miércoles, 24 de junio de 2015

CUATRO REGLAS DE LA SANTIDAD


Cuatro reglas de la santidad
No es lo que hacemos con Dios sino lo que Él hace con nosotros



La santidad tiene sus reglas. Jesús, en dos parábolas, enseña al menos cuatro. Estas reglas o principios de vida espiritual son fundamentales para crecer en el camino de la santidad. Las tres primeras derivan de la parábola del trigo que crece y da grano sin que el hombre sepa cómo. La cuarta se deduce de la parábola del grano de mostaza.

Primera regla: La santidad no es obra nuestra. Dice Jesús: “Y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto”. La santidad es obra de Dios. Esta regla, la más sencilla de todas, es quizá la que lleva más tiempo aprender. Lo dice Jacques Philippe: “En el fondo es muy sencillo, pero como todas las cosas sencillas, se requiere de muchos años para comprenderlas y, sobre todo, para vivirlas” (En la escuela del Espíritu Santo, p. 13). La santidad es difícil y fácil. Difícil, porque no está al alcance de nuestro esfuerzo personal. Fácil, porque está al alcance de Dios, y ¡Él nos quiere santos! Alguien me preguntó una vez qué tenía que hacer para ser santo. Creo que más que “hacer” hay que “dejarse hacer”. Porque la santidad no es lo que hacemos con Dios sino lo que Él hace con nosotros.

Segunda regla: la santidad es gradual. Dice Jesús: “Primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas”. La gradualidad es ley de todo crecimiento. El tiempo y la paciencia son fundamentales. Ni siquiera las conversiones fulminantes son tan rápidas como parecen. San Pablo se retiró tres años al desierto para meditar y asimilar su propia conversión (cf. Gal. 1, 17 - 18). El P. Peter Coates, en su artículo La sabia lentitud de la semilla, escribió: “…el bambú japonés no es para impacientes. Se siembra la semilla, se abona y se riega constantemente. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años. Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de sólo seis semanas, la planta de bambú crece más de treinta metros. El crecimiento espiritual es así”.

Tercera regla: La santidad es imperceptible. Dice Jesús: “Sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece”. Los santos se consideran grandes pecadores; no suelen percibir la obra de Dios en sus almas. Esta regla va de la mano de esa otra que dice: “cada uno llega a ser el santo que no quería ser”. El Cura de Ars siempre soñó con entrar en un monasterio para dedicarse a la oración y la penitencia; pero Dios nunca lo relevó de su parroquia ni del contacto con su gente. Así llegó a santo. De nuevo cito a J. Philippe: “Nosotros ignoramos en qué consiste nuestra propia santidad, eso se va revelando poco a poco a lo largo del camino y, con frecuencia, es algo distinto de lo que podríamos imaginar. Hasta el punto de que el mayor obstáculo para la santidad es, quizás, el de ‘aferrarnos’ a la imagen que nos hacemos de nuestra propia perfección…” (p. 16). 

Cuarta regla: Dios hace más con menos. Dice Jesús: “La más pequeña de las semillas… crece y se convierte en el mayor de los arbustos”. En el campo de la santidad ocurre lo mismo: cuanto más pequeño se hace el hombre, más grande la obra de Dios en él. Ahí donde el hombre se reconoce débil, flaco, incapaz de nada, está la mejor tierra para que Dios siembre y haga germinar la santidad. El curso propedéutico de la vida espiritual trata de la propia ineptitud. Pasada esta materia,Dios tiene el margen necesario para manejar, guiar y hacer lo inimaginable con cualquier vida.

Estas cuatro reglas son Evangelio, son “buena noticia”. Revelan que la santidad no es sólo meta, también es camino. Basta emprenderlo con sinceridad para encontrar paz, aliento, alegría y mucho fruto.

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