martes, 27 de junio de 2017

No juzgar.

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Ante ciertos hechos que vemos cotidianamente nos viene la tentación de juzgar, de condenar. Pero no debemos proceder así porque no sabemos en realidad por qué las personas actúan de tal o cual forma.
Dios no quiere que juzguemos ni condenemos, sino que le dejemos esa tarea al Señor, que llevará a juicio todo hasta las últimas consecuencias.
Recordemos que si nosotros no caemos en graves faltas, es mayormente porque Dios nos ayuda, pues si nos dejara de su mano, caeríamos en los más graves desórdenes y maldades.
No sabemos las cosas que ha vivido el que comete el mal. Y si quizás esa persona hubiera recibido todas las gracias y ayudas que hemos recibido nosotros, tal vez sería una persona muy santa, para confusión nuestra, que con todos los dones espirituales y materiales que hemos recibido, tal vez somos tibios y no hemos llegado a la santidad ni mucho menos.
Es sabio recordar aquellas palabras del Señor en el Evangelio de que a quien más recibió, más se le pedirá. Y nosotros, que tal vez hemos recibido tanto del Señor y de la vida, no despreciemos a ninguno ni lo condenemos, sino tengamos una mirada de compasión, o al menos suspendamos el juicio, porque sólo Dios ve el corazón y las intenciones de los hombres.
¿Alguien ha matado, ha robado? Quizás esa persona es la que dio el último golpe material, pero fue inducido a ello por años y años de maldades de la pseudovíctima.
No juzguemos, porque en el Cielo veremos muchas sorpresas, como lo ha dicho el Señor en varias revelaciones privadas. Efectivamente veremos a muchos que eran en la tierra considerados como poco menos que delincuentes, ocupando altos puestos en el Paraíso; mientras que otros, quizás considerados “buenos” en el mundo, estarán ardiendo para siempre en el abismo infernal. Y no hay que ir muy lejos para poner un ejemplo de esto. Simplemente viendo al Buen Ladrón, que fue un villano hasta el final, pero a último momento se salvó y entró en el Paraíso, y es uno de los grandes santos del Cielo.
Un ejemplo también es Judas Iscariote, que después de haber sido elegido como uno de los apóstoles, terminó claudicando y, lo que es peor, traicionando a Dios y a todos.
Así que no cantemos victoria todavía, porque no ha sonado la hora de la prueba ni la hora de nuestra muerte, y lo que somos ahora, quizás no lo seamos en el postrero momento de nuestra vida, o dentro de pocos días.
Caridad con todos, perdonando de corazón a los que nos ofenden, y haciendo la vista gorda sobre los pecados ajenos, porque nos conviene a nosotros mismos, ya que Jesús nos ha prometido en su Evangelio que habrá misericordia para quienes fueron misericordiosos.

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