lunes, 24 de julio de 2017

¡Ven, Señor Jesús!


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Pentecostés: Inicio solemne del Año Mariano
¡Ven, Señor Jesús!
“Mis predilectos e hijos a Mí consagrados, hoy venís todos al seguro refugio de mi Corazón Inmaculado.
Éste es el Cenáculo que la Madre ha preparado en estos tiempos para la Iglesia, su hija predilecta.
Toda la Iglesia debe entrar ahora en el Cenáculo de mi Corazón Inmaculado: deben entrar todos los Obispos, los Sacerdotes, los Religiosos y los Fieles.
En el Cenáculo de Jerusalén, sobre los Apóstoles, reunidos en oración Conmigo, descendió el Espíritu Santo, y se obró el milagro del primer Pentecostés.
Así, en el Cenáculo de mi Corazón Inmaculado, cuando toda la Iglesia haya entrado en él, acontecerá el gran prodigio del segundo Pentecostés.
Será un fuego divino de purificación y de santificación, que renovará toda la faz de la tierra.
Mis tiempos han llegado.
Por esto, el Papa, mi primer hijo predilecto, abre hoy un Año Mariano Extraordinario en mi honor.
Pido que toda la Iglesia se recoja en oración Conmigo, Madre de la intercesión y de la reparación.
Quiero que todos los adheridos a mi Movimiento crezcan en el compromiso personal de consagración, porque mi Corazón Inmaculado debe ser cada vez más glorificado por vosotros.
Por esto os pido que multipliquéis por doquier vuestros Cenáculos de oración y de fraternidad, y conduzcáis al mayor número posible de mis hijos a la consagración a mi Corazón Inmaculado.
En este año se iniciarán ya algunos de los acontecimientos que os he predicho, como signo de mi cercano triunfo.
Preparaos con espíritu de humildad, de confianza y de gran esperanza.
Abrid las puertas de vuestros corazones para recibir el gran Don que el Padre y el Hijo harán descender sobre vosotros.
El Espíritu del Señor llenará la tierra y cambiará el mundo.
El Espíritu del Señor renovará con su fuego divino a toda la Iglesia y la conducirá a la perfección de la santidad y de su esplendor.
El Espíritu del Señor transformará los corazones y las almas de los hombres, y les hará valientes testigos de su Amor divino. El Espíritu del Señor preparará la humanidad a recibir el Reino glorioso de Cristo, para que el Padre sea amado y glorificado por todos.
Por esto hoy, os invito a comenzar, con amor y en oración, este año extraordinario dedicado a vuestra Madre Celeste.
Yo os obtengo el Don del Espíritu Santo.
Yo os conduzco por el camino de la piedad y del amor.
Yo os recojo en el Cenáculo de mi Corazón, en un acto de oración incesante.
Os reúne de todas las partes del mundo porque ha llegado la hora de mi triunfo.
Ha llegado la hora que desde hace ya tantos años os he predicho. Por esto, mi acción se hará, de ahora en adelante más fuerte, y más extraordinaria y mayormente advertida por todos.
Recogeos en mi Corazón Inmaculado para que vuestras voces se puedan unir a la mía en una continua oración.
Yo soy la Aurora que surge para anunciar la llegada del sol luminoso de Cristo.
Recibid con gozo mi anuncio, y en este Año Mariano, uníos todos a vuestra Madre Celeste, repitiendo su perenne invocación que siempre dirige a su Esposo divino: “¡Ven, Señor Jesús!”
Comentario:
Éste es un mensaje de esperanza que nos da nuestra Madre, la Santísima Virgen, pues nos dice en él que se acerca la venida del Reino de Dios a la tierra, que coincidirá con el triunfo de su Inmaculado Corazón en el mundo.
Y si bien la Iglesia y la humanidad tendrán que pasar momentos muy graves de sufrimiento y abandono, ello no será el fin sino más bien el principio, o mejor aún, el paso a una nueva era de paz y de alegría, donde en la tierra se hará la Voluntad de Dios así como en el Cielo.
Pensando en estas verdades tan alentadoras, levantemos la mirada de este mundo que nos quiere sumergir en la tristeza y el desaliento, pues vemos que el mal triunfa en todas partes.
Y ésta es una táctica del demonio, que con su triste reinado que está llegando a su fin, nos quiere desalentar, para que bajemos los brazos y, sobre todo, para que dejemos de rezar y de hacer apostolado.
¡No le hagamos caso y veamos, con los ojos de la fe, más allá de lo aparente! Porque también el Sábado Santo, para muchos, Cristo había fracasado, y estaba todo perdido. Pero no fue así, sino que estaba empezando la victoria. Así también ahora parece que Cristo y la Iglesia están derrotados y la humanidad yace en el sepulcro del pecado y del mal, de la muerte. Pero pronto se oirá una voz, la voz de Dios, que la resucitará a una vida nueva y gloriosa.
Los días del Maligno están contados, y luego vendrá el triunfo de Dios y de su Iglesia, que ya ha comenzado en lo escondido, en el corazón de cada hombre que se ha consagrado a la Virgen.

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