lunes, 1 de febrero de 2016

SIN ORACIÓN NO HAY CONVERSIÓN



Sin oración no hay conversión



La oración es necesaria para convertirnos y para convertir a las personas, porque la conversión es una gracia que da Dios, y Él la da porque es obtenida mediante la oración.

Efectivamente si rezamos por los pecadores, obtendremos su conversión. Y si queremos convertirnos, debemos rezar nosotros, o alguien debe rezar por nosotros.

Si estamos en amistad con Dios y vamos por el buen camino, es porque alguien ha rezado por nuestra conversión alguna vez, ya sea un alma de la tierra, o del Purgatorio o del Cielo.

De modo que si buscamos la salvación del mundo, o al menos de nuestras familias y seres más queridos, no tenemos otra alternativa sino rezar mucho. Entonces sí que veremos verdaderos milagros a nuestro alrededor, y el verdadero y completo fruto de nuestra oración recién lo veremos en el Cielo.

¿Es que no nos preguntamos nunca por qué la Virgen, en todas sus apariciones, nos pide con tanta insistencia que oremos, y mucho? Ella sabe muy bien que la salvación individual y colectiva sólo puede venir por la oración.

Dejemos de lado, entonces, tantas cosas que nos hacen perder un precioso tiempo inútilmente, y dediquemos más tiempo a la oración, en especial el Santo Rosario, y preparémonos a ver cosas admirables en nuestras vidas y en las vidas de aquellos que amamos.

La oración es la solución a todo, porque si está bien hecha, la oración lo obtiene todo de Dios.

Pero aunque nuestra oración no sea perfecta, oremos igualmente, y mucho, porque a orar se aprende orando, y con el paso del tiempo iremos mejorando nuestro trato personal, de amor y amistad con Dios, su Madre, los Ángeles, los Santos y las Benditas Almas, pues no otra cosa es la oración, sino un diálogo con Dios, la Virgen y los Santos.

Seguramente las cosas quizás no nos van del modo que querríamos que nos vayan. Pues bien, tenemos una solución a ello: Rezar. Y si las cosas se complican, recemos más aún, porque la perseverancia en la oración obtiene infaliblemente dones del Señor, que si no son los que esperamos, sí en cambio serán aquellos que necesitamos.

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