dominar por los vicios y pecados. Sabemos que quien comete el pecado ya no es dueño de si mismo, sino esclavo del pecado. 
 Hasta ahora vivía separado de su padre, pero no lo había abandonado. Es verdad que se aleja de su creador, pero si no reniega de él con su conducta, sigue estando muy cerca de él. Así continúa mientras se guía por su voluntad propia y hace cosas lícitas pero inútiles. Mas al apartarse de si mismo cayendo en el pecado, marcha a un país lejano. Lo más apartado del ser absoluto y único es la ausencia del ser. Nada más opuesto al origen, camino y meta del universo como el pecado, que es la pura nada. 
3. El castigo de Dios es justo y riguroso: el hijo que huye de su padre se hace siervo de otro. Llega a un país lejano y dice el texto que se puso al servicio de un indígena. Yo creo que se trata de uno de esos espíritus malvados que están irremisiblemente obstinados en el pecado y sólo aman la maldad y la corrupción. Ya no son extranjeros ni advenedizos, sino ciudadanos y moradores del pecado. Decir que ese joven pobre y peregrino se puso al servicio de un indígena significa que se hizo su esclavo. La frase siguiente explica cómo le servía: Se puso al servicio de uno de los naturales del país, que le mandó a sus campos a guardar cerdos.
 Advirtamos que la violencia del hambre le obliga a someterse a un hombre sin entrañas. También Israel bajó a Egipto en tiempo de hambre. ¡Qué peligrosa y dañina es el hambre! Convierte en míseros esclavos a los libres, los condena a trabajar el barro y la arcilla, los mezcla con los cerdos y hasta ls convierte en siervos de los cerdos. ¿Por qué le sobrevino semejante miseria alq ue había llegado tan rico, y cargado con todo lo que le había tocado de la herencia paterna? No lo dudemos, por lo que dice un poco antes: derrochó toda su fortuna viviendo con meretrices. Por esoempezó a pasar necesidad.
4. Estas meretrices son las concupiscencias carnales. Se entrega locamente a ellas y despilfarra su fortuna, porque abusa de ellas para el placer. Viene luego un hambre terrible, pues dice la Escritura que el ojo no se sacia de ver, ni el oído de oír. Y se le manda apacentar cerdos, es decir, los sentidos corporales que retozan entre el fango y las inmundicias. ¿ No serán estos puercos aquellos en que entraron los demonios cuando fueron expulsados de un hombre? Al ser arrojados de nuestra razón o de nuestro espíritu, el pecado se refugia en los sentimientos corporales. Así lo insinúa el Apóstol al afirmar que a su espíritu le gusta la ley de Dios, pero su carne percibe esa ley del pecado que está en su cuerpo. Por eso añade en otro lugar: Veo que en mi, es decir, en mis bajos instintos, no anida nada bueno. ¿Qué hacer cuando los espíritus impuros son expulsados del hombre y se apoderan de los cerdos? Buscar el remedio de las lágrimas y arrojarse a las aguas, para que esa corriente impetuosa sofoque la raíz tan pujante del pecado. Aunque la extirpación total del pecado parece estar reservada para el final de los tiempos. 
5. He hecho esta disgresión para explicar con con más claridad cómo se apodera el demonio de quien vive esclavo de si mismo. Entra como un hombre fuerte y se adueña del palacio donde sólo encuentra un hombre pobre e indefenso. Yo creo que los hombres están sometidos de tres maneras al jefe de las tinieblas. Algunos ni lo desean ni se niegan a ello: son los que no pueden usar aún su voluntad. Pero son objeto de reprobación por el pecado original, hasta que otro más fuerte encadene a ese fuerte y arramble con todo su ajuar. Ese viene por el Sacramento, como un nuevo Moisés; viene en el agua, pero no sólo con agua, sino con agua y sangre.
 Otros lo quieren, y pecan voluntariamente. Y otros no lo desean; quisieran arrepentirse, pero impulsados miserablemente por la naturaleza y por un justo juicio de Dios, siguen manchándose sin cesar. En esta situación parece hallarse el hijo pródigo. Y es realmente pródigo, porque no contento con dilapidar sus bienes, se sometió él mismo a una miserable servidumbre. El infeliz se ve vendido al pecado, recapacita y dice: Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras yo estoy aquí muriéndome de hambre.Quien lo haya experimentado creo que reconocerá fácilmente en estas palabras un alma sumida en la miseria. ¿Qué hombre, en efecto, hundido en la costumbre de pecar, no se sentiría feliz si pudiera ser como uno de esos que viven negligentes en el mundo sin reproche, a pesar de que no buscan lo de arriba, sino lo de la tierra?
 ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia! Es decir, tienen el consuelo de su inocencia y disfrutan el bien de su buena conciencia. Yo, en cambio, estoy muriéndome de hambre, esto es, me abraso en los deseos insaciables del pecado y el halago de los vicios. 
 También puede interpretarse que no le atormenta el hambre de pan o la sed de agua, sino aquella hambre y sed de la palabra de Dios con que amenazaba el Profeta a Judea. No quiero decir que esto suceda así, sino que así lo siente el miserable humillado en el pecado. De hecho los que tienen un espíritu mundano o egoista no se glorían del testimonio de su conciencia. Pero el pecador arrepentido tiene por muy santo al que se ve inocente bajo algún aspecto. Y dice: Trátame como a uno de tus jornaleros.
6. Esta es la primera etapa en que los hombres comienzan a someterse a Dios y viven como jornaleros bajo la autoridad del padre de familia. Son los que vemos en el mundo, sin desear nada o casi nada las realidades eternas; sirven a Dios por el interés del salario y le piden los bienes terrenos que desean. 
 En la segunda etapa le aceptan como Señor: es el siervo que teme la cárcel y tiembla al merecer un castigo. Esta actitud es la que llamamos conversión, renuncia del mundo y puerta de la vida. Nos lo dice la Escritura: El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor. Y lo confirma otro Profeta: Concebimos en tu temor y engendramos el espíritu de salvación.
 Muy cercano y casi unido con este grado está el tercero: son los que se alimentan aún de leche como niños en Cristo, y parecen vivir siempre pendientes del maestro y pedagogo. Es muy propio de los novicios: comienzan a saborear los consuelos de la meditación espiritual, de la compunción, de la salmodia y otras prácticas semejantes; y sienten un temor infantil de ofender al maestro, para que no les castigue ni les prive de los pequeños regalos con que suele animarles ese instructor tan paternal. Están siempre atentos al Señor y se inquietan cuando se ausenta de ellos una sola hora. No temen ya que les castigue como a esclavos, pero sí que los azote como a niños. 
 Aceptan la disciplina del maestro para no irritarle ni apartarse del camino recto; para que no les quite la gracia del fervor, sin la cual todo les resulta muy pesado, les abruma el hastío y sienten el azote interior de sus amargos pensamientos. Estos son los azotes con los que Dios castiga a sus hijos más pequeños: los conocemos mejor recurriendo a la experiencia más bien que a las palabras. Por eso dice el Señor por el Profeta: Si sus hijos abandonan mi ley, etc., castigaré con la vara sus pecados y a latigazos sus culpas. 
7. Así pues, en estos primeros pasos o etapa infantil se alternan el temor del Señor y la disciplina del maestro. Y quien intenta observarlas fielmente se encuentra a veces en este estado y otras en el siguiente. Por eso al hablar a la Iglesia aún tierna, el Señor le recuerda ambos nombres: Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y co razón, porque lo soy. Reconozcan nuestros novicios que éste es su lugar y procuren mantenerse siempre en él.
 Necesitan, ante todo, el temor, para que se les perdonen los pecados y los eviten en el futuro. Lo afirma la Escritura: El Temor del Señor expulsa el pecado, sea el que ya ha sido admitido o el que pretende entrar. El primero lo expulsa con la penitencia, y el otro haciéndole resistencia. Pero como el camino que conduce a la vida es estrecho, vosotros hijitos míos, que sois aún niños en Cristo, necesitáis alguien que os eduque y alimente. Alquien que os enseñe, os guíe, os proteja y acaricie como a niños; y os consuele con todo cariño, para que no muera esa flor tan tierna. 
 Por eso, no yo, sino el mismo Príncipe y Pastor de la Iglesia os advierte: Como niños recién nacidos, ansiad la leche auténtica, no adulterada; pero no os quedéis en ella, sino creced con ella en la salvación. Otro texto sagrado lo dice con más claridad:Rebosad de gozo todos los que os lamentabais de ella-de Jerusalén, según el contexto- para que bebáis leche y os saciéis de la abundancia de sus consuelos. Y así, cuando se os quite la leche, banqueteéis participando en su gloria.
8. Este es el estado del hijo robusto que vive bajo el Padre. Ya no toma leche, sino alimento sólido. Olvida lo pasado, todo aquello en que su mirada egoísta se entretenía con amargura; y tampoco se fija en lo presente, ni le apetecen los caprichos infantiles. Está volcado en las realidades futuras, en la corona que Dios ofrece y en conseguir su gloria futura; aguarda la dicha que esperamos y la manifestación gloriosa del gran Dios. Deja a un lado las niñerías y no le interesan estas alegrías, agradables sí, pero pasajeras. 
 Y como avanza hacia la madurez del adulto quiere ocuparse en las cosas de su padre, suspirar por su herencia y dedicarse a ella en incesantes meditaciones. ¿Quién va a pensar que es un mercenario quien así anhela la herencia paterna, y la pide y aguarda con todo su ser? El Profeta afirma que esa es la recompensa propia de un hijo, no de un jornalero: Cuando  dé a sus amados el descanso, la herencia del Señor será la recompensa de sus hijos, fruto de sus entrañas.
9. Existe, empero, otro grado más alto y un amor más perfecto que éste. Cuando el corazón está totalmente purificado, el alma no desea ni pide otra cosa a Dios que el mismo Dios. Tras múltiples experiencias ha comprendido que el Señor es bueno con los que esperan en él y con el alma que le busca. Por eso proclama con todo el afecto de su corazón y plenamente convencida aquello del salmista: ¿Qué otra cosa existe para mí en el cielo, y fuera de ti qué me importa la tierra? Se consumen mi corazón y mi carne por Dios, mi lote perpetuo.
 Esta alma no busca su interés, ni su felicidad, ni su gloria o cosa semejante, ni se guía por un amor centrado en sí misma. Se lanza sin reservas hacia Dios, que absorbe todo su deseo, gozar de él. Por eso contempla sin cesar, y cuando le es posible a cara descubierta la gloria del esposo celeste y se va transformando en su imagen con resplandor creciente, por el Espíritu del Señor. Y merece escuchar: ¡Qué hermosa eres, amiga mía! A lo cual ella responde con libertad: Mi amado es mío y yo suya. En este gozoso y regalado coloquio se recrea radiante con su esposa. 
RESUMEN
Dios es un ente dinámico que percibimos bajo distintas formas. Sin embargo, para sí mismo, es inmutable o, en todo caso, un gran misterio para nosotros. 
Antes de nuestra conversión vivimos cuatro etapas.
En la primera, la persona se aleja de Dios, pero no cae en el pecado. Simplemente se centra en las facultades y cualidades que ha obtenido por el hecho de ser un ser creado y dotado de una serie de potencialidades. 
Escoger el camino equivocado lleva a perder la libertad y a servir a situaciones ajenas que nos perjudican. 
 Nuestros sentidos, como la vista y el oído, nunca se cansan de ejercer sus funciones. El hombre debe ser algo más que puro sentido y transcender a lo espiritual, de lo contrario es como si estuviéramos apacentando cerdos y quizás el pasaje en que los demonios son expulsados de un hombre y entran en los puercos, quiera decirnos algo de esto. 
 El hijo pródigo mira con envidia a todo aquel que no vive halagado por el pecado, o que lleva una vida sencilla sin la costumbre de pecar. Cualquier detalle inocente le parece extraordinario porque él es incapaz de ello. Esa vida normal es la primera fase, a la que sigue otra fundada en el temor de Dios, otra en el goce espiritual de la vida contemplativa siguiendo fielmente a sus maestros, no sin algo de temor ante la posible pérdida de lo alcanzado y la existencia de pensamientos que entorpecen nuestro camino. Vivimos entonces entre el temor de Dios y el consuelo espiritual de nuestro maestro, nos alimentamos con leche tierna porque estamos recorriendo los primeros pasos espirituales. Después de tomar esa leche espiritual pasamos a ingerir alimento sólido, a buscar a Dios en nuestras meditaciones con sincero amor, no como un mercenario que espera objetos materiales. Finalmente llegamos al amor a Dios por si mismo, sin que sea medio para obtener nada y nos recreamos en sus infinitos matices.

EN LA NATIVIDAD DE LA VIRGEN MARÍA


EN LA NATIVIDAD DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA
SERMON LLAMADO "DEL ACUEDUCTO"

(8 de septiembre)

1. Cuando el cielo goza ya de la presencia de la Virgen fecunda, la tierra venera su memoria. Allí se halla la posesión de todo bien, aquí el recuerdo; allí la saciedad, aquí una tenue prueba de las primicias; allí la realidad, aquí el nombre. Señor, dice el salmista, tu nombre permanecerá para siempre, y tu memoria pasará de generación en generación. Esta generación y  no es de ángeles, a la verdad, sino de hombres. ¿Queréis saber cómo su nombre y su memoria está en nosotros y su presencia en las alturas? Oíd al Salvador cuando dice: Habéis de orar así: Padre nuestro.que estás en los cielos, santificado sea el tu nornbre. Fiel oración, cuyos principios nos avisan de la divina adopción y de la terrena peregrinacion, a fin de que, sabiendo que mientras no estamos en el cielo vivimos alejados del Señor y fuera de nuestra patria, gimamos dentro de nosotros mismos aguardando la adopción de tus hijos, o sea, la presencia del Padre. Por tanto, expresamente habla de Cristo el profeta cuando dice: Cual espíritu que anda delante de nosotros es Cristo nuestro Señor; bajo de su sombra viviremos entre las gentes, porque entre las celestiales bienaventuranzas no se vive en la sombra, sino más bien en el esplendor. En los esplendores de los santos, dice, de mi seno te engendré antes del lucero. Pero esto, sin duda, es el Padre.
2. Mas la madre no le engendró al mismo en el esplendor, sino en la sombra; pero no en otra sombra que con la que el Altísimo la cubrió. Justamente por eso canta la Iglesia, no aquella Iglesia de los santos, que está en las alturas y en el esplendor, sino la que peregrina todavía en la tierra: A la sombra de aquel que había deseado me senté, y su fruto es dulce al paladar mío. había pedido que se le mostrase la luz del mediodía, en donde el Esposo apacienta su rebaño, pero fue contrariada en su deseo, y en lugar de la plenitud de la luz recibió la sombra, en lugar de la saciedad, el gusto. Finalmente, no dice: A la sombra que yo había deseado, sino: a la sombra de aquel a quien yo había deseado me senté, pues no había deseado la sombra, sino el resplandor del mediodía, la luz llena de quien es luz llena. Y su fruto, añade, dulce a mi paladar. ¿Hasta cuándo me has de negar tu compasión, sin permitirme el respirar y tragar siquiera mi saliva? ¿Cuándo llegará el día en que se cumpla esta sentencia: Gustad y ved cuán suave es el Señor? Sin duda es suave al gusto y dulce al paladar, por lo cual se comprende perfectamente que, en vista de ello, prorrumpiera la esposa en voces de acción de gracias y de alabanza.
3. Pero ¿cuándo se dirá: Comed, amigos, y bebed y embriagaros, amadísimos? Los justos, dice el profeta, coman en convite, pero delante de Dios, no en la sombra. Y de sí mismo dice: Seré saciado cuando aparezca tu gloria. También el Señor dice a los apóstoles: Vosotros sois los que permanecisteis conmigo en mis tentaciones y yo dispongo para vosotros, así como mi Padre le dispuso para mí el reino, para que comáis y bebáis sobre mi mesa». ¿En dónde? En mi reino, dice. Dichoso aquel que coma el pan en el reino de Dios. Sea, pues, tu nombre santificado, por el cual de algún modo ahora estás, Señor, en nosotros, habitando por la fe en nuestros corazones, puesto que ya ha sido invocado sobre nosotros tu nombre. Vénganos tu reino. Venga, ciertamente, lo que es perfecto y sea acabado lo que es en parte. Tenéis, dice el Apóstol, por fruto de vuestras obras la santificación, pero será su fin la vida eterna. La vida eterna es fuente indeficiente que riega toda la superficie del paraíso. No sólo la riega, sino que la embriaga, como fuente de los huertos, pozo de aguas vivas que corren con ímpetu desde el Líbano, y el ímpetu del río alegra la ciudad de Dios". Pero ¿quién es la fuente de la vida, sino Cristo Señor? Cuando aparezca Cristo, que es vuestra vida, entonces también apareceréis vosotros con Él en la gloria. A la verdad, la misma plenitud se anonadó a sí misma para hacerse para nosotros justicia, santificación y remisión, no apareciendo todavía vida, gloria o bienaventuranza. Corrió la fuente hasta nosotros y se difundieron las aguas en las plazas, aunque no beba el ajeno de ellas. Descendió por un acueducto aquella vena celestial, no ofreciendo, con todo ello, la copia de una fuente, sino infundiendo en nuestros áridos corazones las gotas de la gracia, a unos, ciertamente, más, a otros, menos. El acueducto, sin duda, lleno está para que los demás reciban de la plenitud, pero no la misma plenitud.
4. Ya habéis advertido, si no me engaño, quién quiero decir que es este acueducto que, recibiendo la plenitud de la misma fuente del corazón del Padre, nos la franqueó a nosotros, si no del modo que es en sí misma, a lo menos según podíamos nosotros participar de ella. Sabéis, pues, a quién se dijo: Dios te salve, llena de. gracia. Mas ¿acaso admiraremos que se pudiese encontrar de que se formase tal y tan grande acueducto, cuya cumbre, al modo de aquella escala que vió el patriarca Jacob, tocase en los cielos, más bien, sobrepasase también los cielos y pudiese llegar a aquella vivísima fuente de las aguas que están sobre los cielos? Se admiraba también Salomón y, al modo del que desespera, decía: ¿Quién hallará una mujer fuerte?. A la verdad, por eso faltaron durante tanto tiempo al género humano las corrientes de la gracia, porque todavía no estaba interpuesto este deseable acueducto de que hablamos ahora. Ni nos admiraremos de que fuese aguardado largo tiempo, si recordamos cuántos años trabajó Noé, varón justo, en la fábrica del arca, en la cual sólo unas pocas almas, esto es, ocho, se salvaron, y esto para un tiempo bastante corto.
5. Pero ¿cómo llegó este nuestro acueducto a aquella fuente tan sublime? ¿Cómo? Con la vehemencia del deseo, con el fervor de la devoción y con la pureza de la oración, según está escrito: La oración del justo penetra los cielos. A la verdad, ¿quién será justo, si no lo es María, de quien nació para nosotros el Sol de justicia? ¿Y cómo hubiera podido llegar hasta tocar aquella majestad inaccesible, sino llamando, pidiendo y buscando? Sí, halló lo que buscaba aquella a quien se dijo: has hallado gracia a los ojos de Dios. ¿Qué? ¿Está llena de gracia y todavía halla más gracia? Digna es, por cierto, de hallar lo que busca, pues no la satisface la propia plenitud, ni está contenta aún con el bien que posee, sino que, así como está escrito: El que de mí bebe, tendrá sed todavía, pide el poder rebosar para la salvación del universo. El Espíritu Santo, le dice el ángel, descenderá sobre ti, y en tanta copia, en tanta plenitud difundirá en ti aquel bálsamo precioso, que se derramará copiosaniente por todas partes. Así es, ya lo sentimos, ya se alegran nuestros rostros en el óleo. Mas esto, ciertamente, no es en vano; y si el aceite se derrama, no por eso perece. Por esto, sin duda, también las vírgenes, esto es, las almas todavía párvulas, aman al Esposo y no poco. Y no sólo recibió la barba aquel ungüento que descendía de la cabeza, sino también las mismas fimbrias del vestido le recibieron.
6. Mira, hombre, el consejo de Dios, reconoce el consejo de la sabiduría, el consejo de la piedad. Habiendo de regar toda la era con el rocío celestial, humedeció primero todo el vellocino; habiendo de redimir todo el linaje humano, puso todo el precio en María. ¿Con qué fin hizo esto? Quizá para que Eva fuese -disculpada por la hija y cesase la queja del hombre contra la mujer para siempre. No digas ya, jamás, Adán: "la mujer que me diste me ofreció del árbol prohibido; di más bien: La mujer que me diste me ha dado a comer del fruto bendito". Consejo piadosísimo, sin duda, pero no es esto todo acaso; hay otro todavía oculto. Verdad es lo que se ha dicho, pero aún es poco (si no me engaño) a vuestros deseos. Dulzura de leche es; se sacará, acaso, si con más fuerza apretamos la crasitud de la manteca. Contemplad, pues, más altamente con cuánto afecto de devoción quiso fuese honrada María por nosotros aquel Señor que puso en ella toda la plenitud, para que, consiguientemente, si en nosotros hay algo de esperanza, algo de gracia, algo de salud, conozcamos que redunda de aquélla que subió rebosando en delicias. Huerto es, en verdad, de delicias que no solamente inspiró viniendo, sino que agitó dulcemente con sus soberanos soplos aquel austro divino, sobreviniendo en ella, para que por todas partes fluyan y se difundan sus aromas, los dones, es a saber, de las gracias. Quita este cuerpo solar que ilumina al mundo, ¿cómo podría haber día? Quita a María, esta estrella del mar, del mar sin duda grande y espacioso, ¿qué quedará, sino obscuridad, que todo lo ofusque, sombra de la muerte todo y densísimas tinieblas?
7. Con todo lo íntimo, pues, de nuestra alma, con todos los afectos de nuestro corazón y con todos los sentimientos y deseos de nuestra voluntad, veneremos a María, porque ésta es la voluntad de aquel Señor que quiso que todo lo recibiéramos por María. Esta es, repito, su voluntad, pero para bien nuestro. Puesto que, mirando en todo y por todo al bien de los miserables, consuela nuestro temor, excita nuestra fe, fortalece nuestra esperanza, disipa nuestra desconfianza y anima nuestra pusilanimidad. Recelabas acercarte al Padre, y aterrado con sólo oír su voz. huías a esconderte entre las hojas. Él te dió a Jesús por mediador. ¿Qué no conseguirá tal Hijo de Padre tal? Será oído sin duda por su respeto, pues el Padre ama al Hijo. Mas recelas acaso llegarte también a Él. Hermano tuyo es, tu carne es, tentado en todas las cosas sin pecado para hacerse misericordioso. Este hermano te lo dió María. Pero, por ventura, en Él también miras con temblor su majestad divina, porque, aunque se hizo hombre, con todo eso permaneció Dios. ¿Quieres tener un abogado igualmente para con Él? Pues recurre a María. Porque se halla la humanidad pura en María, no sólo pura de toda contaminación, sino pura de toda mezcla de otra naturaleza. No me cabe la menor duda: será ella oída también por tu respeto. Oirá sin duda el Hijo a la Madre, y oirá el Padre al Hijo. Híjos amados, ésta es la escala de lospecadores, ésta es mi mayor confianza, ésta es toda la razón de la esperanza mía. ¿Pues qué? ¿Podrá acaso el Hijo repeler, o padecer Él repulsa? ¿Podrá el Hijo no ser atendido por su Padre o rechazar los ruegos de su Madre? No, no; mil veces no. Hallaste, dice el ángel, gracia en los ojos de Dios. Dichosamente. Siempre ella encontrará la gracia, y sola la gracia es de lo que necesitamos. La prudente Virgen no buscaba sabiduría, como Salomón; ni riquezas, ni honores, ni poder, sino gracia. A la verdad, sola es la gracia por la que nos salvamos.
8. ¿Para qué deseamos nosotros, hermanos, otras cosas? Busquemos la gracia, y busquémosla por María, porque ella encuentra lo que busca y no puede verse frustrada. Busquemos la gracia, pero la gracia en Dios, pues en los hombres la gracia es falaz. Busquen otros el mérito; nosotros procuremos cuidadosamente hallar la gracia. ¿Pues qué? ¿Por ventura, no es gracia el estar aquí? Verdaderamente misericordia del Señor es que no hayamos sido consumidos nosotros. ¿Y quiénes somos nosotros? Nosotros, tal vez, perjuros; nosotros, adúlteros; nosotros, homicidas; nosotros, ladrones; la basura, sin duda, del mundo. Consultad vuestras conciencias, hermanos, y ved que donde abundó el delito sobreabundó también la gracia. María no alega el mérito, sino que busca la gracia. A la verdad, en tanto grado confía en la gracia y no presume de sí altamente, que se recela de la misma salutación del ángel. María, dice, pensaba qué salutación sería ésta. Sin duda, se reputaba indigna de la salutación del ángel. Y acaso meditaba dentro de sí misma: ¿De dónde a mí esto, que el ángel de mi Señor venga a mí? No temas, María, no te admires de que venga el ángel, que después de él viene otro mayor que él. No te admires del ángel del Señor, el Señor del ángel está contigo. ¿Qué mucho que veas a un ángel viviendo tú ya angélicamente? ¿Qué mucho es que visite el ángel a una compañera de su vida? ¿Qué mucho que salude a la ciudadana de los santos y familiar del Señor? Angélica vida es, ciertamente, la virginidad, pues los que no se casan ni son casados serán como los ángeles de Dios.
9. ¿No veis cómo también de este modo nuestro acueducto sube a la fuente, ni ya con sola la oración penetra los cielos, sino igualmente con la incorrupción, la cual nos une con Dios, como dice el Sabio? Era la Virgen santa en el cuerpo y en el espíritu, y podía decir con especialidad: Nuestro trato es en el cielo. Santa era, repito, en el cuerpo y en el espíritu, para que nada dudes acerca de este acueducto. Sublime es en gran manera, pero no menos permanece enterísirno. Huerto cerrado es, fuente sellada, templo del Señor, sagrario del Espíritu Santo. No era virgen fatua, pues no sólo tenía su lámpara llena de aceite, sino que guardaba en su vasija la plenitud de él. En su corazón había dispuesto los grados para subir hasta el lugar santo por medio de la asidua oración y una vida santísima, y así vemos que subió a las montañas de Judea con mucha prisa, saludó a Isabel y permaneció en su asistencia como tres meses, de suerte que ya entonces podía decir la Madre de Dios a la madre de Juan lo que mucho tiempo después dijo el Hijo de Dios al hijo de Isabel: Déjame hacer ahora, que así es como conviene que cumplamos nosotros toda justicia. Puede afirmarse con toda verdad que esta Virgen al subir a las montañas de Judea se elevó más que los más altos montes de Dios, lo cual constituye el tercer ascenso de la Virgen, a fin de que se cumpliera en ella aquello de que con dificultad se rompe la cuerda tres veces doblada. Hervía, pues, la caridad en buscar la gracia, resplandecía en el cuerpo la virginidad y sobresalía la humildad en el obsequio. Pues si todo aquel que se humilla será ensalzado, ¿qué cosa más sublime que esta humildad? Se admiraba Isabel de su venida, y decía: ¿De dónde a mí esto, que la Madre de mi Señor venga a mi. Pero mucho más debiera haberse admirado de que María se anticipara a lo que más tarde debía decir su Hijo: No vine a ser servido, sino a servir. Con razón, por tanto, aquel cantor divino, llevado de su admiración profética, decía de ella: ¿Quién es ésta que va subiendo cual aurora naciente, hermosa como la luna, escogida como el sol; terrible como un ejército formado en batalla?.Sube ciertamente sobre el linaje humano, sube hasta los ángeles, pero a éstos también los sobrepuja y se eleva sobre toda criatura celestial. Sin duda que sobre los mismos ángeles es forzoso que vaya a recibir aquella agua viva que ha de difundir sobre los hombres.
10. ¿Cómo, dice, se hará esto, porque yo no conozco varón? Verdaderamente es santa en el cuerpo y en el espíritu, teniendo no sólo la integridad de la virginidad, sino el propósito firme de conservarla incólume. Mas respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo sobrevendrá en ti, y la virtud del Altísimo te hará sombra. Como si dijera: no me preguntes a mí esto, porque es cosa superior a mi comprensión y no podría declarártelo. El Espíritu Santo, no el espíritu angélico, sobrevendrá en tí, y la virtud del Altísimo te hará sombra, no yo. No te pares ni siquiera entre los ángeles, Virgen santa; mucho más sublime está lo que la tierra sedienta espera que se le dé a beber por ministerio tuyo. Un poco que les pases a ellos hallarás a quien ama tu alma. Un poco, repito, no porque tu Amado no sea superior a ellos incomparablemente, sino porque nada encontrarás que medie entre El y ellos. Pasa, pues, las virtudes y las dominaciones, los querubines y los serafines, hasta que llegues a Aquel de quien alternativamente están clamando: Santo, santo, santo es el Señor Dios de los ejércitos. Pues el fruto santo que nacerá de ti se llamará Hijo de DiOS . Fuente es de la sabiduría el Verbo del Padre en las alturas. Pero este Verbo por medio de ti se hará carne, para que Aquel que dice: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, diga igualmente: Porque yo procedí de Dios y he venido de parte de Dios. En el principio, dice San Juan, era el verbo. Ya brota la fuente, pero por ahora sólo en sí misma. Añade luego: Y el Verbo estaba en Dios, habitando una luz inaccesible, y decía el Señor desde el principio: Yo medito pensamientos de paz y de aflicción. Pero en ti, Señor, está tu pensamiento, y lo que piensas lo ignoramos nosotros. Porque ¿quién pudo jamás conocer los designios del Señor o quien fue su consejero? Descendió, pues, el pensamiento de la paz a la obra de la paz: el Verbo se hizo carne y habita ya entre nosotros. Habita por la fe en nuestros corazones, habita en nuestra memoria, habita en muestro pensamiento y desciende hasta la misma imaginación. Porque ¿qué idea se formaría antes el hombre de Dios? ¿No se le representaba en su corazón bajo la forma de un ídolo?
11. Incomprensible era e inaccesible, invisible y superior a toda humana inteligencia. Mas ahora quiso ser comprendido, quiso ser visto, quiso que pudiésemos pensar en Él. ¿De qué modo, me preguntas? Echado en el pesebre, reposando en el virginal regazo, predicando en el monte, pernoctando en la oración; o bien pendiente de la cruz, poniéndose pálido en la muerte, libre entre los muertos y mandando en el infierno; o también resucitando al tercer día y mostrando a los apóstoles las hendiduras de los clavos, insignias de su victoria; últimamente subiendo a lo más alto de los cielos a vista de los mismos apóstoles. ¿Qué cosa de éstas no se piensa verdadera, piadosa y santamente?.Cualquiera de estas cosas que yo piense, pienso en mi Dios y en todas estas cosas. El es mi Dios. El meditar, pues, estos misterios lo llamé sabiduría, y juzgué por prudencia el refrescar incesantemente la memoria de la suavidad de estos dulces frutos, que produjo copiosamente la vara sacerdotal que María fue a coger en las alturas para difundirlos con la mayor abundancia en nosotros. La recibió, sin duda, en las alturas y sobre los ángeles, puesto que recibió al Verbo del mismo corazón del Padre, según está escrito: El día anuncia al día la palabra. Verdaderaniente es  día el Padre, pues es día de la salud de Dios. ¿Acaso no es también día María? Y esclarecido. Resplandeciente día es, sin duda, la que procedió como la aurora resurgente, hermosa como la luna, escogida como el sol.
12. Contempla, pues, cómo se elevó hasta los ángeles por la plenitud de la gracia y por encima de los ángeles al descender sobre ella el Espíritu Santo. Hay en los ángeles caridad, hay pureza, hay humildad. ¿Cuál de estas cosas no resplandeció en María? Pero de esto ya os hemos hablado antes del modo que hiemos podido; prosigamos en ver su excelencia singular. ¿A quién de los ángeles se dijo alguna vez: el Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te hará sombra. Y por eso el fruto santo que nacerá de ti se llamará Hijo de Dios? La verdad nació de la tierra, no de la criatura angélica, puesto que no tornó la naturaleza de los ángeles para salvarlos, sino que tomó la semilla de Abraham. para redimir a sus hijos. Cosa excelsa es para el ángel el ser ministro del Señor, pero otra cosa más sublime mereció María, que fue la de ser Madre del Señor. Así la fecundidad de la Virgen es una gloria sobreeminente, y por este privilegio único fue sublimada sobre todos los ángeles, tanto más cuanto supera el nombre de Madre de Dios al de simples ministros suyos. A ella la encontró la gracia,llena de gracia,para que, fervorosa en la caridad,en la virginidad íntegra, en la humildad devota concibiese sin conocer varón y diera a luz igualmente sin dolor ni menoscabo de su virginidad. Más aún, el fruto que nació de ella se llama santo y es Hijo de Dios.
13. En lo demás, hermanos, debemos procurar con el mayor cuidado que aquella Palabra que salió de la boca del Padre para nosotros por medio de la Virgen, no se vuelva vacía, sino que por mediación de Nuestra Señora volvamos gracia por gracia. Mientras suspiramos por la presencia, fomentemos con toda nuestra atención su memoria, y así sean restituidas a su origen las corrientes de la gracia para que fluyan después más copiosamente. De otra suerte, si no vuelven a la fuente se secarán, y siendo infieles en lo poco no merecernos recibir lo que es máximo. Poco es ciertamente la memoria en comparación de la presencia, poco en comparación de lo que deseamos, pero grande cosa es respecto de lo que merecemos: inferior es respecto del deseo, pero muy superior al mérito. Sabiamente, por tanto, la Esposa, aun por esto poco, se congratula a sí misma en gran manera, puesto que habiendo dicho: muéstrame dónde tienes los pastos, dónde reposas al llegar el mediodía, aunque recibió muy poco en comparación de lo que había pedido, pues en vez del pasto de mediodía sólo gustó el sacrificio de la tarde, sin embargo de ningún modo se lamenta de ello, como suele suceder, ni se contrista, sino que da gracias al Amado y en todo se muestra más devota. Sabe muy bien que si es fiel en la sombra de la memoria, obtendrá sin duda la luz de la presencia. Así, los que hacéis memoria del Señor, no guardéis silencio, no permanezcáis mudos, aunque, a la verdad, los que tienen presente al Señor no necesitan de exhortación, y aquellas palabras del profeta: alaba, Jerusalén, al Señor, alaba a tu Dios, Sión, más bien son de congratulación que de amonestación, pero por los que caminan aún en la fe necesitan de amonestación para que no callen y no respondan al Señor con el silencio, porque Él hace oír su voz y habla palabras de paz para su pueblo y para sus santos y para todos aquellos que se vuelven a Él de corazón. Por esto se dice en el salmo: con el santo serás santo, y con el varón inocente, inocente, y oirá al que le oye y hablará al que le habla. De otra suerte le habrás dado silencio, si tú callas. Pero ¿si tú callas de qué? De la alabanza. No calléis, dice, y no le deis silencio hasta que establezca y ponga a Jerasalén alabanza en la tierra. La alabanza de Jerusalén es gustosa y hermosa alabanza, a no ser que acaso juzguemos que los ciudadanos de Jerusalén se deleitan de las alabanzas mutuas y que se engañan recíprocamente con la vanidad.
14. Hágase tu voluntad, ¡oh Padre!, así en la tierra como en el cielo, para que las alabanzas que resuenan en Jerusalén resuenen también en la tierra. Pero ¿qué sucede ahora? El ángel no busca gloria de otro ángel en JerusaIén, mas el hombre desea ser alabado del hombre en la tierra. ¡Execrable perversidad!, pero sólo propia de aquellos que tienen ignorancia de Dios, que viven olvidados del Señor Dios suyo; en cuanto a vosotros, que os acordáis del Señor, no ceséis de publicar sus alabanzas hasta que resuenen cumplidamente en toda la tierra. Hay un silencio irreprensible, más aún, loable, como también hay palabras que no son buenas. De otra suerte no diría el profeta que era bueno aguardar en silencio la salud que viene de Dios . Bueno es que la jactancia guarde silencio, bueno es que la blasfemia se calle, bueno es que enmudezca la murmuración y la detracción. Acontece que alguno, exasperado por la magnitud del trabajo y peso del día, murmura en su corazón y juzga temerariamente a los que velan por su alma, como que han de dar cuenta de ella. Esta murmuración equivale a un grito clamoroso que procede de un corazón endurecido y que le impide oír la voz de Dios. Otros, por la pusilanimidad de su espíritu, desmayan en la esperanza, y ésta viene a ser como una horrible blasfemia, que ni en este siglo ni en el futuro se perdona. Otros, en fin, aspiran a cosas grandes y muy superiores a su capacidad, diciendo: Nuestra mano es robusta. creyéndose algo cuando en realidad son una pura nada. ¿Qué le hablará a éste aquel Señor que no habla de un sitio de paz? Ese tal dice: Rico soy y de nadie necesito, mientras que el que es la verdad clama: ¡Ay de vosotros, ricos!, porque ya tenéis aquí vuestra consolación. Y en otra parte añade: Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados . Calle, pues, en nosotros la lengua maldiciente, la lengua blasfema, la lengua orgullosa y altanera, porque es bueno aguardar en este triplicado silencio la salud que viene de Dios, a fin de que así podamos decir: Habla, Señor, porque tu siervo escucha. Semejantes voces no se dirigen a Él, sino contra Él, según aquello que decía Moisés a los murmuradores: No es contra mí vuestra murmuración, sino contra el Señor.
15. Mas de tal suerte has de callar en estas tres cosas, que no enmudezcas del todo, guardando con Dios absoluto silencio. Háblale contra la jactancia por la confesión, para que alcances perdón de lo pasado. Háblale contra la murmuración con la acción de gracias, para que te conceda más abundante gracia en la presente vida. Háblale contra la desconfianza en la oración, para que consigas también la gloria en lo futuro. Confiesa, repito, lo pasado, y da gracias por lo presente, y en adelante ora con más cuidado por lo futuro, a fin de que Él a su vez no calle en la remisión, ni en la donación de sus gracias ni en sus promesas. No calles, repito, no guardes silencio en su presencia. Háblale para que también Él te hable y pueda decirte: mi amado es para mí y yo para él. Voz agradable es ésta; dulce palabra. Sin duda no es esta voz de murmuración, sino de tórtola. No me digas ¿cómo hemos de cantar los cánticos del Señor en la tierra extraña?, porque no debe reputarse tierra extraña aquella de la cual dice el Esposo: la voz de la tórtola se ha oído ya en nuestra tierra. Había, pues, oído el que decía: cogednos las zorras pequeñas, y por eso acaso prorrumpió en voces de gozo, diciendo: mi amado es para mí y yo para él. Sin duda voz de tórtola que con una castidad singular persevera para su consorte, así vivo como muerto, para que ni la muerte ni la vida la separen de la claridad de Cristo. Mira, pues, si hubo algo que pudiese apartar al amado de la amada, cuando ves que persevera unido a ella aún pecando y estando apartada de Él. Porfiaban en vueltas entre sí las nubes en ofuscar los rayos para que nuestras iniquidades nos apartasen de Dios. Pero desplegó su fervor el Sol y lo disipó todo. De otra suerte, ¿cuándo hubieras tú vuelto a Él, si Él no hubiera perseverado para ti, si Él no hubiera clamado: Vuélvete, vuélvete, Sunamitis; vuélvete, vuélvete para que te miremos? Sé, pues, tú también no menos perseverante, de modo que por ningunos castigos, por ningunos trabajos te apartes.
16. Lucha con el ángel, como Jacob, para que no seas vencido, porque el reino de los cielos se alcanza a viva fuerza y sólo los valerosos le arrebatan. ¿Por ventura, no indican lucha aquellas palabras: Mi amado es para mí y yo para él? Te dió Él muestras de su amor, experimenta también el tuyo. En muchas cosas te prueba el Señor tu Dios; se desvía muchas veces, aparta de ti su rostro; pero no llevado de ira. Lo hace para probarte, no para reprobarte. Te sufrió el amado, sufre tú al amado, sostén al Señor y obra varonilmente. No le vencieron a Él tus pecados, a ti tampoco te superen sus castigos, y alcanzarás la bendición. Mas ¿cuándo? Al nacimiento de la aurora, cuando ya esclarezca el día, cuando haya establecido las alabanzas de Jerusalén en la tierra. He aquí, dice Moisés, que un varón, o sea, un ángel, luchaba con Jacob hasta la mañana . Haz que sea oída de mí en la mañana tu misericordia, porque en ti, Señor, he esperado. No callaré, perseveraré en la oración hasta la mañana, y ojalá que no me quede en ayunas. Tú, Señor, te dignas alimentarme, y no sólo esto, sino entre las azucenas. Mi amado es para mí, y yo para él, el cual se apacienta entre las azucenas . Un poco antes se observa en el mismo cántico que la aparición de las flores va acompañada del arrullo de la tórtola. Pero atiende que parece indicar el sitio, no el sustento, y no explica de qué cosas se alimenta, sino entre qué cosas.Acaso, pues, no se alimenta con el manjar, sino con la compañía de las azucenas, ni come azucenas, sino que anda entre ellas. Sin duda más bien por el olor que por el sabor agradan las azucenas y son más a propósito para la vista que para la comida.
17. Así, pues, se apacienta entre las azucenas, hasta que decline el día, y a la belleza de las flores se siga la abundancia de los frutos. Porque ahora es tiempo de flores, no de frutos, pues tenemos aquí sola la esperanza y no lo que esperamos, y caminando por la fe, no por la vista clara, nos congratulamos más con la expectación que con la experiencia. Considerad la suma delicadeza de esta flor y acordaos de aquellas palabras del Apóstol: Llevamos este tesoro en vasos de barro. ¡Cuántos peligros amenazan a las flores! ¡Cuán fácilmente con los aguijones de las espinas es traspasada la azucena! Con razón, pues, canta el amado: como azucena entre espinas, así es mi Amiga entre las vírgenes . ¿Acaso no era azucena entre espinas el que decía: con los que aborrecían la paz era yo pacífico?. Sin embargo, aunque el justo florece como la azucena, no se alimenta el Esposo de azucenas ni se complace en la singularidad. Escuchad cómo habla el que mora en medio de las azucenas: donde dos o tres se hallan congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Ama siempre Jesús lo que está en medio; los lugares apartados y solitarios siempre los ha reprobado el Hijo del hombre, que es el mediador entre Dios y los hombres. Mi Amado es para mí y yo para él, el cual se apacienta entre azucenas. Procuremos, pues, hermanos míos, cultivar azucenas; démonos prisa arrancar de raíz las espinas y los abrojos, y plantemos en su lugar azucenas, por si alguna vez acaso se digna el amado descenderá a apacentarse entre ellas.
18. En María sí que se apacentaba, puesto que en ella hallaba grandísima abundancia de azucenas. ¿No son acaso azucenas el decoro de la virginidad, las insignias de la humildad, la supereminencia de la carídad? También nosotros podemos tener azucenas, aunque menos hermosas y olorosas; con todo, ni aún entre ellas se desdeñará de apacentarse el esposo, con tal de que a esas acciones de gracias, de que hemos hablado antes, les dé lustre la alegría de la devoción, a la oración le dé candor la pureza de intención y la misericordia dé blancura a la confesión, como está escrito: Aunque sean vuestros pecados como la escarlata, se volverán blancos como la nieve, y aunque sean rojos como el carmesí, serán blancos como la lana. Pero sea lo que fuere aquello que dispones ofrecer, acuérdate de encomendarlo a María, para que vuelva la gracia por el mismo cauce por donde corrió, al dador de la gracia. No le faltaba a Dios, ciertamente, poder para infundirnos la gracia, sin valerse de este acueducto, si Él hubiera querido, pero quiso proveerte de ella por este conducto. Acaso tus manos están aún llenas de sangre o manchadas con dádivas sobornadoras, porque todavía no las tienes lavadas de toda mancha. Por eso aquello poco que deseas ofrecer, procura depositarlo en aquellas manos de María, graciosísimas y dignísimas de todo aprecio, a fin de que sea ofrecido al Señor, sin sufrir de El repulsa. Sin duda candidísimas azucenas son, ni se quejará aquel amante, de las azucenas de no haber encontrado entre azucenas todo lo que Él hallare en las manos de María. Amén.
RESUMEN
 Su nombre y su memoria está entre nosotros. Su presencia está en las alturas. Así lo dice el Padre Nuestro cuando especifica que "estás en los cielos".
 Cristo fue engendrado en las sombras de la tierra. María hubiera deseado el esplendor de las alturas. Sin embargo, es dulce y suave por lo que prorrumpió en acción de gracias.
 Deseamos la pesencia de Dios, no las sombras. Por eso pedimos que su nombre sea santificado y que venga a nosotros su reino. La fuente de la vida es Cristo Señor en forma de justicia, santificación y remisión. Agua santa que llega como por un acueducto, para todos pero no en la misma cantidad.
 Ese acueducto es la Virgen María, con su gracia ascendente como la misma Escala de Jacob.
 Ese acueducto se formó porque la oración del justo taladra los cielos. No tiene límite alguno. Su agua es de tal calidad que el que la bebe tendrá más sed. 
 La redención universal comenzó con María, fuente de toda luz y de toda gracia. 
 María es la voluntad de Dios para bien nuestro. Nos permite acercarnos al Padre. También al Hijo que, gracias a ella, es nuestro hermano.
 María nos acerca a la gracia pese a la imperfección y nuestros múltiples pecados.
 La oración y la incorrupción penetra los cielos. No era una virgen fatua. Subió a las montañas de Judea para ayudar a su prima Isabel, madre de Juan el Bautista. Era la tercera subida de la Virgen. Con dificultad se rompe la cuerda tres veces doblada.
 María está sobre los órdenes angélicos. El Verbo habitó entre nosotros y necesitábamos percibirlo pero no como un ídolo.
 María difunde entre nosotros los dulces misterios de Dios, que son la base de la sabiduría. Dios y María son el lado luminoso, la misma luz del día. 
 María es madre de Dios, mientras que los ángeles son meros ministros suyos. 
 Debemos contestar a la gracia con la oración dirigida al cielo no con el silencio, para que no cese el manantial que nos apoya espiritualmente.
 Es perverso no buscar a Dios sino la admiración de otros hombres. Caer en la desesperanza y de allí a la murmuración y la jactancia. Todas estas son cosas impropias y contrarias a la salud espiritual.
 Debemos luchar contra la jactancia, la murmuración y la desconfianza. Para ello, el mejor remedio es la oración y la acción de gracias. Debemos permanecer unidos ante las adversidades, esperando que la noche deje paso a la luz.
 El reino de Dios se alcanza a viva fuerza y, en muchas ocasiones, no nos reprueba sino que nos prueba. No sólo nos alimenta de cosas tangibles sino de manjares espirituales como el olor de las azucenas. 
 La vida terrena es más de flores que de frutos. Busquemos las azucenas, pero sabiendo que es una flor muy delicada, fácilmente destruida, o dañada, por espinas y abrojos. 
 María es tan sencilla como las azucenas. Está llena de virginidad, humildad y caridad. Intentemos poseer esas mismas virtudes, aunque siempre sea en menor grado. Utilicemos este acueducto tanto para recibir gracia como para enviar nuestras oraciones al reino de más allá que nos espera con sus dulces frutos. Hagamos todo lo posible para que este acueducto no se cierre jamás.

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